La enfermedad del lado izquierdo

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El destino no está escrito, ¿o sí? ---------- http://laenfermedaddelladoizquierdo.blogspot.com/

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MI BLOG PERSONAL

jueves, 21 de febrero de 2008

El laberinto de Noé (II)


Bueno, ya tenemos fecha de presentación del libro en Madrid. Será el jueves 13 de marzo a las 20:00 horas en el Café Libertad (Calle Libertad nº8) . El acto será presentado por Alberto Ávila Salazar, ganador con su primera novela Todo lo que se ve (Lengua de Trapo, 2006), del IX Premio Arte Joven de Narrativa de la Comunidad de Madrid.

También sabemos que el libro estará seguro en librerías a final de mes. De cualquier forma, a la izquierda de este post tenéis un enlace con los distribuidores según la zona de España, que repito aquí.

Os dejo con uno de los relatos hilados en El laberinto de Noé. Obtuvo un premio importante en su día, que no suelo poner el en curri.



PEPSI

A Pascual Bailón todo el mundo le llama Pepsi. Lo de Pepsi viene de hace años, de cuando Ramona criaba hijos como conejos y en casa había una decena de bocas que alimentar. Por entonces Pascual Bailón se bajaba del andamio corriendo y se colocaba el batín blanco con tres bolsillos y el gorro de medio lado, para recorrer voceando ¡Hay Pepsi fría! ¡Hay Pepsi fría!, cubo de zinc en mano, las gradas del Price, del Campo del Gas o de las Ventas.Pepsi se acuerda de eso alguna vez, sobre todo cuando alicata. Lo sé porque de repente se queda parado, como pegado a las baldosas de la cocina cuando con el esparto quita la lechada y hace nevar. ¡Una para aquí! ¡Fresquita!, le grito y, al momento, vuelve en sí y menea la cabeza negando no sé qué.

Eso sí era trabajar, Pepsi, le digo.

Eso era una locura, me dice.

¿Y ahora qué?, le digo.

Ahora Coca-cola, me dice, como queriendo hacer raya con el pasado.


Pepsi hace tiempo que no sabe de Ramona, desde que se fugó con un argentino labiado que la llevó a conocer los mares del sur; y los conejos le huyeron en cuanto se hicieron mayores. Él sigue en el tajo, de siete a siete, categoría de oficial de segunda y sueldo de inmigrante ilegal, pero no le importa. Pepsi lo único que espera es que llegue la noche.


Alguna vez voy por allí, escondido al final de la sala para que no me vea. Peluca rizada, polvos de estrellas en los carrillos, pestañas de pantera, labios de vino y traje con mil volantes. Le oigo cantar imitando el acento gitano, y siento como verdaderos los golpes de pecho, el zapateo atronador, los giros desenfrenados, y la música del play-back que parece querer arañar los oídos. Aplaudo como un loco y arrastro a los de mí alrededor. Alguna vez arranco gritos de ¡Viva el Pepsi! Él mira sin ver al fondo de la sala, agacha el cabeza, sincero, y recoge en un abrazo imaginario la ovación, siempre corta, por la impaciente espera de los asiduos para que salga Tania y enseñe las tetas.


Por la mañana todo igual, paredes a enyesar. Si toca alicatado y se queda pegado le grito ¡Una para aquí! ¡Fresquita! y, al momento, Pepsi vuelve en sí y menea la cabeza negando no sé qué.


Fragmento de El laberinto de Noé

© Esteban Gutiérrez Gómez, 2007
Editorial La Tierra Hoy, S.L., 2007

viernes, 15 de febrero de 2008

El laberinto de Noé


Por fin.Ya lo tienen los distribuidores y estoy a la espera de que me confirmen fecha de envío a librerías (ya esta a la venta en algún portal de internet).En general estoy contento de cómo han ido las cosas.La ilustración de la portada, de Luisa Fernández, ha quedado muy bien y a todo el mundo le gusta (mil gracias, Luisa; tú y yo apostamos por él y no nos hemos equivocado). Ni os cuento lo importante que es una portada para un libro; sobre todo para un libro de un autor desconocido. La gente que ha visto la ilustración ha sabido qué era aquello sin necesidad de explicación.
También opinan, en general, que el cambio de título es acertado. Así lo creo yo también.
Los peros son las erratas, pocas pero de peso, por lo menos para mí que me he leído el libro siete u ocho veces y sé lo que escribí. Tenía temor al respecto, no por el trabajo de José Jiménez, mi editor, que por lo que ví era bueno, si no por lo que he podido observar (ahora que me fijo) en los últimos libros que he leído. Dos ejemplos: El Filandón, de Rey Lear, tiene más de tres erratas (nada importante, pero notorias) y El corazón helado, de mi admirada Almudena Grandes, de Tusquets, una que yo sepa, y va por la quinta edición.En unos días, habrá noticias sobre la presentación del libro.

lunes, 4 de febrero de 2008

MIGUEL TORGA: El alma buena de Trás-os-Montes


Me estoy dando cuenta de que me gusta explicar cómo llego a los cuentistas del mes.
Cuando pienso en Miguel Torga, mi boca forma una circunferencia admirativa (la O de ESFERA) que perdura desde hace años, y un sentimiento agradable de afecto me inunda, pero todavía no sé a qué motivo cierto se corresponde.
El caso es que el nombre de Miguel Torga lo leí por primera vez en una entrevista de Manuel Rivas. Lo citaba como una de sus referencias, como una -la más importante quizá- de sus influencias.
Yo, loco por entonces (la bendita vehemencia que origina la pasión) con los libros de relatos de Rivas ¿Qué me quieres amor? y Ella, maldita alma, roto por En salvaje compañía y Los comedores de patatas, me dejé aconsejar y acudí a la biblioteca en busca de algo de Miguel Torga.
Lo primero que leí (no puedo evitarlo, primero los cuentos y luego lo demás), fue un libro de relatos titulado Bichos, un bestiario bellísimo en el que Torga inunda al lector de bondad. La prosa poética de Miguel Torga no me sorprendió porque, igual que Rivas, Torga procedía de la poesía. Sí dibujó la O de mis labios esa afinidad entre los dos escritores, ese sentimiento terroso de que la vida vale lo que vale una buena conversación con un amigo a la puerta de una casa de pueblo.
Es estonces cuando el escritor se me hace personaje y procuro saber algo de él. Nacido en Trás-os-Montes, la comarca más pobre y desolada de Portugal, Miguel Torga surgió años después de haber venido al mundo realmente, porque Miguel Torga es un pseudónimo literario. Su vida fue dura; sus padres eran campesinos sin recursos, lo que le obligó a elegir entre el seminario (único cauce de enseñanza para los pobres) o la huída, y eligió la huida. Con 13 años emigró Brasil y se curtió como persona a las órdenes de un tío suyo que había “hecho las Américas”. De vuelta en Portugal, y a pesar de que aquel tío ejerció durante algún tiempo su mecenazgo, trabajó mientras estudiaba la carrera de medicina. Una vez acabada, ejercició de médico, hasta el día de su muerte, en la tierra que le vio nacer. Estuvo en la cárcel por su inconformismo político y su defensa de la dignidad humana. Fue perseguido, señalado con la cruz de San Andrés, y la censura de la dictadura de Somoza impidió ver la luz de muchos de sus libros, entre ellos uno que denunciaba la represión franquista en España. Recibió el premio Camoens de literatura (equivalente al premio Cervantes) al final de su carrera, en 1990, y es considerado una figura fundamental en la literatura portuguesa. A pesar de eso, Torga huyó siempre del resplandor de la fama hasta su muerte a los 87 años en 1995.
Casi toda su vida la narra él mismo en una obra fundamental que inició en 1937 y acabó a finales de los ochenta, publicada en capítulos a la manera de los fascículos, y que hoy se conoce como La creación del mundo. Esta fue mi segunda lectura.
Pero había más libros de cuentos, traducidos todos por Eloísa Álvarez y publicados en España por Alfaguara. Así me hice con Rua que recoge, con igual lenguaje y efecto, historias urbanas de una ternura y una tremendidad magistrales. Melancolía, lirismo, naturalidad, extrema bondad, todo sacado de dentro, de la caja abisal que contiene los sentimientos del pueblo.
Luego llegué a Cuentos de la montaña y los personajes rurales se convertían en barro de alfarero, en esencia de criaturas. El empleo de las palabras justas para crear el ambiente adecuado a una trama cuasireal. Muy Rivas, muy Torga, tanto monta, monta tanto.
Piedras labradas es el último de los libros de relatos bellos y aparentemente sencillos, que leí de Miguel Torga.
Su descubrimiento hizo que añadiese, una muesca más en mi vara lesbia, allí donde se anotan aquellos autores que merecen tanto la pena, que releerlos no sólo es una obligación sino también un placer.
Así que, acabo de escribir esta reseña en el blog, y busco con la mirada en la estantería de los cuentos. Allí están. Reempezaré por Cuentos de la montaña, y la O que se perfila otra vez en mi rostro, no sé bien el porqué.

Os dejo con “Otoño”, un relato extraído de su libro Piedras Labradas, que contiene una metáfora brillantísima (los raíles…) y esconde en el final una bella declaración de amor. Como siempre, a ver que os parece, cuentistas.


OTOÑO

Paula llevaba un ramo de claveles en la mano.
–¿Qué tomas?
–Un té.
Dejó las flores sobre la mesa de mármol y, mientras su marido hablaba con el camarero, miró de reojo al grupo en el que Alberto, de espaldas, estaba charlando.
–¿Cuánto tiempo tardarás en la modista?
–¡Ah, pues no lo sé! Comprende que es imposible saberlo exactamente…
–Claro. Entonces es mejor que cada uno haga sus cosas por separado.
–Está bien.
–Yo tengo que ir a Correos, a la delegación de hacienda, al Departamento de Medicina legal, a la Secretaría…
Se calló.
Su vida y la de su mujer era paralelas. Nunca se encontrarían.
–¿Te sirvo más?
–No. Gracias.
Se puso también él azúcar, y comenzó a tomarse el café, medio distraído.
–Son bonitos tus claveles… –le dijo finalmente.
–¡Pobrecillos! Hacen lo que pueden… Claveles, en otoño…
Se quedó sin saber exactamente si ella hablaba sólo de los claveles o si había aprovechado aquel pretexto para torturarse.
Y decidió tantear el terreno.
–Las flores tardías tienen una belleza especial… Algo irreductible y melancólico al mismo tiempo… A mí me gustan.
Era precisamente algo irreductible y melancólico lo que ella sentía por Alberto. Un amor desvaído, y a pesar de todo presente, como el color de aquel ramo.
–¡Qué gentileza! Si no tuviese un espejo justo en frente de mí… Así es incluso una crueldad.
Efectivamente, no podía hacerse ninguna ilusión. En el límpido cristal que reflejaba su imagen, todo se había marchitado irremisiblemente. Blanca, gorda, deforme, su figura daba pena.
–Me estaba refiriendo a los claveles.
–¡Ah! Menos mal…
–Claro que eso no quiere decir…
–¡Por favor!
Alberto seguía de espaldas, charlando.
–¿Nos vamos?
–Bueno.
Mientras su marido pagaba la cuenta, se levantó y retocó el pelo. Ya en la calle, al despedirse, él se acordó de repente de que el ramo se había quedado sobre la mesa.
–¿Y los claveles?
–Los he dejado allí.

Piedras labradas
Miguel Torga


Editorial Alfaguara
Colección: Literaturas Páginas: 104-105
Fecha de publicación: 01/1/1992

Género: Cuentos Precio: 11.00 €
ISBN: 8420424803
EAN: 9788420424804
Traducción de Eloísa Álvarez

© Esteban Gutiérrez Gómez, 2008