La enfermedad del lado izquierdo

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El destino no está escrito, ¿o sí? ---------- http://laenfermedaddelladoizquierdo.blogspot.com/

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miércoles, 30 de julio de 2008

Trilogía de lo Invisible

Una Ada me regaló por mi cumpleaños, el 16 de marzo (vaya casualidad ¿verdad, Kebran?), tres libros que me llevé a un lugar apartado con intención de leer un fin de semana lluvioso, y resultó que allí los dejé: sin abrir y olvidados (lo siento). Por suerte, los libros no cayeron en malas manos, quiero decir que los cogió alguien que es cómplice en esto de la literatura y, después de leídos y vistas las dedicatorias que contenían, me fueron devueltos con sólo sugerirlo. Me los tengo que comprar, los necesito, me dijo cuando me los entregaba. Vaya, vaya, pensé yo, qué extraño.

Esos tres libros (en realidad cuentos largos) forman un todo que el autor ha llamado la Trilogía de lo Invisible en referencia a los valores morales que guían al hombre en su actuar. “Hay –dice el autor, escribe Ada en la dedicatoria– una arquitectura invisible del mundo que nos sitúa, que nos precede. Ella agita el corazón de los hombres, les mueve a actuar, a rechazar o a aceptar. Esta arquitectura son los valores y principios que regulan la vida”.



El autor de esta maravillosa obra es Eric-Emmanuel Schmitt (el escritor francés de teatro más representado en el mundo), y en cada uno de los tres libros provoca una reflexión interior muy profunda y positiva. Podría decirse que son libros de luz. A los tres cuentos les une que se trata la religión en la trama, que los protagonistas son un niño y un adulto, y que ambos acaban formando una “especie” de familia.

Cada libro habla de una religión, como he dicho y, aparentemente sin pretenderlo, enseña a tomar los valores de esa religión de un modo natural, mundano, sin caer en el fanatismo ni en el comercialismo de la misma. Es casi una cuestión de intuición más que de sabiduría: la religión es algo interno y personal, diferente en cada uno de nosotros.


El primero, Milarepa, habla del budismo, y es hermoso y gratificante. No me extiendo más.


El segundo, El señor Ibrahim y las flores del Corán, nos presenta un mundo musulmán apacible en el sufismo, y seguro que lo conocéis. La película protagonizada por Omar Sharif y Pierre Boulange es casi tan hermosa como el libro. Siento que la película haya omitido el genial final de la novela, la vuelta de tuerca que hace que sea un relato perfecto.







El tercero, Oscar y Mamie Rose, dedicado al cristianismo, es una obra maestra.
Os cuento un poco de qué va la trama: Oscar es un niño de diez (10) años que está a punto de morir. Tiene leucemia y ninguna cura es ya posible. Vive en el hospital, sala especial infantil. Allí está Mamie Rose, una mujer mayor, cristiana y voluntaria para asistir a los niños, que le convence de que escriba a Dios para desahogarse, para que le ayude a comprender. Además, como Dios debería poderlo todo (todo lo espiritual) le escribe pidiéndole algún deseo.
Las doce cartas que llega a escribir conforman el cuento, y una mezcla de sentimientos encontrados, unos muy divertidos y otros tremendamente melancólicos, invadirá al lector. Se ligarán carcajadas con lágrimas y, pasado un tiempo, el lector sonreirá satisfecho acordándose de esta obra maestra, posiblemente con el espíritu más lleno de bondad.

La religión, no tiene nada que ver en todo esto, viene a decir Eric-Emmanuel Schmitt , es más bien el valor interno que las personas damos a las otras personas y a nosotros mismos, lo que mueve todo: Debemos ser nuestro propio Dios.

Ya no me extraña tanto que la persona que cogió (y guardó) los tres libros me dijese que los necesitaba: yo ya también los necesito.

© Esteban Gutiérrez Gómez, 2008

martes, 22 de julio de 2008

LOS AJENOS

LOS AJENOS
(cuento inédito)


Para Carlitos,
que flipó y se rió con ganas
y me dijo que dejase de enviarlo a concursos
y lo colgase para disfrute de la peña
de una puta vez.

Cuando llegaron al otro lado de la montaña vieron a un grupo de hombres, agachados, trabajando la tierra. Les pareció extraño, pero siguieron por la senda en dirección al pueblo. Comenzaba a anochecer. Podía distinguirse la colmena de casas al fondo del valle. De ellas emergían columnas de humo grisáceo y se aproximaba un olor a alimento caliente. Colón se quedó con su formación a la espera.
Se sobresaltaron cuando llegaron junto a las primeras viviendas y vieron las teas encendidas. Las calles parecían desiertas y la noche lo teñía todo de misterio. Bajaron de las comas y Ariel ordenó mudez. Escucharon el rumor, la incipiente marabunta, y se dirigieron hacia allí. Paralizaron la acción nada más llegar y ver la comitiva. Una partida de hombres parecía golpearse la espalda con unas cuerdas rugosas, provocándose dolor y sangre. Hablaron entre ellos, alarmados por la visión, y decidieron con gran nerviosismo volver a la vida eliminando los males. Los gritos siguieron a la inicial estupefacción de la gente, arracimada en la calle alrededor de los desaparecidos penitentes. Después, la huida, en todas direcciones, sin orden, con desesperación.
Ya la noche dominaba a todos los colores cuando entraron en busca de algo de calor en un local muy animado. Nada más llegar allí volvieron a paralizar la acción. Los hombres comían vísceras, entrañas. Aquellos animales se comían entre sí. Volvieron a discutir y llegaron a la conclusión de que eliminarían a los carnívoros de la escena. Al reactivarse cayeron vasijas con vino y cerveza, y las ropas cubrieron los bancos. Los gritos comenzaron cuando volvieron a paralizar la acción. Ariel dijo algo sobre la mirada de los huidizos. Conversaron y concluyeron que jamás habían visto tanto terror en unos ojos. Decidieron volver a la vida apropiándose de las miradas, y los dejaron allí, entre lloros y gritos, empujándose unos contra otros buscando a tientas la salida.
Skip dirigió la segunda columna hacia el edificio más alto de la población. Bajaron de las comas en cuanto ordenó parada y mudez. Las campanas no dejaban de tañer con sonido triste. El rumor parecía acercarse por una calle, la luz de las antorchas delataba la futura presencia. Ordenó izar, y todos se guardaron las comas en el bolsillo, encogiéndolas con el pensamiento hasta convertirlas en diminutas lentejas. Skip ordenó aire, y formaron corriente hasta llegar ante la procesión de gente. Paralizaron la acción en cuanto vieron al sujeto humano clavado a los maderos, sangrando por heridas incisivas y rostro de dolor. Ampliaron el radio mental y, los tres oficiales, se comunicaron opciones de futuro inmediato ante la más alta de las ilegalidades. Decidieron abandonar el occidente civilizado. Colón estaba de acuerdo con Skip, sin embargo Ariel mantenía la prioridad de la orden: 1.reconocimiento, 2.información, 3.1.mantenimiento o 3.2.transformación, decisión final autorizada. Cerraron comunicaciones mentales con 3.2.transformación.
El grupo de Skip escuchó alaridos antes de defenderse de los primeros contingentes guerreros al volver a la acción. Luzil, el traductor de voces, habló de dioses terribles, de castigos eternos en hogueras, de miedos dirigidos, y no supo ver poder. Los hombres, agachados como animales, se aferraban a cruces de metal y, arrodillados, suplicaban por su vida a dioses etéreos. Montados en las comas, les veían como los monstruos sagrados hacedores del fin de los días. El Cabrón de Satán. Dixán, el intérprete de sueños, adivinó miedos heredados, supersticiones latentes, sumisión ancestral. Skip ordenó fuego, y el edificio alto comenzó a arder. La gente lloraba y ni Luzil ni Dixán eran capaces de encontrar la solución al enigma de la adoración por terror.
Cuando Ariel se reunió con ellos traía consigo un reciente femenino delicado. Confirmó que era un presente a cambio de vida. Paralizó la acción, y diluyó al obsequiante “padre” en un ataque de ira, confesó que sólo por ignorante. Colón y Skip pensaron y asintieron, luego propusieron cónclave. Tendidos boca arriba, sobre el manto sagrado de hierba terrenal, las luces de los ojos en busca de las luces del cielo, pensamientos entrecruzados, conectaron con el ancestro, Todo Lagarto, en busca de futuro cierto. Al instante supieron qué hacer.
Cercados por el fuego, que se había extendido a las construcciones vecinas, hicieron altar con las ascuas. Sacaron los oros y coincidieron los anillos de luna sobre el fuego destructor. Paralizaron la vida y la extinción se produjo al instante.
Tan sólo uno de los mortales quedó con vida. Los trabajadores, los temerosos de dios, los amantes del dolor, los envidiosos, los amargados, los caníbales, ninguno de ellos sobrevivió. Sólo uno, el que aquellos animales llamaban “imbécil”, se pudo salvar de la implosión cerebral.



© Esteban Gutiérrez Gómez, 2006

viernes, 18 de julio de 2008

Hank Over /Resaca (y II)



La semana pasada dije dos cuentos destacados de esta antología.

El segundo es un prodigio de cuento que debería figurar en los manuales cuando se explica eso de “la economía de medios” (otros lo llaman minimalismo y etiquetan así una corriente, allá ellos), cuando se habla de “flash” descriptivo (metáforas visuales instantáneas), de ausencia de adjetivos (el poder del sustantivo), de uso perfecto de puntuación, y qué decir de las elipsis narrativas.

"Lavavajillas", que así se llama esta maravilla de relato, es obra de Salvador Gutiérrez Solís, con un curri literario tremendo (ya dije que estoy en el abismo intelectual, que me queda mucho por saber), y del que pienso leer antes de que acabe el año alguna de sus novelas (La novela de un novelista malaleche, por ejemplo) y un libro de cuentos (Jugadores y coleccionistas), si lo encuentro, que cómo sean iguales que éste, habrá que pregonar.

Os dejo con el relato en cuestión:

LAVAVAJILLAS

Concha tenía todas esas cosas, pocas cosas, que un hombre suele querer -que una mujer tenga-. Es decir: las cosas en su sitio, a su altura, gravitatorias y con volumen. Con mucho volumen. Canalilla, apretada y manzanera. Sentimental y enamoradiza, Cáncer de primeros de julio. Lloró cuando se congeló Di Caprio en Titanic y cuando se murió Chanquete en la octava reposición de Verano Azul.
Pedro tenía todas esas cosas, cositas, que cualquier mujer no suele querer -que un hombre tenga-. Es decir: las cosas en un sitio equivocado, aleatorias y escasas. Muy escasas. Pajarillo, gafitas y dedillos. Con toda la malaleche de los buenos Aries -con cuernos retorcidos-, malaleche de verdad.
Aún así eran pareja, no de hecho, por la Iglesia: luna de miel en Lanzarote -hotel cinco estrellas, habitación insonorizada y desayuno continental-. Ninguna regla -salvo la del "cinco"- es perfecta. O los volúmenes y las carencias se complementan, que también puede suceder.
Concha sabía mover el culo como nadie; la mejor. En el súper, cargada de latas de cola, con su uniforme de rayas -atléticas: rojas y blancas- era como una diosa casquivana, pecadora y emplumada del Folies Bergere. Desfilaba entre los estantes rezumando guarrería, incitando a la humedad, provocando tortícolis, celos y matinales montañas de sábanas a su paso. No parecía una simple reponedora de la sección de refrescos.
Pedro no movía tan bien el culo, tampoco el suyo era un culo de exhibición. Siempre pegado al asiento del sillón, fusionado a la pana de un ayer marrón del cojín. Eso sí, con una lata -de cerveza- en una mano, y el mando a distancia en la otra, las gafitas en la punta de la nariz, recorría los idiomas y los canales, y las presentadoras gorditas y los culebrones venezolanos, y los campeonatos austro-húngaros de billar y los debates de vecinas chabacanas todas las horas de todas las mañanas de lunes a lunes, toda la semana. Pedro era la versión fangosa de aquel ángel caído: destronado, herido y sucio.
A las tres en punto Concha colgaba el uniforme, en una taquilla con fotografías de Riqui Martin, se ajustaba las medias y ceñía el culo en unos tejanos descoloridos entre charlas. Pedro calentaba lentejas con chorizo o freía pollo empanado. A las tres y media comían, sin hablar, mirando la enésima repetición de los goles del domingo o el polvo del aparador -o el azul descafeinado del techo-. El hombre del tiempo anticipaba tormenta -con fuerte marejada- en el Cantábrico.
A las cuatro, después del segundo cigarrillo, después de apurar el tinto, Concha fregaba los dos platos y la ollita o la sartén, mientras el café hervía. Pedro la observaba desde la puerta, ciego en ese culo que a tantos había cegado durante la mañana en el súper. Dos minutos de comentar las noticias de una jornada sin noticias. Dos minutos de ver y fingir escuchar.
Pedro hablaba por hablar, movía la boca, mientras soñaba ver en el cuerpo de Concha las manos y las acrobacias de la película del viernes a las una y media -de la madrugada-. Los ojos enmarcados por ese culito que no hace tanto había sido rojiblanco y entonces era tejano, y grotescamente erótico. Cuando ya no le cabía más culo en el cerebro, ni más presión en los pantalones, Pedro se acercaba hasta Concha y primero colocaba una mano en el cachete derecho y luego la otra en el izquierdo, derecho izquierdo, derecho izquierdo. Siempre: derecho izquierdo; fijaciones de la niñez.
Las manos como lapas de los bolsillos, temblorosas en el vaivén. A continuación, besitos en la nuca, besitos entre los caracolillos, besitos en donde el pelo traiciona a la peluquera, besitos hasta que la cafetera silbaba. Cuando la cafetera silbaba, ella se giraba en busca del silbido y hacían el amor -un amor de dos empujones y medio gemido- sobre la mesa de la cocina, bajo la lámpara del comedor, sobre el suelo del pasillo o en la cama, si les daba tiempo a llegar al dormitorio.
Cigarrillo, café y cigarrillo. Pocas palabras. La tormenta del Cantábrico instalada en el comedor. Pedro buscando y encontrando en cada "no" un reproche. "Si estoy aquí es porque no he encontrado nada...". "Yo no te he dicho nada de...". "¿Te crees qué me gusta esto?". "Que yo no...". "Ya, no te preocupes, aunque sea de minero...". Más silencio, un silencio profundo, de palabras que escuecen, que pujan por salir.
La reconciliación en la cena, a eso de los postres. "Médico de familia" y a la cama. Esta vez para dormir: por la noche Concha no fregaba los platos. "Buenas noches". "Si Dios quiere". Sueño rápido y vueltas en la cama. El final de otro día como otro cualquiera. La Luna sobre el espectro de Cáncer y Aries con los cuernos más retorcidos.
Así pasaron los días. Las semanas y los meses. Tal vez algún año. Algunas variaciones se produjeron en sus vidas. A Concha la cambiaron de sección en el súper. Gama blanca: electrodomésticos. Su uniforme siguió siendo rojiblanco, más rojiblanco, le regalaron uno nuevo en la empresa por tres años de servicio. El culito bien, tatuado en la falda, más ligero, sin el peso de las latas. Con la misma forma, la misma reina entre los estantes.
Pedro se compró un libro de cocina, uno de dieta mediterránea que su presentadora favorita recomendó una mañana. Comenzó a elaborar menús variados y complicados. No lo hizo por ampliar su cultura gastronómica. No. El estofado de cerdo y las berenjenas gratinadas requerían más trabajo, más tiempo y, claro, más sartenes, cuchillos y coladores. Concha tardaba más en fregar lo ensuciado, lo que no la inquietó en un principio. Además, Pedro parecía más calmado, más suave y el paladar lo agradecía y la tregua de paz se rompía un poco más tarde. La cafetera también comenzó a silbar un poco más tarde.
Los movimientos se siguieron repitiendo, retardados. Pedro en la puerta de la cocina, el culito enfrente, más vaivén, más manos de viernes por la noche magreándolo. Olor a café y las manos, sus manos, en el culo, derecho izquierdo, besitos en la nuca y amor sobre la mesa de la cocina porque a llegar al dormitorio, ni siquiera al pasillo, les daba tiempo. Cigarrillo, café, cigarrillo y discusión. "Médico de familia" y buenas noches en las mejillas.
La monotonía conduce a la reflexión -que es la madre del aburrimiento-. Concha escuchaba la conversación de sus compañeras, todas rojiblancas pero ninguna con su culo, en los descansos de las once y media, sobre los hábitos sexuales de sus maridos, sus quejas y sus anhelos en silencio, desde la distancia de lo ajeno. Pedro descubrió lo que ya sabía: que el placer lo lograba contemplando el vaivén del culo de su mujer, no antes ni después. Que el amor se lo hacía por no defraudarla, en un alarde de generosidad sexual, y que la espuma del Fairy le escocía si caía donde no debía. Lo mejor de cada día, lo que merecía la pena esperar y dedicar toda la mañana a la cocina, era ver el culo de su mujer mientras fregaba.
Uno y otra tomaron sus medidas. Un día, de no hace tanto, Concha dejó de ajustarse los tejanos y dejó de volverse al silbido de la cafetera mientras su marido le besaba la nuca y le geografiaba los cachetes, derecho izquierdo, del culo. La bronca llegó antes, pero sólo ese día.
Al siguiente, cuando la cafetera silbó, las manos estaban en su sitio y los restos del pollo al chilindrón navegaban por la tubería; Pedro desapareció antes de lo previsto. Sonó el grifo del cuarto de baño. Sin pelea. "Levántame a las siete", "hoy ha llamado tu madre", "cómprame un paquete de tabaco cuando salgas", "hay un microondas de oferta", "pon al día la cuenta". Y hasta la noche. Y hasta el día siguiente.
Concha, en el súper, desembalando una tostadora para la exposición, dedujo que algo fallaba, que el repentino cambio de comportamiento de Pedro no se debía a la casualidad. Ideó un plan. Ese mismo día fingiría ser la de siempre, se ajustaría en los tejanos que provocaban el temblor, y casi la amputación, del carnicero, y comenzaría a fregar. Pedro, en tanto, preparaba un complicadísimo plato griego; los cacharros sucios se apilaron hasta cubrir la imitación de granito de la encimera. Más tiempo de placer.
Al tercer plato Concha se giró y lo descubrió. Allí estaba Pedro: media cabeza asomada, despeinado, las gafillas empañadas balanceándose en la punta de la nariz, encogido como una gata en celo, masturbándose con los ojos puestos en ese culo que tanto había sobado. Un vaso pintado de espuma no acertó su objetivo. Ni café ni cigarrillo y pelea, mucha pelea, pelea de la buena. Se escupieron todos los reproches acumulados en los cinco años de matrimonio. Pedro justificaba con reproches de los que duelen su comportamiento. Concha lo humillaba con reproches de los que escuecen. Guerra zodiacal.
La noche en vela la emplearon en planear las respectivas estrategias. Pedro, necesitado del perdón, volvió a las lentejas con chorizo. Concha, no se lo pensó, encontró la venganza perfecta: compró un lavavajillas.

Aquí, un artículo de Salvador Gutiérrez Solís sobre el placer de la lectura con el que estoy totalmente de acuerdo.

Esteban Gutiérrez Gómez, BACØ, 2008

martes, 15 de julio de 2008

Cuchitril literario: Un blog imprescindible


Se hace llamar Palimp, y tiene uno de los blogs literarios más interesantes de los que rulan por el ciberespacio en castellano.

Su blog se llama Cuchitril Literario y no tiene desperdicio: críticas de libros, recomendaciones, espacios literarios actuales, actividades…

La referencia es obligada cuando nos descubre joyas como unas cuantas conferencias sobre la obra de Cortázar, entre las que destaca una sobre Rayuela, pronunciada por Ricardo Gullón en 1976.

Más información en el siguiente enlace:

Cultura gratis: Fundación Juan March y RTVE

jueves, 10 de julio de 2008

Hank Over (Resaca)


Bueno, bueno, qué gustazo, qué diversión, qué variedad de propuestas. Este homenaje a Charles Bukowski realizado por unos cuantos hijos de Satanás es altamente recomendable.
Para empezar la antología la realizan a pachas dos figuras: Patxi Irurzum, con el que inauguré mi espacio El cuentista del mes en este mismo blog (esa Polla), buen narrador y cachondo a más no poder; y Vicente Muñoz Álvarez, editor de Vinalia Trippers, militante en la poesía de la conciencia, y antólogo, junto a David González, de Tripulantes. En todo caso, dos tíos bastante comprometidos y que no tienen pelos en la lengua: saben lo que quieren.


Siendo así papá y mamá, que se puede esperar de las criaturas. A algunos como David González, Ana Pérez Cañamares, Safrika, José Ángel Barrueco, Kutxi Romero, Raúl Nuñez, Vicente Luis Mora, Lluis Pons, Ángel Petisme... ya los conocía y no me podían sorprender. Pero otros, joder, ¡qué gozada!
Y eso es lo que tienen las antologías, que llegas a gente que no sabías que existía. Y lo digo con toda humildad y desde el más profundo agujero intelectual: me queda mucho por leer, lo reconozco.

De Eva Vaz ya escribí en Bacovicious, y pronto lo haré de Karmelo Iribarren. Pero éste es sitio de narradores, de cuentistas, y tengo que destacar dos cuentos (me jode, pero es de justicia) de gente que no había leído nunca (o, por lo menos, así lo creía, que lo mismo sí, pero no estaba yo para nombres...).

El primero por cachondo, porque cada vez que lo leo me parto de risa, porque me pasé todo el trayecto de Villaverde - Fuenlabrada dando carcajadas en el tren, los de al lado hasta se reían conmigo (o de mí, vete tú a saber), la abuelita me ofreció un pañuelo para secarme las lágrimas y, cuando me bajaba del tren, estaban todos mirándome, con ojos rojos (¿el tripi? Jajaja) y una mueca de sonrisa pintada en la boca (como la del teletubi) y, joder, qué risa (ni que me hubiese metido yo la pantera rosa o la seta sonriente o lo que fuese). Además, esta bien escrito, maneja los tiempos de la narración con maestría, tiene en cuenta el tono y la intensidad narrativa, apoda a los personajes con acierto (me recuerda a Monzó) y la trama por sí sola mantiene el interés del relato. El final, espectacular. Luego me entero de que Sergi Puertas, el autor de “Señor carne es un teletubi”, el cuento al que me refiero, fue redactor jefe de la revista El Víbora hasta su desaparición en enero de 2005, y no te extraña nada de dónde ha salido la mordiente del relato.

Pedido y obtenido permiso del propio autor (salud), aquí os dejo con una muestra de su arte narrativo.

Señor Carne es un teletubi (fragmento)

Señor Carne se levanta cada mañana del mundo a las 7:55 AM y conduce su Fiat Regata hasta los estudios de televisión de Channel 9. Mete una tarjeta magnética en una ranura y la barrera del parking se levanta. Sube la rampa y aparca en una plaza del segundo piso. Toma el ascensor y, medio atontado, se dirige a la cafetería de los estudios. Nada mas verle llegar, Gallina Vieja le prepara un café solo y sin azúcar. Señor Carne deja una moneda gorda sobre la barra que Gallina Vieja se apresura a meter en la caja registradora. Con un imperceptible gesto de cabeza, Señor Carne saluda a Gallina vieja y se lleva el café para la mesa. Allí se lo chupa en el tiempo que tarda en consumírsele el pitillo. Luego, marcha en silencio pasillo adentro, hacia los vestuarios. Allí se desviste, se queda en gallumbos y, resoplando y contorsionándose, se embute en el traje de teletubi. Entonces camina hacia el plato de rodaje. En adelante y hasta las tres de la tarde, Señor Carne tiene un aspecto azul y extraterrestre. De su cabeza, brotan dos antenas como dos cuernos embolados.
En el plató y durante el rodaje, Señor Carne trabaja a las ordenes de Puerco Desconsiderado. El resto de la jornada viene a ser como una representación de Aladino y la lámpara maravillosa: Puerco Desconsiderado formula un deseo y Señor Carne lo hace realidad. Revuélcate por el suelo, pide Puerco Desconsiderado. Ríe, pide Puerco Desconsiderado. Salta, pide Puerco Desconsiderado. El manda y ordena y así se hace. Señor Carne hace cuanto se le pide y Puerco Desconsiderado y su equipo lo filman en video de calidad digital para mayor disfrute de grandes y chicos. Puerco Desconsiderado es Aladino y Señor Carne es el genio. Solo que los deseos son más, muchísimos más de tres.
Señor Carne es un teletubi, pero no es el único: Cuatro señores mas enfundados en disfraces de colorines danzan y dan palmas y se convulsionan al mandato de Puerco Desconsiderado. Hurón Tullido, el señor que va dentro del traje rojo, tiene una hernia discal de campeonato, por lo que queda exento de las mamarrachadas mas audaces; danza y da palmas y se convulsiona, pero menos.
A menudo, en el plato y para el rodaje, hay niños con los que Señor Carne, Huron Tullido y los demás juegan si así lo estipula el guión. El careto de teletubi del disfraz de Señor Carne ríe todo el rato y da mucha risa, pero por debajo la boca de Señor Carne está retorcida en una mueca. Señor carne detesta a los críos con los que tiene que trabajar, especialmente a Pequeño Hijodeputa Consentido...


Más cosas a favor de Sergi Puertas: Una poesía muy interesante (también cachonda, debajo dejo otra muestra –esto, con tantas muestras, ya parece un laboratorio, coño–) y una página supertrabajada y completísima sobre Bukowski.

El poema:

CABALGATA DE MANIÁTICOS

Alberto tiene principios:
En principio no hará nada
que no encaje en la estrecha franja
que él mismo se acotó.
Nunca cruzara la línea que delimita
el principio de algo diferente y
cuando quiera volverse y mirar atrás
ya será tarde.

Eduardo es un tipo consecuente
pero ser consecuente es ser un imbécil:
El consecuente rueda sin frenos
sobre raíles de recorrido prefijado.
En consecuencia se le adivina la ruta.
Es así como se le caza, al consecuente.

Julio tiene convicciones:
Alguien le repitió muchas veces lo mismo
o tal vez fuera él mismo quien se lo repitiera
hasta convencerse.
En cualquier caso anda convencido
y para eso no hay remedio.

En tiempos también yo quise ser consecuente
tener principios, tener convicciones
mas de camino a la manía
me tropecé con una angustia.
Ahora ellos caminan convencidos.
Con ellos camino yo, con vencidos.
Aquí, una entrevista con Sergi Puertas que no puedes dejar de leer.


La semana que viene el segundo cuento destacado: un prodigio narrativo llamado “Lavavajillas”, de Salvador Gutiérrez Solís.

© Esteban Gutiérrez Gómez, BACØ, 2008

viernes, 4 de julio de 2008

El cuentista del mes: Raydmon Carver, "De qué hablamos cuando hablamos de amor"

Raydmon Carver, De qué hablamos cuando hablamos de amor


Me resulta difícil hablar de Carver, pero es un escritor que marcó una dirección del cuento moderno en el siglo XX, por lo que considero imprescindible que figure entre los cuentistas del mes. Por eso este julio del 2008 se dedica a Carver y, en exclusiva, a su obra De qué hablamos cuando hablamos de amor. Este libro, en especial, marca un antes y un después en su lectura.




Me resulta difícil porque sé que lo que acabo de releer no es fruto sólo de Carver, porque sé que Carver era mucho más humano de lo que se desprende de los cuentos publicados en este libro, porque lo que Carver fue, no es exactamente lo que conocemos de él.


Abajo, bajo la rúbrica de La polémica Lish, os encontraréis una verdad dolorosa: Los cuentos publicados bajo su nombre, no eran exactamente sólo sus cuentos. Su editor, Gordon Lish los manipuló hasta el punto de que en este De qué hablamos cuando hablamos de amor, más del cincuenta por ciento del texto suministrado por Carver y doce de los quince finales de los relatos, fueron alterados por el señor Lish.


Lo doloroso de todo este asunto es que las pinceladas superpuestas de Lish, los tijeretazos que ejerció sobre los originales, han hecho de Carver un icono del cuento moderno y le han hecho ser considerado el padre de la corriente denominada realismo sucio. Estudios posteriores editados en la revista New York Times Magazine y el más reciente de Alessandro Baricco (sí, el autor de la supervendida Seda, todavía me pregunto el porqué*) titulado El hombre que reescribía a Carver publicado en el diario italiano La Repubblica, no dejan lugar a dudas: el cutter Carver, su estilo preciso y cicatrizante, el desamparo de los personajes, el desapego emocional, no eran fruto de su imaginación o, al menos, no lo eran tal y cómo él lo deseaba, tal y como él lo había escrito. Gordon Lish supo ver lo que el público lector quería de Carver y manipuló textos y textos (presumiblemente con la connivencia del propio autor) para lograr el efecto deseado: absoluta desolación en el mundo moderno.
Del estudio de Alessandro Baricco se desprende que el Carver original era mucho más humano en situaciones extremas, que inclinaba a sus personajes a un templado sentimiento (feliz, amargo... pero sentimiento al fin y al cabo) antes que, bien al contrario, quitarles el alma, propuesta de Lish.
El resultado no pudo ser más efectivo: la coautoría de los relatos produjo un mito del que aún ahora se alimentan (nos alimentamos) muchos literatos.
Y no es del todo censurable. Bien al contrario, la dualidad de autores, produjo un nuevo modo de entender las relaciones sociales, aquel en el que el desamparo es absoluto y no vale ni la compasión. Da para mucho esta forma de escribir, este modo de ver la realidad desde el suelo, desde donde la mirada, la perspectiva, es bien diferente.
Acierto de Lish, dejación de Carver. No se busquen culpables de la situación. Las cosas son como son, no como querríamos que fuesen o como deberían ser.
Lo cierto es que, a tenor del estudio de Alessandro Baricco, las propuestas literarias de Carver eran menos cortantes, menos desamparadas, y en muchas de ellas se daba la alternativa, la vuelta al amor (véase el cuento "Una cosa más", por ejemplo), el saber que ese perdedor del relato, lejos de ufanarse de serlo, o simplemente, de asumirlo, guardaba en el fondo de saco de su corazón, un rayo de luz. Un maldito rayo de luz que lo devolvía a su condición de ser humano.
Además, la técnica utilizada por Carver, así como su poética del cuento, son lo suficientemente importantes para determinar por sí solos el futuro de uno de los vectores más transcendentes e influyentes del cuento moderno.

De la colección de cuentos De qué hablamos cuando hablamos de amor, podemos destacar algunos de ellos en los que el tema fundamental queda soterrado hasta el final, en el que se nos muestra (apenas se nos muestra, pero sin duda se trata de ello) la razón principal del relato: la miseria, la hipocresía humana, la avaricia, la amargura, la monotonía vital… se trata de relatos que contienen dobles historias: la primera, la que parece la principal porque ocupa casi toda la narración, interesa per se, escrita con técnica de cuento de visión fotográfica (narrador vídeo) y economicidad de medios (a Carver le encantaba reescribir sus historias, dejándolas en un tercio de lo que eran en origen) para llegar a un final en el que una historia apenas sugerida resulta ser la definitiva, la que vale, la que deja poso, la que marca. Esta segunda historia está latente a lo largo de todo el relato (algún indicio la mantiene ahí, expectante) y sólo explota en la mente del lector cuando acaba de leerlo.
A destacar cuentos como "Bolsas", donde la doble lectura está perfectamente conseguida y, sobre todo, el cuento que da nombré al conjunto de relatos, "De qué hablamos cuando hablamos de amor", un perfecto ejemplo de lo que significa escribir con una navaja de doble filo, dejar marcado al lector mucho tiempo después de haber acabado la lectura, dar que pensar. Después de la lectura del estudio de Alessandro Baricco, el cuento "Diles a las mujeres que nos vamos", un icono del realismo sucio, del tan comentado desapasionamiento carveriano, no sé si sería correcto calificar a este relato como un referente.


En todo caso, queda la huella de un escritor que también era humano a pesar de que se santificase en los infiernos. Como dije al comentar el libro de David González En las tierras de Goliat, existe cierta bondad en el fondo del abismo, lo que ratifica que los extremos, casi siempre, llegan a juntarse.

*A los admirados lectores de Baricco les pido por favor que lean Nieve de Mexence Fermine, y luego hablamos.




Raymond Carver
De qué hablamos cuando hablamos de amor (fragmento)


" Creo que en el amor no somos más que principiantes. Decimos que nos amamos, y nos amamos, no lo dudo. Yo amo a Terri y Terri me ama a mí, y también vosotros os amáis. Ya sabéis a qué tipo de amor me refiero ahora. Al amor físico, ese impulso que te arrastra hacia alguien concreto, y al amor que inspira el ser de la otra persona. (...)Oía los latidos de mi corazón. Oía el corazón de los demás. Oía el ruido humano que hacíamos allí sentados, sin movernos, ninguno lo más mínimo, ni siquiera cuando la cocina quedó a oscuras. "

Más cosas sobre Carver:

La polémica Lish
http://www.jornada.unam.mx/1999/08/29/sem-baricco.html
El hombre que reescribía a Carver , ensayo sobre la literatura de Carver en La Repubblica por Alessandro Baricco


Poética del cuento de Raimond Carver
http://www.aviondepapel.com/aviadores/carver.htm
Seudoentrevista con Carver, todo extraído de su ensayo Escribir un cuento MB

http://www.papelenblanco.com/2007/09/10-como-escribir-un-cuento-segun-raymond-carver-parte-i
Escribir un cuento según Carver

http://www.elmundo.es/documentos/2005/10/cultura/carver/cuento.html
Un cuento inédito


El poeta Carver (aquí nadie metía ni quitaba nada. Carver auténtico)
http://atlasdepoesia.blogcindario.com/2005/09/00003-raymond-carver.html
Carver, poesía


http://www.laopiniondezamora.es/secciones/noticia.jsp?pRef=2064_12_237055__Opinion-Raymond-Carver-ellas
Carver y sus mujeres, artículo de José Ángel Barrueco



© Esteban Gutiérrez Gómez, 2008