lunes, 30 de noviembre de 2009
El laberinto de Noé en Conocer al autor
Fue mi primera criatura de papel.
Todavía me hablan de ella, espero que por mucho tiempo. I
Incluso ahora alguién me han dicho que ha entendido mejor esta propuesta (después de leerse el colibrí).
Va por ustedes.
Un cuento de Fernando Clemot
"...Y le devuelvo entonces una sonrisa profunda y meditada mientras coloco el bloc entre las piernas, aparto el libro de Pavese y me acabo de colocar las gafas con pose de fingido interés... Tardé unos segundos en reaccionar, muevo el cuaderno hacia un lado y lo separo un poco, imagino que no pude controlar el rictus que desbarataba mi rostro de lado a lado..."
" ...y si no me quejo del dolor es porque no es dado a los caballeros andantes quejarse de herida alguna, aunque se le salgan las tripas por ella..."
El Quijote; parte primera, capítulo VIII
No se me olvida el año, el mes, el día, soplaba fuerte aquella mañana, se llevaba el viento las últimas simientes de estío, el polvo, las hojas, los plásticos se arracimaban en el naciente de las sillas metálicas, pero no hacía aquella impostura sino mejorar mi galante facha; se levantaban las solapas de la gabardina engallando mi quijada, héroe salvaje, un Andrea Sperelli clavando tacones, tableteaba como si pasara un convoy sobre las chapas que cubren las obras, se me abría de tanto en tanto la chaqueta de pana y yo la cerraba con parsimonia, apretándome todo hacia dentro, apresando con el codo un libro doblado de Moravia o Gozzano, como un Lazarote amarrado a su lanza. Llegué con este paso a una de mis moradas favoritas, ocho o diez meses tendidas frente a un largo de muralla romana, en el centro una torre mocha, casi irreconocible por una restauración en ladrillo rojo que la subía seis metros sobre el nivel de la plaza.
Dulce afán... Es el otoño tiempo de reflexión y donosura, el alma se abre entonces como vertida en una poza quieta, se amplía y remansa tras el rápido fluir del verano, es balsa asentada de aceite; el tiempo se lastra en éste paular inmóvil, se aploma cansado del violento transitar de los meses centrales, hacemos planes, abrimos libros olvidados, tiempo de préstamos y avales, de poesía y amores lentos como atardeceres... Languidecen en este invernadero las pasiones añorando anteriores excesos, esperan de forma inconsciente algo que de nuevo las violente, que las saque de aquella modorra en que se consumen. Es ese mismo viento que ahora barre estas mesas casi vacías, a pocos días de ser retiradas, el que nos conmueve por dentro, el que avienta sentimientos pasados y deja nuestra alma como una tabla rasa, bruñida y perfecta, lista para ser hendida.
Con la seguridad del cazador veterano, ducho en otoños y estaciones frías, vencedor de mil batallas, así también aguardaba, de nuevo en aquellas terrazas, capitán de mi mesnada, héroe que al sentarse siente rebotar en sus hombros la cabellera de las presas vencidas. Arrogante y frío me aposenté en las mesas de atrás, poco expuesto, al abrigo casi del toldo de la cafetería, un café por favor, y pensé que luego tomaría un Pernod, tal vez Cynard, que recuperaría así algo del sabor de la rue Mouffetard, del Capitole de Toulouse, de la ebriedad de aquel verano que pasé con Christine, bebería de nuevo el néctar de juventud que escancié en su pecho y que ahora intento recuperar en sorbos breves de Pernod, dulces, o de Cynard, amargos, quizá no tan breves ni afilados como sus aureolas, ni tan dulces ni tan amargos, sólo reflejo, afilado recuerdo sobre la mixtura verde de aquella copa, que era sólo cristal, recuerdo ebrio y lánguido, sólo reflejo.
A pocos metros de allí, bajo el anfiteatro que forman la muralla romana y el Palacio Real, desembarcan los autobuses que llegan al centro. Matrículas extranjeras, negras de Francia y Portugal, de provincias perdidas, blancas con un escudo del lander las alemanas, apretadas y estrechas como una fila de hormigas las italianas, muchos de aquellos extranjeros acaban allí... A menudo llegan también excursiones desde los complejos hoteleros del norte, cámara de fotos al hombro, visitas guiadas, mujeres jóvenes y maduras, solitarias todas, desahuciadas a menudo por una vida aburrida en su pequeña ciudad perdida, de su insulso lander o departamento, deseosas de encontrar algo que les saque de su cárcel se afanan en pedir aperitivos para adormecer su impaciencia. A menudo las veía consumirse, inquietas volviendo la espalda, abominando a su compañero, a su pasado y futuro, hilvanando una mosquitera de sueños que nunca podrán cumplir... Sería fácil acercarse allí y desenterrarla de entre las garras de aquel mediocre, siempre metido en el taller, en su estúpida asociación de algo...
Pero no era ya momento de aquel tipo de reyertas, lindando los cuarenta ha cambiado mi tempo, era ya cazador apacible, Nemrod discreto, más seguro y frío, en la espesura aguardaba mis presas, a buen cobijo, sin avanzar hacia ellas... Esperaba siempre solemne tras el parapeto de una novela o una fila de versos, Pavese, Eugenio de Andrade, Vallejo, como con Sheyla, Lorena o Canyoon, no recuerdo más, hubo sin cuento, y fue así, sin fogosidades ni prisas, sin audacias ni engaños de timador, cara a cara, a pie parado aguardé siempre mi suerte, la visera levantada, como recibe el valiente al enemigo en la justa... se despejó frente a mí aquella caterva de cuerpos, se vaciaban en un instante dos autocares venidos de lugares lejanos y discretos, Apulia y Aachen, soles y bosques, pero no estaba mi suerte allí... Se levantó la niebla y dejó nacer de su seno de concha marina una nueva presencia, suave y aislada, Lady Godiva brotada de medieval muralla, blanca e inerme, ajena a todo tumulto se posa con suavidad a mi diestra, a sólo dos mesas, al principio de lado, frágil el gesto, como una abeja en su cáliz se ajusta la falda y deja una carpeta larga con tiento moroso. Adivino una primera pulsión, un mirar que no mira, primera señal, zarza ardiendo, llama que no quema de Santa Teresa.
Volví a abrir un libro tres veces leído, los mismos otoños que llevaba en la ciudad, Un bello estate, ecos de veranos pasados transidos de sol y pereza, intento permanecer ajeno y releo allí donde dice, en el año hermoso en el que empezaron a vivir, y vuelvo entonces mi vista a mi nueva compañera de juegos, joven y hermosa, y pienso que la frase se le encaja como un molde a su matriz, que todos tenemos un año primero, el Año Triunfal de los fascistas o el Primero de los revolucionarios, un tiempo en que descubrimos aficiones y pavores, en el que el alma despega o se estrella en el primer saliente, en que quedamos totalmente escindidos en un antes y un después de aquello, sea verano o otoño, placer o dolor intenso lo que marque este punto... Fue aquella la primera vez que reparaba en ello; mi año hermoso debía estar lejano, mi bello estate yace enterrado bajo un limen de nombres que ni siquiera recuerdo, porque los nombres, como el lodo y las noches en blanco, se asientan, se posan sobre nuestra memoria sin nosotros saberlo, nos cubren como una Pompeya asolada de cenizas de la que sólo emergen los más altos tejados, los que más en nosotros crecieron y que sólo asoman ahora desdentados y mochos, aquí y allá Atlántidas quebradas, lejanos los restos unos de otros, cercados por un mar de rescoldos y humo, gris el suelo y el cielo, relámpagos apagados por el silencio.
Para cuando volví la vista había cambiado su posición. Se volcaba hacia delante con la carpeta abierta entre sus manos, un cuaderno de dibujo y un carboncillo con el que intenta bosquejar la muralla, los contrafuertes del Palacio, el jardín languidecía frente a nosotros. Yacía absorta, como si la tarea la alejara de todo lo que la rodeaba, se sentía más fuerte, intuí, y en esta seguridad suya sentí más deseos de observarla, de esbozar también sus perfiles hasta tener mi justo boceto, un primer hálito suyo antes de completar el cuadro, quería dibujarla también poderosa, embutida en sus caderas anchas y claras que asoman entre el jersey y el tejano, vasija que va creciendo hasta moldear un pecho breve, puede que incorrecto y maleado, bello y único.
Sonrió y se curvaron sus labios, como sus carnes blancas sus ojos claros, ,rasgándose las pupilas acuosos como un himen, como hebras de diamantes e imaginé que también se debían iluminar así, extremados de dolor y de sorpresa, tras la primera acometida. Me pareció toda ella suntuosa fortaleza, como debió Alejandro soñar también con las riquezas de Tiro o Babilonia cuando estaba a sus puertas; respondí a la sonrisa brevemente y retomé la lectura, anhelante todavía costaba recobrar el punto, no será el asedio tan largo como el de otras plazas y tú serás mi tributo, mi dulce Roxana, exótica como tantas otras, como Adeline, como Berta, dormiremos de día con las ventanas abiertas hasta que nos ciegue la luz, haremos el amor en colchones en el suelo, con el frío del azulejo en la espalda, en habitaciones huecas y mal aparejadas, beberemos tequila con salitre de mar hasta herir nuestras gargantas raspadas de noche.
Despierto, veo y no veo, no me he equivocado, ella está allí haciéndome una señal con el lápiz y el cuaderno, con su mal castellano pregunta si puede hacerme un retrato. Por trinar en aquella risa y adormecerle los ojos se cederían imperios, me tornaría traidor y cobarde, sería un Don Julián desarrapado, un cobarde Darío o rey Poro, el Guzmán que rinde su torre, acuchillaría Viriatos como Didalco y Minuro, Roma no paga a traidores, mi ángel, pero por ti todo lo vendo...
No dudé y acepté florido el dibujo, le ofrezco una silla pero al cerrar el libro me indica que siga, que en esa traza quiere que sea así, yo de lado y con las piernas cruzadas, me quiere distraído, y en eso acierta, pues quizá no hay manera mejor de leer a Pavese... Trato de cuadrarme en una pose digna, una mezcla entre Arthur Miller y un tribuno romano, y ella sigue raspando con su carboncillo la hoja, entre nosotros sólo ese cuchicheo del lápiz deshaciéndose entre la maraña de fibras del papel, y yo que me muevo inquieto, deseo levantar la vista, libar en aquellos ojos melosos que tan cerca presiento... En las pocas palabras que hemos cruzado he creído reconocer su acento, parece norteamericana, probablemente del interior, de las enormes llanuras de cereales que cruzan aquel país, ojalá sea así, son estupendas estas mujeres de tierra adentro, fieles y solícitas, fuertes como mastines... Intenté levantar la vista pero finalmente desisto, entre nosotros sólo el cri-cri del carbón, insecto que sigue excavando su túnel, y el leve rumor del viento que me abre de nuevo la chaqueta, no puedo evitar un escalofrío inquieto y me imagino ya a solas con ella, hasta siento mis manos apoderándose ya de aquellas caderas anchas, maternales, posadas en aquel pecho breve, de aureolas rosadas a buen seguro...
- ¡Ya lo tiene!- me despierta su voz y extiende hacia mí su cuaderno- ¿Quiere verlo?
- Claro que sí...
Y le devuelvo entonces una sonrisa profunda y meditada mientras coloco el bloc entre las piernas, aparto el libro de Pavese y me acabo de colocar las gafas con pose de fingido interés... Tardé unos segundos en reaccionar, muevo el cuaderno hacia un lado y lo separo un poco, imagino que no pude controlar el rictus que desbarataba mi rostro de lado a lado. Preferí no mirar hacia la chica, notaba las mejillas encendidas como si tuviera una hoguera bajo las piernas... Entre un juego de líneas y sombras oscuras adiviné mis facciones, aquella panocha canosa, con las arrugas cayendo de los pómulos como si fuera una tartera, el pelo ralo y escaso empezaba mucho más atrás de lo que siempre había imaginado, papada de camaleón abajo y ojos mínimos, necróticos, arriba... todo coronado por una suma expresión de envanecimiento, de estupidez, que puede que fuera lo peor de aquel retrato, mi pose ridícula, engallada, que daba un toque cómico al retrato. Sentía mi cuerpo tal que si ganara peso, como si reblandecidas mis carnes empezaran a filtrase a través de las trabas de la silla. Sólo la voz de la chica me despertó de aquella pesadilla... no sé si lo hubo o sólo imaginé pero noté un deje socarrón en sus palabras.
- No sé si le acaba de gustar... pero lo que sí tiene que hacer es pagarme.
Sin pedir precio ni mediar palabra alcancé un billete que llevaba en el bolsillo y ella pareció quedar satisfecha. Se levantó y la vi perderse avenida abajo, pegada a lo largo de muralla, el cuaderno cogido por el codo, como solía llevar yo mis libros, los pantalones sueltos dejaban casi sus caderas al descubierto... Se movía con un descaro que me ofendía; no volvió la vista atrás, pensé que los saqueadores tampoco vuelven la vista hacia la ciudad incendiada.
Pagué y tomé el camino de mi casa. El viento soplaba más fuerte de vuelta, me abría la chaqueta y parecía entrar por cada intersticio de la ropa, temblaba y rehuía ojear mi figura en fuga en los cristales lustrados. Mi paso ya no tableteaba tan enérgico sobre las chapas que cubren las obras... Subí los dos tramos de la escalera y busqué con ahínco el sofá; una última mirada al retrato, boqueaba humillado y herido, el cuerpo como si lo hubieran manteado, fláccido, el yelmo deslustrado, mi cota y armadura deshechas como si me hubiera reventado el espaldar una lanza.
Me puse con parsimonia una copa y pensé qué amargos son los frutos que deja la caballería andante, y mientras bebía me fui sintiendo más y más viejo, vencido, como Alonso Quijano en la playa de la Barceloneta, rebozado en arena, inválido para más aventuras.
(c) Fernando Clemot
martes, 24 de noviembre de 2009
Presentación de "Mujeres cuentistas" 26-Nov 20:30 h.
26-Nov
20:30 h.
3 rosas amarillas
No son muchas las autoras de cuento en España, por lo menos, no son muchas las publicadas. Baile del sol nos propone una antología de relatos de mujeres, una antología actual, en la que podremos ver los caminos que está tomando el cuento femenino.
Tan solo anticipo que a nadie dejarán indiferentes. La sal y la pimienta de la vida en cada una de las propuestas narrativas.
Allí estaremos Sir Naveiras y yo para presentarlo, junto a muchas de las cuentistas antologadas en el volúmen.
lunes, 23 de noviembre de 2009
Un relato de Italo Calvino
A ochenta millas de proa al viento maestral el hombre llega a la ciudad de Eufamia, donde los mercaderes de siete naciones se reúnen en cada solsticio y en cada equinoccio. La barca que fondea con una carga de jengibre y algodón en rama volverá a zarpar con la estiba llena de pistacho y semilla de amapola, y la caravana que acaba de descargar costales de nuez moscada y de pasas de uva ya lía sus enjalmas para la vuelta con rollos de muselina dorada. Pero lo que impulsa a remontar ríos y atravesar desiertos para venir hasta aquí no es sólo el trueque de mercancías que encuentras siempre iguales en todos los bazares dentro y fuera del imperio del Gran Kan, desparramadas a tus pies en las mismas esteras amarillas, a la sombra de los mismos toldos espantamoscas, ofrecidas con las mismas engañosas rebajas de precio. No sólo a vender y a comprar se viene a Eufamia sino también porque de noche junto a las hogueras que rodean el mercado, sentados sobre sacos o barriles o tendidos en montones de alfombras, a cada palabra que uno dice -como «lobo», «hermana», «tesoro escondido», «batalla», «sarna», «amantes»- los otros cuentan cada uno su historia de lobos, de hermanas, de tesoros, de sarna, de amantes, de batallas. Y tú sabes que en el largo viaje que te espera, cuando para permanecer despierto en el balanceo del camello o del junco se empiezan a evocar todos los recuerdos propios uno por uno, tu lobo se habrá convertido en otro lobo, tu hermana en una hermana diferente, tu batalla en otra batalla, al regresar de Eufamia, la ciudad donde en cada solsticio y cada equinoccio intercambiamos nuestros recuerdos.
domingo, 22 de noviembre de 2009
Adiós a "El síndrome Chejov", el mejor blog en castellano dedicado al mundo del cuento
sábado, 21 de noviembre de 2009
Entrega de Premios Concurso de Microrrelatos Museo de la Palabra
Fallo del I premio internacional de microrrelatos Museo de la Palabra convocado por la Fundación César Egido Serrano
La escritora argentina María Soledad Uranga ha obtenido el premio del I concurso de microrrelatos Museo de la Palabra con 7.000 euros. El número de relatos presentados al Certamen ha sido de 3.682 provenientes de 44 países.
Asimismo han resultado finalistas los siguientes microrrelatos que recibirán un diploma acreditativo:
1.294
El pequeño país
Jesús de la Plaza
3.584
De puertas adentro
Javier Pascual Echalecu
1.997
El topo
Estrella Martín Peccis
2.361
Las historias que escribo
José Antonio Palomares
815
Meticulosidad
Antonio Vega Díaz
2.380
Error de simbiosis
María Pilar Romero Reyes
3.414
Vestigios
Rodrigo de Oliveira González
3.442
El peligro que acecha
Carmen Becerra Fuentes
3.124
A nosotros no
Luis Manuel Nuño Espina
viernes, 20 de noviembre de 2009
Un cuento de Horaldo Conti + SUDESTE
Haroldo Conti
El tren salía a las ocho o tal vez a las ocho y media. Recién diez minutos antes enganchaban la locomotora pero de cualquier forma el tío se ponía nervioso una hora antes. Todos los del pueblo eran así. Apenas llegaban y ya estaban pensando en la vuelta. Su padre había hecho lo mismo. La mitad del tiempo pensaba en las gallinas, que comían a su hora, o en el perro, que había dejado en lo del vecino. Para el Buenos Aires era la Torre de los Ingleses, Alem, la avenida de Mayo y, por excepción, el monumento a Garibaldi, en Plaza Italia, porque la primera vez que vino, con la vieja, se extraviaron y fueron a parar allí. Se sacaron una foto y el tipo de la máquina los puso en un tranvía que los llevó a Retiro. De cualquier forma llegaron una hora antes y con todo estaban tan excitados que casi se meten en otro tren.
Mientras cruzaba la Plaza Británica con aquella torre que de alguna manera presidia su vida, vista o entrevista a cualquier hora del día en que pisó Buenos Aires, y luego los años y toda la perra vida, y ahora esa vieja tristeza que le nacía de adentro, bueno, y la torre siempre alli como el primer día. mientras cruzaba la plaza, pues, vió al tío por anticipado en un rincón del hall del Pacífico (ellos todavía decían Pacífico) encogido dentro del sobretodo que olía a tabaco, con la valija de cartón imitación cuero a un lado y un montón de paquetes sobre las rodillas, manoseando el boleto de segunda dentro del bolsillo para asegurarse de que todavía seguia allí.
Lo había llamado dos o tres veces desde el hotel Universo pero él estaba fuera y la muchacha entendió las cosas a medias. Después trato de llegar hasta la casa, a pie, por supuesto, pues los troles y los colectivos lo espantaban. Se había extraviado en algún punto de Leandro Alem y antes de perder de vista la Plaza Britanica prefirió volver a Retiro y esperar el tren.
Hacía un par de años que Oreste no veía al tío pero estaba seguro de encontrarlo igual. La misma cara blanca y esponjosa salpicada de barritos y de pelos con aquellos ojos deslumbrados que se empequeñecían cuando miraba algo fijo, el moñito a lunares marchito y grasiento, el mismo sobretodo negro con el cuello de terciopelo, el chambergo alto y aludo que se calzaba con las dos manos y el par de botines con elásticos.
La estación Pacífico se había empequeñecido con los años. Eso parecía, al menos. En realidad era un mísero galpón con un par de andenes mal iluminados. En otro tiempo, sin embargo, veóa todo aquello coloreado por una luz misteriosa. La propia gente estaba impregnada de esa luz. Era espléndida, leve y gentil, como si no fuera a cambiar ni a morir nunca y la estación lucía como un circo. Pero la gente había cambiado de cualquier forma y la vieja estación Pacífico lucía ahora como lo que era, un misero galpón de chapas lleno de ruidos y olor a frito.
Vió al tío en un banco, debajo del horario de trenes. Parecía muy pequeño e insignificante. Tenía las manos metidas en los bolsillos, las piernas bien juntas, un paraguas sobre las rodillas y la mirada perdida en el aire.
Miraba en su dirección pero no lo veía. No veía nada.
Reaccionó cuando lo tuvo delante.
-!Oreste!
Se abrazaron y se besaron, de acuerdo a la vieja costumbre. Oreste dejó que el tío lo palmeara un buen rato. Tenía ese olor familiar, un olor masculino que evocaba a aquellos hombres reservados de su infancia que le sonreían, con breve indulgencia, como el tío Ernesto, grande como un ropero y delante del cual tragaba saliva invariablemente, o el gran tío Agustín, la única vez que lo vió el día que vino de Bragado en aquel Ford A con cadenas que echaba una nube de vapor por el gollete del radiador, o al propio tío Bautista cuando era el mismo por entero y no apenas esta sombra.
Se apartaron y el tío pregunto sin soltarle los brazos:
-¿Cómo va?
-Bien, bien.
Se miraron y sonrieron un rato y después se volvieron a abrazar.-
-¿Y usted, que tal?
-Bien, bien.
-¿La tía?
-Y, bien.....
Le puso una mano sobre un hombro y lo miró largamente.
Oreste sonrió despacio. Estaba acostumbrado a aquel estilo.
-¿A qué hora sale el tren?
-A las ocho y media.
-Son las siete y cuarto. Vamos a tomar algo.
-No... mejor nos quedamos aquí. ¿A dónde vamos a ir? Entre que arriman el tren,y enganchan la. locomotora se va el tiempo.
-Sí, pero nosotros no tenemos nada que ver en todo eso. Vamos.
-¿Y a dónde? No hagas cumplidos conmigo, hijo.
Estuvieron forcejeando un rato hasta que por fin lo convenció y se metieron en el bar de la estación. Consiguiercn un lugar desde el cual, a través de una perspectiva complicada, veían un pedazo del andén número 4.
Oreste pidió hesperidina y el tío, a fuerza de insistir, un Cinzano con bíter.
-¿Cómo se largo hasta aquí?
-¡Eh!... hacia tiempo que lo tenía pensado. El tío miró el reloj del bar y puso cara de espanto.
-Esta parado -dijo Oreste sujetándolo por un brazo. No parecía convencido. Saco y examinó el viejo Tissot con agujas orientales.
-¿Que te decía?... ¡Ah, si! Vine a ver a mi primo, Vicente. Hacía seis años que no lo veía. Somos del mismo pueblo, Baigorrita. Le estaba prometiendo siempre. Que hoy, que mañana.
Sorbió un traguito de Cinzano.
-Esta viejo. Casi no lo conozco.
Permaneció un rato en silencio con el mismo gesto abstraído que tenía cuando esperaba en el hall.
-¿Que tal? ¿Como va eso?-volvió a preguntar con desgano.
-Bien, bien.
-¿Se progresa?
-Se progresa.
Se miraron con afecto, sonrieron y callaron.
El tío había sido siempre así. El tío y todos ellos.
-Traje una punta de encargues. La tía me pidió unas latas de "Sal de Hunt". Hace mas de un año que anda detrás de eso. Fui a buscarlas a Junín hace dos meses. No... en noviembre. Hace cuatro meses.
-¿Para qué sirve?
-Para el estómago. Es una gran cosa. La gente toma ahora toda clase de porquerías, pero ésto es realmente bueno.
Silbó una locomotora y el tío se alarmó.
-Falta todavía.
Volvió a mirar el reloj y sorbió otro poco de Cinzano.
-Bueno, fui a la Franco-Inglesa y conseguí todo lo que quise. Le mostré el tarrito al tipo y me dijo: "¿Cuantos quiere?". Apenas lo miró. ¿Te das cuenta?
Dentro de un rato iba a desaparecer en la ventanilla de un vagón de segunda y no lo vería hasta dentro de cuatro o cinco años. Había otros cinco antes de ahora. Su viejo desapareció así un día y no lo vió más.
-¿Qué tal todo aquello? -preguntó Oreste después de un rato.
Todo aquello. Era un roce lastimero, un crepitar de años envejecidos, una pregunta hecha a si mismo, a un negro hoyo de sombras.
-Igual.
-¿Los muchachos?
-Siempre igual.
Callaron otra vez.
El tío hizo girar la copa y sorbió el último trago.
-¿Qué hora es?
-Las ocho menos cuarto.
El tío saco el reloj y lo observó inquieto.
-Casi menos diez. ¿Vamos?
Oreste dudó un rato.
-Vamos.
Estaban enganchando la locomotora. El tío recogió los paquetes y la valijas y comenzó a caminar apresuradamente hacia el andén número 4. Parecía haberlo olvidado.
Oreste trató de tomarle la valija y el tío lo miró con extrañeza.
-Está bien, muchacho. No te molestes.
-Déle saludos a la tía. A todos.
-Gracias, querido. Gracias.
Corrieron a lo largo del tren tropezando con los tipos de segunda que corrían a su vez como si la estación se les fuera a caer encima y metían por las ventanillas los chicos o las valijas para conseguir asiento. El tío trepó a uno de los vagones cerca de la locomotora y al rato sacó la cabeza por una ventanilla.
-¿Cuándo vas a ir por allá -preguntó mirando mas bien a la gente que se apiñaba sobre el andén.
-Apenas pueda.
-Tenés que ir, eso es. ¿Cuándo dijiste?
-Cuando pueda.
El tío se apartó un momento para acomodar la valija. Después se sentó en la punta del banco y permaneció en silencio.
Se miraron una vez y el tío sonrió y dijo:
-¡Oreste! . . .
Él sonrió también, desde muy lejos, al borde del andén.
Sonó la campana y el tío asomó apresuradamente medio cuerpo por la ventanilla.
-¡Chau, querido, chau! -dijo y lo besó en la mejilla como pudo.
Trató de besarlo a su vez pero ya se había sentado.
El tren se sacudió de punta a punta. El tío agitó una mano y sonrió seguro.
Oreste corrió un trecho a la par del tren. Corría y miraba al tío que sonreía satisfecho, como aquellos hombres de la infancia.
Luego el tren se embaló y Oreste levantó una mano que no encontró respuesta.
Cuento extraido de CUENTOS COMPLETOS (Editorial Bartleby, 2008).
Bartleby acaba de publicar en España la primera novela de Haroldo Conti, SUDESTE, una maravillosa narración dominada por las imágenes de un río denso y complicado, metáfora de vida, en el que pueden apreciarse aromas de Hemingway, de su El viejo y el mar, tanto en el fondo (la soledad, la inutilidad de luchar contra el destino), como en la forma (esa objetividad y esos silencios de la obra de autor americano). Un mundo poblado por personajes solitarios que apenas hablan dejandose hacer por el río que los gobierna, el delta inmenso del Paraná. Sobre este paisaje de islas y manglares, de pobres pescadores, de barcos varados, Horaldo Conti dibujará los dramas de la continuidad de la vida, los dramas de los perdedores que jamás pensaron en ganar nada.
SUDESTE
Haroldo Conti
Ed. Bartleby, 2009
jueves, 19 de noviembre de 2009
La biblioteca imaginaria
El lunes y el jueves de cada semana, Cris Monteoliva y su equipo de colaboradores (Raúl, Pepe, David, Pedro, Mario), nos muestra por la ventana de su biblioteca las últimas novedades literarias. En la Biblioteca de Cris, quieren al cuento y no falta, semana tras semana, alguna reseña de un libro de cuentos. En mi blog tenéis a la derecha un link permanente con sus actualizaciones de La biblioteca imaginaria.
Hoy os muestro los contenidos del nuevo número, porque todo en él es cuento, pero, además, porque La biblioteca imaginaria será la web destacada y recomendada para los amantes del cuento en el nº 2 de la Revista Al Otro Lado del Espejo.
LA BIBLIOTECA IMAGINARIA
Novedades a fecha 19/11/2009
- Conversamos en diferido con JUAN JACINTO MUÑOZ RENGEL.
- De mecánica y alquimia, de Juan Jacinto Muñoz Rengel, reseña escrita por Cristina Monteoliva.
- Anónimos, de Miguel Sanfeliu, reseña escrita por José Cruz Cabrerizo.
- En días idénticos a nubes, de Ana Pérez Cañamares, reseña escrita por Raúl Rubio Millares.
- Nueva entrega de NOTICIAS/PROMOCIÓNATE.
Dos presentaciones de libros de cuentos más, esta semana
miércoles, 18 de noviembre de 2009
"Estancos de Chiado", de Fernando Clemot, premio Setenil al mejor libro de relatos de 2009
martes, 17 de noviembre de 2009
"El colibrí blanco", sin moverte de casa y con un 5% de descuento
lunes, 16 de noviembre de 2009
Dos presentaciones de libros de cuentos esta semana
El próximo jueves 19 de noviembre, a las 20.00 horas, tendrá lugar la presentación al público en Madrid del libro de relatos De mecánica y alquimia, de Juan Jacinto Muñoz Rengel (editorial Salto de Página). El acto se celebrará en la Delegación del Principado de Asturias (Glorieta Ruiz Jiménez, 2; metro: San Bernardo), y el autor del libro estará acompañado en la mesa por los editores, así como por el también cuentista Félix J. Palma.
domingo, 15 de noviembre de 2009
Dos frases de Ray Loriga
jueves, 12 de noviembre de 2009
Presentación de "El colibrí blanco" en Fuenlabrada
Después de su primer proyecto literario, El laberinto de Noé, publicado en 2008 y que ofrecía un juego a los lectores, una tentativa para abandonar la realidad por unos instantes, para dejarse llevar al mundo de la ficción, El colibrí blanco pretende mostrar el asombroso silencio tejido para olvidar la verdad de nuestra reciente historia.
La crítica ha dicho:
"Abandona uno noqueado, felizmente aturdido las páginas de El colibrí blanco, la nueva novela de Esteban Gutiérrez, sacudido por una narrativa magistral que desbroza, a camino entre una prosa de trinchera y la iluminación lírica, nuestro episodio histórico más trágico, aportando una visión personal y caleidoscópica de los espectros emocionales en que se convirtieron los represaliados, de los caminos inusitados y justos que la redención tendría que encontrar para algunos de ellos en alianza con el tiempo. Antonio Menéndez Seoane, "el Carnicero" es, quizá, uno de los personajes más arrebatadores y de trazo más escalofriante que he tenido la suerte de poder disfrutar en mucho tiempo". Miguel Ángel Zapata
Una novela corta o un cuento largo que ofrece una tarde exquisita donde a ratos recordamos a Delibes y a veces por la investigación en la historia, a Cercas, y a veces simplemente nos dejamos llevar por la gula de los sentidos. Miguel Ángel Martín
Lírica, entrañable, magnética y más que recomendable. Vicente Muñoz Álvarez
Destacar, las potentes imágenes que evocan sus palabras, la delicadeza poética de sus descripciones, y la acertada libertad creativa que lo guía. “El colibrí blanco” te arrastra desde el principio para sumergirte en su tinta sin remedio. Sandra Rubio
martes, 10 de noviembre de 2009
"Masacre en los jardines" echa el cierre
Aunque no estaba de acuerdo con la filosofía del anonimato que la amparaba, me duele la desaparición de un blog dedicado al cuento y a su discurso crítico. Y tienen toda la razón del mundo al señalar que los blogers que hacemos reseñas de libros de cuentos nunca hacemos sangre con lo que no nos gusta. En las ocasiones en las que se han publicado en ese blog alguna reseña descarnada, el debate ha sido fluido y, por lo general, respetuoso. Se ha obligado al lector a recapacitar, a observar otros puntos de vista y, por tanto, se ha enriquecido la retroalimentación generada por el libro de relatos. Ese ha sido, indudablemente, el mayor de sus méritos.
Que la tierra te sea leve.
I Festival de relato erótico
El jueves, 12 de noviembre de 2009 a las 21:00 en Consentido C/Barco 32
Se cobrarán 5 euros de entrada que incluye una consumición, 3 euros de cada entrada irán destinados también al colectivo.
miércoles, 4 de noviembre de 2009
Cuentos canallas
Un cuento de Clarice Lispector
Por eso fue una sorpresa cuando la vieron abrir las alas de vuelo corto, hinchar el pecho y, en dos o tres intentos, alcanzar el muro de la terraza. Todavía vaciló un instante -el tiempo para que la cocinera diera un grito- y en breve estaba en la terraza del vecino, de donde, en otro vuelo desordenado, alcanzó un tejado. Allí quedó como un adorno mal colocado, dudando ora en uno, ora en otro pie. La familia fue llamada con urgencia y consternada vio el almuerzo junto a una chimenea. El dueño de la casa, recordando la doble necesidad de hacer esporádicamente algún deporte y almorzar, vistió radiante un traje de baño y decidió seguir el itinerario de la gallina: con saltos cautelosos alcanzó el tejado donde ésta, vacilante y trémula, escogía con premura otro rumbo. La persecución se tornó más intensa. De tejado en tejado recorrió más de una manzana de la calle. Poca afecta a una lucha más salvaje por la vida, la gallina debía decidir por sí misma los caminos a tomar, sin ningún auxilio de su raza. El muchacho, sin embargo, era un cazador adormecido. Y por ínfima que fuese la presa había sonado para él el grito de conquista.
Sola en el mundo, sin padre ni madre, ella corría, respiraba agitada, muda, concentrada. A veces, en la fuga, sobrevolaba ansiosa un mundo de tejados y mientras el chico trepaba a otros dificultosamente, ella tenía tiempo de recuperarse por un momento. ¡Y entonces parecía tan libre!
Estúpida, tímida y libre. No victoriosa como sería un gallo en fuga. ¿Qué es lo que había en sus vísceras para hacer de ella un ser? La gallina es un ser. Aunque es cierto que no se podría contar con ella para nada. Ni ella misma contaba consigo, de la manera en que el gallo cree en su cresta. Su única ventaja era que había tantas gallinas, que aunque muriera una surgiría en ese mismo instante otra tan igual como si fuese ella misma.
Finalmente, una de las veces que se detuvo para gozar su fuga, el muchacho la alcanzó. Entre gritos y plumas fue apresada. Y enseguida cargada en triunfo por un ala a través de las tejas, y depositada en el piso de la cocina con cierta violencia. Todavía atontada, se sacudió un poco, entre cacareos roncos e indecisos.
Fue entonces cuando sucedió. De puros nervios la gallina puso un huevo. Sorprendida, exhausta. Quizás fue prematuro. Pero después que naciera a la maternidad parecía una vieja madre acostumbrada a ella. Sentada sobre el huevo, respiraba mientras abría y cerraba los ojos. Su corazón tan pequeño en un plato, ahora elevaba y bajaba las plumas, llenando de tibieza aquello que nunca podría ser un huevo. Solamente la niña estaba cerca y observaba todo, aterrorizada. Apenas consiguió desprenderse del acontecimiento, se despegó del suelo y escapó a los gritos:
-¡Mamá, mamá, no mates a la gallina, puso un huevo!, ¡ella quiere nuestro bien!
Todos corrieron de nuevo a la cocina y enmudecidos rodearon a la joven parturienta. Entibiando a su hijo, ella no estaba ni suave ni arisca, ni alegre ni triste, no era nada, solamente una gallina. Lo que no sugería ningún sentimiento especial. El padre, la madre, la hija, hacía ya bastante tiempo que la miraban sin experimentar ningún sentimiento determinado. Nunca nadie acarició la cabeza de la gallina. El padre, por fin, decidió con cierta brusquedad:
-¡Si mandas matar a esta gallina, nunca más volveré a comer gallina en mi vida!
-¡Y yo tampoco -juró la niña con ardor.
La madre, cansada, se encogió de hombros.
Inconsciente de la vida que le fue entregada, la gallina empezó a vivir con la familia. La niña, de regreso del colegio, arrojaba el portafolios lejos sin interrumpir sus carreras hacia la cocina. El padre todavía recordaba de vez en cuando: ¡"Y pensar que yo la obligué a correr en ese estado!" La gallina se transformó en la dueña de la casa. Todos, menos ella, lo sabían. Continuó su existencia entre la cocina y los muros de la casa, usando de sus dos capacidades: la apatía y el sobresalto.
Pero cuando todos estaban quietos en la casa y parecían haberla olvidado, se llenaba de un pequeño valor, restos de la gran fuga, y circulaba por los ladrillos, levantando el cuerpo por detrás de la cabeza pausadamente, como en un campo, aunque la pequeña cabeza la traicionara: moviéndose ya rápida y vibrátil, con el viejo susto de su especie mecanizado.
Una que otra vez, al final más raramente, la gallina recordaba que se había recortado contra el aire al borde del tejado, pronta a renunciar. En esos momentos llenaba los pulmones con el aire impuro de la cocina y, si se les hubiese dado cantar a las hembras, ella, si bien no cantaría, cuando menos quedaría más contenta. Aunque ni siquiera en esos instantes la expresión de su vacía cabeza se alteraba. En la fuga, en el descanso, cuando dio a luz, o mordisqueando maíz, la suya continuaba siendo una cabeza de gallina, la misma que fuera desdeñada en los comienzos de los siglos.
Hasta que un día la mataron, se la comieron y pasaron los años.
domingo, 1 de noviembre de 2009
Nuevo libro de relatos de Carlos Salem
Al parecer, ha dejado sus cuentos más canallas para este libro.
Ángeles y demonios separados por una barra de bar.
El pirata de los tugurios vuelve a la carga.
Arm & ready