
Para aproximarse a Hipólito G. Navarro, recomiendo primero la lectura de la entrevista de Miguel Ángel –y su elevación a los altares del más allá metaliterario– (http://elsindromechejov.blogspot.com/2007/10/hiplito-navarro-esto-de-ser-escritor.html) que permite descubrir al personaje que el escritor onubense encierra, para luego bucear en Internet en busca de textos con los que alimentar el alma si uno no puede esperar a pasarse por la librería más cercana y empezar a encargar títulos (todos, sin excepciones).
Si, por ejemplo, llegas a Vivir del cuento (http://vivirdelcuento.blogspot.com/) el blog personal de Antonio Jiménez Morato (imprescindible linkear esta dirección) puedes leer “Poner precio a la nada” y empezar a flipar con el escritor de diarios. También puedes llegar a Avión de papel (http://www.aviondepapel.com/) y disfrutar de “Tres trillizas torres”, que en realidad son cuatro, y del impulso secreto que lo llevó a su escritura así como, en una muy buena entrevista -dividida en tres partes- de David G. Torres (nº 60, año VI) a mostrarnos su manera de escribir (muy a lo Cortázar, el tirón, sea el tema que sea, las otras maneras de mirar el mundo, nulas correcciones salvo prescindir de los inicios escatológicos ¿o no?, bueno, ya se verá) y su concepción del cuento como ente autónomo perfectamente distinguible y, a mayor gloria, que agradece toda experimentación sin sentirse profanado. Recuerdo entonces uno de sus cuentos (me parece que se llamaba “El expreso de Irún” y que disfruté en una antología de cuentos sobre el tren de esas que Juan Casamayor y Encarnación Molina (Papá y Mamá Alma de Páginas de Espuma) se atrevían a editar cuando entonces, entonces sí, el cuento era un submundo alternativo para vagos (escritores de corta parrafada que nunca llegaban a nada) y maleantes (vividores que se dedicaban a escribir lo justo, sin entender nunca que lo justo se escribe rápido pero se piensa muy lentamente, sin admitir empujones ni agobios), “El expreso de Irún”, digo, narrado a base de preguntas encadenadas: toda una declaración de intenciones.

A partir de aquí, la impaciencia ante el librero, paseos cortos, por la acera, ida y vuelta, miradas al reloj, exclamaciones al cielo; a partir de aquí las menciones malignas a los denostados distribuidores, las búsquedas en iberlibro.com y todas aquellas estratagemas para poseer y deleitarse con un festín de cuento-porque-sí.
Como siempre, con la íntima esperanza de que al menos una persona se interese por el cuentista del mes de enero –en este caso, maestro-cuentista– y sin poder haber obtenido permiso de nadie (tampoco me esforcé mucho, que conste) os dejo con “En beneficio de la música”, y a ver qué os parece.
"En beneficio de la música"
El primer violín, más que cansado tras el concierto o aturdido por la ovación, calculaba a su manera la intensidad de los aplausos y se sorprendía del inmenso charco de sangre postrado a sus pies. La había sentido correr tibia por entre los dedos y el brazo durante al menos media hora, más que ninguna otra vez en los últimos dos años, aunque no sospechó que perdía tanta. De todas formas le daba igual, pues allí delante el auditorio se derretía en aplausos, un estrépito de palmas que pudo oír triplicado cuando el director de la orquesta lo señaló a él, primer violín, y tuvo que saludar otra vez inclinándose, sujetando su instrumento cubierto con la sangre que seguía manando a borbotones de las yemas de sus dedos cortadas por las cuerdas. «¡Bravo, bravo!», clamaba el público. «¡Bravísimo!», gritó una voz de mujer cuando el primer violín, pasando su instrumento a la otra mano (cientos de pares de ojos estaban pendientes de sus movimientos), se llevó las puntas de sus dedos a la boca con un gesto estudiado delante del espejo, y absorbió de manera voluptuosa la sangre que había comenzado a regalar desde los primeros compases del larghetto. Ante el innúmero público puesto en pie, su paladar de vampiro del éxito saboreó una vez más de sus dedos aquel virtuosismo púrpura de tauromaquia con que sabía disimular la ausencia de otro más técnico al que ni su talento ni sus manos alcanzaban.
Saludó todavía cuatro veces más.
Luego, ya camino del hotel, contemplando en la penumbra del asiento de atrás sus dedos vendados, el primer violín se dijo lo de siempre: «Un concierto memorable».
Si bien ese pensamiento era una certeza, no dejaba de ser una certeza incompleta sin embargo. El concierto de esa noche, no cabe duda, sería por muchos recordado, pero el primer violín no sería capaz de recordarlo a la mañana siguiente. De esto último estaba tan seguro el segundo violín como de que nada más llegar al hotel tendría que deshacerse del frasquito y el paño con que impregnó de veneno las cuatro cuerdas de aquel artefacto que ya venía desde mucho tiempo atrás dando sombra a su talento.
(De Los tigres albinos, Valencia, Pre-Textos, 2000, pp. 141-142)
Texto obtenido de la Cátedra Miguel Delibes sin más ánimo que el de dar a conocer una obra de arte.
Aquí mismo, más sobre el autor y su obra: (http://www.catedramdelibes.com/archivos/000043.html#biografia)
NON NOBIS SOLUM