La enfermedad del lado izquierdo

La enfermedad del lado izquierdo
El destino no está escrito, ¿o sí? ---------- http://laenfermedaddelladoizquierdo.blogspot.com/

También estoy aquí...

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MI BLOG PERSONAL

viernes, 30 de enero de 2009

Un cuento de Hipólito G. Navarro

Hipólito:
Estuviste tremendo, cachondo y apasionado. Lleno hasta la bandera en Tres Rosas Amarillas. No faltaron el vino y las tertulias interesantes. Todos los cuentistas blogueros estaban por allí (y los no blogueros también).

Fue un placer conocerte, Rey de Espadas, cuentista.





Los k

No es muy grande la mesa que aquí tengo. Justo lo suficiente para el ordenador y la impresora, un taco de hojillas para notas, la funda de las gafas..., el bote de los bolígrafos también, la macetilla con el cactus para absorber las radiaciones... y el teléfono éste desde el que le cuento.
Sí, en efecto, ya hace un rato largo que pasó, pero es que usted siempre comunica.
De aquí mismo salieron, de los agujeritos del auricular, uno a uno, muy despacio, como si disimularan. Luego fueron entrando por la rejilla de ventilación del aparato, también en fila india y en silencio, como la otra vez. Se pudo ver enseguida cómo algunos atravesaban por la pantalla apagada, escarbando desde dentro, con una intermitencia de iconos desquiciados, mientras otros aparecían de súbito, sin apenas transición, por la bandeja de salida de papel de la impresora.
Tan sólo unos cuantos, de intenciones menos cibernéticas, bajaron directamente a la mesa. Impunes y envalentonados, estuvieron recorriendo cada una de las púas del cactus, el interior de la funda de las gafas, la mullida y confortable brevedad de la gamuza amarilla que en otro tiempo utilicé para limpiar las lentes. Incluso un par de ellos se colaron por el agujerito del mechero, y a través de la rosa transparencia se los podía ver como nadando en el gas, que es líquido sin embargo, como sabe.
¿El total? Tres o cuatro docenas como mucho. No me explico cómo han logrado convencer a los millones que albergaba el aparato, y llevárselos a todos.
Así que esta vez, y por favor, nada de ampliaciones de memoria ni de placas añadidas. Mejor será que me instale un disco duro todavía mayor, si acaso un disco externo adicional para estas emergencias. Ya ve lo fácil que ha sido quedarse de nuevo sin los puñeteros megas. No es que el aparato se quede pequeño, desfasado, como usted profetizó; se ha quedado en blanco, encefalograma plano así ataque las teclas en plan Stravinsky intentando recuperar algún archivo.
Que con esos archivos pasa como con las abuelas, que más tarde o más temprano se queda uno sin ellas, eso también me lo dijo la otra vez. Se repite usted, amigo. Hace mucho ya que yo no tengo abuelas. A una no llegué ni a conocerla.
Y que me ponga del lado de los k. Eso también. No seré yo precisamente quien deje de considerar como bastante razonable y hasta justificado su abandono. Nadie mejor para conocer de primera mano mi producción, la que luego se hace pública..., y también la otra. Una novela entera perdí en la otra ocasión. ¿Se ríe? Bueno, sí, tendría que reírme de nuevo un poco yo también. La pérdida de una novela a medio escribir es la mejor oportunidad que se le presenta a uno para lloriquear por un motivo verdaderamente absurdo, una alegría exquisita que no se da todos los días. Transcurrido un tiempo, además, el suceso termina por convertirse en una lección soberbia, de lo más edificante: verifica uno que las novelas las pierde uno y sólo uno, y no, como en algunos momentos me hubiese cabido suponer, que las está perdiendo la historia de la literatura o, todavía más, la literatura misma...
Usted tardará semanas en poder atenderme. Me lo estaba viendo venir. De todas formas apúntelo en su agenda: fulanito ge punto de tal se quedó otra vez sin megas. Si usted, que es un buen técnico, en alguna de sus reparaciones se los encontrara y corrobora que en efecto son los míos y no otros, me los manda con una buena bronca, haciéndoles los cargos.
Vía módem, estamos okey, de acuerdo; dejo la línea abierta. Le pago con tarjeta.
Un momento, un momento: he llamado mesa a esta torpe composición, a su basto acabado: un tablero sin pulir sobre dos cajoneras macizadas de libros por un lado y un caballete a punto de vencerse por el otro. Es no obstante la mesa que me sirve. Diga a su hermano, pues, que se venga con la lija cuanto antes. La mesa ha quedado que da pena. Defecan mucho, encima, los malditos k.

miércoles, 28 de enero de 2009

Hipólito G. Navarro: Esta vez no me lo voy a perder













El próximo jueves 29 de enero, a las 20 horas, la Librería tres rosas amarillas y la editorial Páginas de Espuma te invitan a la presentación del libro EL PEZ VOLADOR del escritor HIPÓLITO G. NAVARRO, quien estará acompañado por Juan Casamayor, Javier Sáez de Ibarra y una tropa de incondicionales del mayor prestidigitador español del cuento. El cielo de Tres rosas amarillas surcado de peces voladores y, el suelo, de cuentistas nadando contracorriente en las aguas de la cordura. ¿Te lo vas a perder?

Librería tres rosas amarillas
San Vicente Ferrer, 34
915 228 108
Que se prepare, que nos vamos a reir un rato. Vamos a buscar al grafista del cartel hasta debajo de la palmera. De ésta no sale. Habráse visto. Pintar de azul a Poli. Vale que es algo extraño, vale lo del ga-ga, vale que hace falta meterse mucho en el mundo de sus cuentos, vale que nos de envidia (sana, por supuesto y, en ese caso, lo pintaríamos de verde), pero pintarlo de azul, como a un pitufo. Ya le vale.

sábado, 24 de enero de 2009

Babelia: Viene a cuento














Hoy en Babelia, el suplemento cultural del periódico El País, un especial sobre el cuento muy completo y, a mi jucio, muy buen reportaje sobre la salud del cuento como género literario en la actualidad.

Elogio del cuento por Alberto Manguel

Cuentos infinitos por Cristina Fernández Cubas



Regreso a casa por WINSTON MANRIQUE SABOGAL
El relato vive una renovación y una revaloración en España. Autores, editoriales y lectores empiezan a recuperar la tradición de un género que tiene en esta época de celeridad y ciberespacio su mejor aliado

La tradición española por José María Merino



Los hijos de Poe por Fernando Savater
Sus relatos son artefactos lógicos, de precisión clínica, y en ellos cada acontecimiento y cada detalle se encaminan a producir un efecto único y traumático.



Relatos universales que no hay que perderse
Escritores, editores y libreros que han participado en este especial sobre el renacer y la nueva valoración del cuento en España comparten con los lectores títulos de sus cuentos favoritos en español y otras lenguas.

lunes, 19 de enero de 2009

Edgar Allan Poe : Un cuento por su aniversario


La máscara de la muerte roja



La "Muerte Roja" había devastado el país durante largo tiempo. Jamás una peste había sido tan fatal y tan espantosa. La sangre era encarnación y su sello: el rojo y el horror de la sangre. Comenzaba con agudos dolores, un vértigo repentino, y luego los poros sangraban y sobrevenía la muerte. Las manchas escarlata en el cuerpo y la cara de la víctima eran el bando de la peste, que la aislaba de toda ayuda y de toda simpatía, y la invasión, progreso y fin de la enfermedad se cumplían en media hora.
Pero el príncipe Próspero era feliz, intrépido y sagaz. Cuando sus dominios quedaron semidespoblados llamó a su lado a mil caballeros y damas de su corte, y se retiró con ellos al seguro encierro de una de sus abadías fortificadas. Era ésta de amplia y magnífica construcción y había sido creada por el excéntrico aunque majestuoso gusto del príncipe. Una sólida y altísima muralla la circundaba. Las puertas de la muralla eran de hierro. Una vez adentro, los cortesanos trajeron fraguas y pesados martillos y soldaron los cerrojos. Habían resuelto no dejar ninguna vía de ingreso o de salida a los súbitos impulsos de la desesperación o del frenesí. La abadía estaba ampliamente aprovisionada. Con precauciones semejantes, los cortesanos podían desafiar el contagio. Que el mundo exterior se las arreglara por su cuenta; entretanto era una locura afligirse. El príncipe había reunido todo lo necesario para los placeres. Había bufones, improvisadores, bailarines y músicos; había hermosura y vino. Todo eso y la seguridad estaban del lado de adentro. Afuera estaba la Muerte Roja.
Al cumplirse el quinto o sexto mes de su reclusión, y cuando la peste hacía los más terribles estragos, el príncipe Próspero ofreció a sus mil amigos un baile de máscaras de la más insólita magnificencia.
Aquella mascarada era un cuadro voluptuoso, pero permitan que antes les describa los salones donde se celebraba. Eran siete -una serie imperial de estancias-. En la mayoría de los palacios, la sucesión de salones forma una larga galería en línea recta, pues las dobles puertas se abren hasta adosarse a las paredes, permitiendo que la vista alcance la totalidad de la galería. Pero aquí se trataba de algo muy distinto, como cabía esperar del amor del príncipe por lo extraño. Las estancias se hallaban dispuestas con tal irregularidad que la visión no podía abarcar más de una a la vez. Cada veinte o treinta metros había un brusco recodo, y en cada uno nacía un nuevo efecto. A derecha e izquierda, en mitad de la pared, una alta y estrecha ventana gótica daba a un corredor cerrado que seguía el contorno de la serie de salones. Las ventanas tenían vitrales cuya coloración variaba con el tono dominante de la decoración del aposento. Si, por ejemplo, la cámara de la extremidad oriental tenía tapicerías azules, vívidamente azules eran sus ventanas. La segunda estancia ostentaba tapicerías y ornamentos purpúreos, y aquí los vitrales eran púrpura. La tercera era enteramente verde, y lo mismo los cristales. La cuarta había sido decorada e iluminada con tono naranja; la quinta, con blanco; la sexta, con violeta. El séptimo aposento aparecía completamente cubierto de colgaduras de terciopelo negro, que abarcaban el techo y la paredes, cayendo en pliegues sobre una alfombra del mismo material y tonalidad. Pero en esta cámara el color de las ventanas no correspondía a la decoración. Los cristales eran escarlata, tenían un color de sangre.
A pesar de la profusión de ornamentos de oro que aparecían aquí y allá o colgaban de los techos, en aquellas siete estancias no había lámparas ni candelabros. Las cámaras no estaban iluminadas con bujías o arañas. Pero en los corredores paralelos a la galería, y opuestos a cada ventana, se alzaban pesados trípodes que sostenían un ígneo brasero cuyos rayos se proyectaban a través de los cristales teñidos e iluminaban brillantemente cada estancia. Producían en esa forma multitud de resplandores tan vivos como fantásticos. Pero en la cámara del poniente, la cámara negra, el fuego que a través de los cristales de color de sangre se derramaba sobre las sombrías colgaduras, producía un efecto terriblemente siniestro, y daba una coloración tan extraña a los rostros de quienes penetraban en ella, que pocos eran lo bastante audaces para poner allí los pies. En este aposento, contra la pared del poniente, se apoyaba un gigantesco reloj de ébano. Su péndulo se balanceaba con un resonar sordo, pesado, monótono; y cuando el minutero había completado su circuito y la hora iba a sonar, de las entrañas de bronce del mecanismo nacía un tañido claro y resonante, lleno de música; mas su tono y su énfasis eran tales que, a cada hora, los músicos de la orquesta se veían obligados a interrumpir momentáneamente su ejecución para escuchar el sonido, y las parejas danzantes cesaban por fuerza sus evoluciones; durante un momento, en aquella alegre sociedad reinaba el desconcierto; y, mientras aún resonaban los tañidos del reloj, era posible observar que los más atolondrados palidecían y los de más edad y reflexión se pasaban la mano por la frente, como si se entregaran a una confusa meditación o a un ensueño. Pero apenas los ecos cesaban del todo, livianas risas nacían en la asamblea; los músicos se miraban entre sí, como sonriendo de su insensata nerviosidad, mientras se prometían en voz baja que el siguiente tañido del reloj no provocaría en ellos una emoción semejante. Mas, al cabo de sesenta y tres mil seiscientos segundos del Tiempo que huye, el reloj daba otra vez la hora, y otra vez nacían el desconcierto, el temblor y la meditación.
Pese a ello, la fiesta era alegre y magnífica. El príncipe tenía gustos singulares. Sus ojos se mostraban especialmente sensibles a los colores y sus efectos. Desdeñaba los caprichos de la mera moda. Sus planes eran audaces y ardientes, sus concepciones brillaban con bárbaro esplendor. Algunos podrían haber creído que estaba loco. Sus cortesanos sentían que no era así. Era necesario oírlo, verlo y tocarlo para tener la seguridad de que no lo estaba. El príncipe se había ocupado personalmente de gran parte de la decoración de las siete salas destinadas a la gran fiesta, su gusto había guiado la elección de los disfraces.
Grotescos eran éstos, a no dudarlo. Reinaba en ellos el brillo, el esplendor, lo picante y lo fantasmagórico. Veíanse figuras de arabesco, con siluetas y atuendos incongruentes, veíanse fantasías delirantes, como las que aman los locos. En verdad, en aquellas siete cámaras se movía, de un lado a otro, una multitud de sueños. Y aquellos sueños se contorsionaban en todas partes, cambiando de color al pasar por los aposentos, y haciendo que la extraña música de la orquesta pareciera el eco de sus pasos.
Mas otra vez tañe el reloj que se alza en el aposento de terciopelo. Por un momento todo queda inmóvil; todo es silencio, salvo la voz del reloj. Los sueños están helados, rígidos en sus posturas. Pero los ecos del tañido se pierden -apenas han durado un instante- y una risa ligera, a medias sofocada, flota tras ellos en su fuga. Otra vez crece la música, viven los sueños, contorsionándose al pasar por las ventanas, por las cuales irrumpen los rayos de los trípodes. Mas en la cámara que da al oeste ninguna máscara se aventura, pues la noche avanza y una luz más roja se filtra por los cristales de color de sangre; aterradora es la tiniebla de las colgaduras negras; y, para aquél cuyo pie se pose en la sombría alfombra, brota del reloj de ébano un ahogado resonar mucho más solemne que los que alcanzan a oír las máscaras entregadas a la lejana alegría de las otras estancias.
Congregábase densa multitud en estas últimas, donde afiebradamente latía el corazón de la vida. Continuaba la fiesta en su torbellino hasta el momento en que comenzaron a oírse los tañidos del reloj anunciando la medianoche. Calló entonces la música, como ya he dicho, y las evoluciones de los que bailaban se interrumpieron; y como antes, se produjo en todo una cesacion angustiosa. Mas esta vez el reloj debía tañer doce campanadas, y quizá por eso ocurrió que los pensamientos invadieron en mayor número las meditaciones de aquellos que reflexionaban entre la multitud entregada a la fiesta. Y quizá también por eso ocurrió que, antes de que los últimos ecos del carrillón se hubieran hundido en el silencio, muchos de los concurrentes tuvieron tiempo para advertir la presencia de una figura enmascarada que hasta entonces no había llamado la atención de nadie. Y, habiendo corrido en un susurro la noticia de aquella nueva presencia, alzóse al final un rumor que expresaba desaprobación, sorpresa y, finalmente, espanto, horror y repugnancia. En una asamblea de fantasmas como la que acabo de describir es de imaginar que una aparición ordinaria no hubiera provocado semejante conmoción. El desenfreno de aquella mascarada no tenía límites, pero la figura en cuestión lo ultrapasaba e iba incluso más allá de lo que el liberal criterio del príncipe toleraba. En el corazón de los más temerarios hay cuerdas que no pueden tocarse sin emoción. Aún el más relajado de los seres, para quien la vida y la muerte son igualmente un juego, sabe que hay cosas con las cuales no se puede jugar. Los concurrentes parecían sentir en lo más hondo que el traje y la apariencia del desconocido no revelaban ni ingenio ni decoro. Su figura, alta y flaca, estaba envuelta de la cabeza a los pies en una mortaja. La máscara que ocultaba el rostro se parecía de tal manera al semblante de un cadáver ya rígido, que el escrutinio más detallado se habría visto en dificultades para descubrir el engaño. Cierto, aquella frenética concurrencia podía tolerar, si no aprobar, semejante disfraz. Pero el enmascarado se había atrevido a asumir las apariencias de la Muerte Roja. Su mortaja estaba salpicada de sangre, y su amplia frente, así como el rostro, aparecían manchados por el horror escarlata.
Cuando los ojos del príncipe Próspero cayeron sobre la espectral imagen (que ahora, con un movimiento lento y solemne como para dar relieve a su papel, se paseaba entre los bailarines), convulsionóse en el primer momento con un estremecimiento de terror o de disgusto; pero inmediatamente su frente enrojeció de rabia.
-¿Quién se atreve -preguntó, con voz ronca, a los cortesanos que lo rodeaban-, quién se atreve a insultarnos con esta burla blasfematoria? ¡Apodérense de él y desenmascárenlo, para que sepamos a quién vamos a ahorcar al alba en las almenas!
Al pronunciar estas palabras, el príncipe Próspero se hallaba en el aposento del este, el aposento azul. Sus acentos resonaron alta y claramente en las siete estancias, pues el príncipe era hombre temerario y robusto, y la música acababa de cesar a una señal de su mano.
Con un grupo de pálidos cortesanos a su lado hallábase el príncipe en el aposento azul. Apenas hubo hablado, los presentes hicieron un movimiento en dirección al intruso, quien, en ese instante, se hallaba a su alcance y se acercaba al príncipe con paso sereno y cuidadoso. Mas la indecible aprensión que la insana apariencia de enmascarado había producido en los cortesanos impidió que nadie alzara la mano para detenerlo; y así, sin impedimentos, pasó éste a un metro del príncipe, y, mientras la vasta concurrencia retrocedía en un solo impulso hasta pegarse a las paredes, siguió andando ininterrumpidamente pero con el mismo y solemne paso que desde el principio lo había distinguido. Y de la cámara azul pasó la púrpura, de la púrpura a la verde, de la verde a la anaranjada, desde ésta a la blanca y de allí, a la violeta antes de que nadie se hubiera decidido a detenerlo. Mas entonces el príncipe Próspero, enloquecido por la ira y la vergüenza de su momentánea cobardía, se lanzó a la carrera a través de los seis aposentos, sin que nadie lo siguiera por el mortal terror que a todos paralizaba. Puñal en mano, acercóse impetuosamente hasta llegar a tres o cuatro pasos de la figura, que seguía alejándose, cuando ésta, al alcanzar el extremo del aposento de terciopelo, se volvió de golpe y enfrentó a su perseguidor. Oyóse un agudo grito, mientras el puñal caía resplandeciente sobre la negra alfombra, y el príncipe Próspero se desplomaba muerto. Poseídos por el terrible coraje de la desesperación, numerosas máscaras se lanzaron al aposento negro; pero, al apoderarse del desconocido, cuya alta figura permanecía erecta e inmóvil a la sombra del reloj de ébano, retrocedieron con inexpresable horror al descubrir que el sudario y la máscara cadavérica que con tanta rudeza habían aferrado no contenían ninguna figura tangible.
Y entonces reconocieron la presencia de la Muerte Roja. Había venido como un ladrón en la noche. Y uno por uno cayeron los convidados en las salas de orgía manchadas de sangre y cada uno murió en la desesperada actitud de su caida. Y la vida del reloj de ébano se apagó con la del último de aquellos alegres seres. Y las llamas de los trípodes expiraron. Y las tinieblas, y la corrupción, y la Muerte Roja lo dominaron todo.

viernes, 16 de enero de 2009

Revista Palabras diversas



Revista bimestral en español de literatura y creación literaria.
Incluye una reseña de El Laberinto de Noé.
Para empezar a leer, hacer clic en la imágen.

La noche de Poe

El próximo lunes 19 de enero se cumplen doscientos años del nacimiento del escritor norteamericano Edgar Allan Poe (1808-1849). Para celebrar la onomástica de uno de los padres del relato corto, la editorial Páginas de Espuma, la librería tres rosas amarillas y Escuela de Escritores organizarán durante LA NOCHE DEL SÁBADO 17 DE ENERO una lectura “nocturna y terrorífica” de los cuentos de Poe. El acto contará con la presencia de algunos de los autores que han participado en la edición comentada de los Cuentos completos de Poe, editada por Páginas de Espuma, y se celebrará en la librería madrileña Tres Rosas Amarillas (C/San Vicente Ferrer, 34) a partir de las 20:00 horas. Durante la velada también se celebrará una fiesta de disfraces cuya temática serán los personajes del autor de El cuervo.



NOCHE
DEL
SÁBADO 17
DE
ENERO
EN
LA
LIBRERÍA
TRES ROSAS AMARILLAS

jueves, 15 de enero de 2009

Revista El sofá rojo, Nº1

El primer número de una revista hermana dedicada en exlusiva al cuento.
Busca colaboradores y es un proyecto honesto, independiente de escuelas creativas, editoriales y críticos al uso.
Larga vida.

Revista Narrativas Nº12 Enero-marzo 2009


miércoles, 14 de enero de 2009

El rey, el cirujano y el sufí (cuento anónimo)

En la antigüedad, un rey de Tartaria estaba paseando con algunos de sus nobles. Al lado del camino se encontraba un Abdal (un sufí errante), quien exclamó:
-Le daré un buen consejo a quienquiera que me pague cien dinares.
El Rey se detuvo y dijo:
-Abdal, ¿cuál es ese buen consejo que me darás a cambio de cien dinares?
-Señor -respondió el Abdal-, ordena que se me entregue dicha suma y te daré el consejo inmediatamente.
El Rey así lo hizo, esperando escuchar algo extraordinario.
El sufí le dijo:
-Este es mi consejo: nunca comiences nada sin que antes hayas reflexionado cuál será el final de ello.
Ante estas palabras, los nobles y todos los presentes estallaron en carcajadas, diciendo que el Abdal había sido listo al pedir el dinero por adelantado. Pero el Rey dijo:
-No tienen motivo para reírse del buen consejo que este Abdal me ha dado. Nadie ignora que deberíamos reflexionar antes de hacer cualquier cosa. Sin embargo, diariamente somos culpables de no recordarlo y las consecuencias son nefastas. Aprecio mucho este consejo del derviche.
Así, el Rey decidió recordar siempre el consejo y ordenó que fuese escrito en las paredes con letras de oro, e incluso grabadas en su vajilla de plata.
Poco después, un intrigante concibió la idea de matar al Rey. Sobornó al cirujano real con la promesa de nombrarlo primer ministro si clavaba una lanceta envenenada en el brazo del Rey. Cuando llegó el momento de extraer sangre al Rey, se colocó una jofaina para recoger la sangre. De repente, el cirujano vio las palabras grabadas allí: Nunca comiences nada sin que antes hayas reflexionado cuál será el final de ello. Fue entonces cuando el cirujano se dio cuenta de que, si el intrigante se convertía en rey, lo primero que haría sería ejecutarlo, y así no necesitaría cumplir su compromiso. El Rey, viendo que el cirujano estaba temblando, le preguntó que le ocurría, y éste le confesó la verdad inmediatamente.
El autor de la intriga fue capturado; el Rey reunió a todas las personas que habían estado presentes cuando el Abdal le dio el consejo, y les dijo:
-¿Todavía se ríen del derviche?

miércoles, 7 de enero de 2009

La polla más grande del mundo (y otros 69 cuentos)


Patxi Irurzun (Iruña, 1969) fue el primer cuentista del mes en este Laberinto y, lo que es más, fue el primer post de este blog dedicado al cuento. ¿Por qué? Porque leí uno de los cuentos de este libro y me quedé de piedra; porque luego buceé en Internet y descubrí una serie de cuentos que me mostraban a un hombre sensible, cachondo, irónico (inteligente, pues) y comprometido (socialmente, ¿o debería decir antisocialmente?), un cuarto de cada, que conforman un narrador singular.

Como dice nuestro común amigo David González en el prólogo, en este libro de cuentos tienen cabida desde tiernas historias de amor (achispadas con esa gota de esencia del autor) hasta realismo sucio del más abismal; tiene cuentos inmersos en la corriente del realismo mágico del boom latinoamericano y cuentos de pura denuncia social (crítica irónica).

Es curioso lo que podemos saber de un autor al leer sus narraciones porque, aunque él diga no ser autobiográficos, muchos de estos cuentos destilan humores (generalmente etílicos) de su infancia y juventud.

No busque el lector una unidad temática en este libro de cuentos, no la hay. El lector debe prepararse para saltar de un relato con crítica social a otro colmado de ironía y desde éste a uno que versa sobre la infancia y acabar en uno completamente subversivo. Eso si no se dan los cuatro elementos a la vez (como, por ejemplo, en “Retrato de familia” o en “La ciudad del futuro”).

Me gustan especialmente varios relatos (no loas enumero todos): “El pan nuestro de cada día”, “Anticuento de navidad número un millón”, “La leyenda del perro errante”, “B.S.O.”, “Buzón de voz”, “Ángeles en el infierno”, “Melancolía otoñal” o, el antes mencionado, “Retrato de familia”. Cada uno tiene algo de lo que busco en un buen cuento, un alma propia que comulga cuando lo leo con la mía.

La polla más grande del mundo (y otros 69 cuentos) es un libro recomendable, divertido, desengrasante; que muestra a un narrador muy inteligente, que domina recursos propios del cuento, que encuentra el tono apropiado que atribuir al narrador en cada relato, y que no duda en poner la ironía y el cachondeo al servicio de la causa en iguales proporciones a las de la sensibilidad melancólica de los recuerdos en otros cuentos.

Antes de terminar de hablar de este libro debo desvelar una obsesión que puede que ni el mismo Patxi sepa que tiene. Se trata de la “Chica del tiempo”, esa maciza que enfocan siempre de muslos hacia arriba, con buenas peras y ceñido pantalón.
A Patxi le pone. A quién no.

© Esteban Gutiérrez Gómez, (BACØ), 2009

EL PAN NUESTRO DE CADA DÍA
Zarraluki es un pueblo pequeño, situado en lo más profundo del
corazón de un valle de alta montaña, hasta el que sólo es posible
llegar a través de carreteras secundarias, caminos o pistas forestales
que se retuercen y estrechan como una maraña de lombrices. Cada
lunes, si el pueblo no ha quedado aislado por la nieve, una furgoneta
recorre el valle y reparte el correo, los periódicos... En Zarraluki
el atentado de las Torres Gemelas ocurrió el 17 de septiembre, pero
el pan que comen es calentito, crujiente, del día. Casi siempre. En
Zarraluki hay una panadería, seis niños y una maestra y un panadero
que son novios. Casi siempre. A veces esta pareja discute y Txema,
el panadero, se encierra en su casa y echa la persiana de su tienda
hasta que no se reconcilia con Julia, la maestra. Txema, el panadero,
es todo un profesional y no se cree esas novelas de realismo
mágico hispanoamericano de segunda hornada en las que se amasan
magdalenas con lágrimas, ni que éstas después se convierten en
animalitos en los corazones de quienes las comen. Txema lo que
cree es que su trabajo es muy serio, tan serio que para hacerlo bien
debe estar concentrado. Txema sabe que si abriera su tienda cuando
discute con Julia su pan no sería el mismo, que necesita equilibrio
en su vida para que los ingredientes, el tiempo de cocción,
también se equilibren, y que de no ser así sus clientes se sentirían
defraudados. En el fondo Txema, sin saberlo, piensa lo mismo que
esos narradores hispanoaméricanos, y en el pueblo sucede lo mismo que en sus novelas, pues las riñas de esta pareja alteran por
completo desde la dieta alimenticia de todos los zarralukitarras,
hasta su estado de ánimo.
Por ejemplo a Julia, cuando riñe con el panadero se le avinagra
el carácter y condimenta con él una ensalada de deberes para
los seis niños del pueblo que los extravía por las capitales de Asia o
pone a cocer en la cazuela de una división de once cifras sus risas
infantiles. A los zarralukitarras les gusta oír el eco de las carcajadas
de sus seis niños en las calles del pueblo porque cuando Txema y
Julia discuten en las calles de Zarraluki en lugar de esas risas sólo se
escucha un viento frío que silba como una serpiente venenosa, y dentro
de las casas el pálpito, cada vez más lento, de los corazones asustados
de los mayores, que oyen acercarse en pantunflas a la muerte
arrastrando de su mano a sus padres, y a los padres de sus padres con
su árbol genealógico hecho un hatillo de ramas a la espalda.
La panadería de Txema es, además, bar y estanco y cuando él
y su novia discuten los zarralukitarras ni siquiera pueden ver esfumarse
todo ese terror en las volutas de un cigarrillo o ahogarlo al
fondo de unos vasos de vino, con lo cual las habitualmente cordiales
relaciones entre los vecinos se vuelven extrañas, y en cada familia
resucitan fantasmas que se sientan junto a la chimenea y cuentan
historias de viejas disputas familiares por las tierras o de asesinatos
y venganzas en guerras civiles.
En pocas ocasiones, por tanto, una pareja dispone de tantas
personas dispuestas a solucionar sus crisis como esta. Cuando Txema
y Julia discuten los zarralukitarras cortan las flores más lozanas de
sus invernaderos y las envían a la casa de la maestra, o recolectan la
miel más dulce de sus panales y la dejan a la puerta de la del panadero.
Txema y Julia saben que son ellos y no su pareja quien lo
hace, y a veces incluso hasta les indigna la idea de que su relación
afecte de esa manera a tantas personas, que todas ellas puedan asomarse
de una manera tan indiscreta a la misma, pero en el fondo se
quieren y siempre terminan por reconciliarse, y es de esta manera cómo Txema vuelve a abrir su tienda, y los zarralukitarras salen de
sus casas, y los fantasmas y la muerte en pantunflas regresan a las
suyas, y en las calles del pueblo se escuchan de nuevo las risas de
los niños.
Zarraluki, en definitiva, es un pueblo que parece pertenecer
a otro mundo, pues su vida depende por completo del amor.

Patxi Irurzun, Pamplona (1969), es autor de los libros de cuentos, "Cuentos de color gris" (Ayuntamiento de Palencia, 1989), y Cuentos sanfermineros (Altaffaylla, 2005), las novelas Odio enamorado (Ediciones Idea, 2007), "Cuestión de supervivencia" (Altafaylla , 1998) y "Ciudad Retrete" (Txalaparta, 2002) y del minilibro "El cangrejo valiente" (La Olla Express, Barcelona, 2004). Ha participado en las antologías Cuentos de fútbol 2 (Mondadori, 2006, en italiano), "Cuentistas" (Ateneo Obrero de Gijón, 2004), El Aspersor (Radio Nacional de España, 2004), Golpes. Ficciones de la crueldad social (DVD, 2004), Miradas, ecos y reflejos... del zapatismo a la utopía y viceversa (CGT, 2004) y "El Quijote. Instrucciones de uso (e.d.a. 2006) También ha escrito una guía de viajes sobre La Habana, los textos para el libro de fotografías "El Bulevar del Zope" de Joseba Zabalza, los guiones del album de comic "A Chankete le olía el aliento" de Juan Kalvellido y varias biografías de personajes históricos para niños. Es autor del reportaje "El mural mágico", traducido a diferentes idiomas (CGT, 2004) Ha publicado cientos de colaboraciones en diferentes medios: El Canto de la Tripulación, El Europeo, Rolling Stone, Gara (donde escribió durante cinco años una popular columna), Dominical, Mono Gráfico, Vinalia Trippers, La Jornada, Guía del niño, ADN, El País, Fabula, Kastelló, L,enterao... Ha ganado diferentes premios, como "El Viajero", de El País-Aguilar, el "Ciudad de Palencia" o el Francisco Yndurain de las letras para autores jóvenes (2003) y el Premio a la Creación Literaria 2004 del Gobierno de Navarra, con un libro, "Atrapados en el paraíso" en el que narra su experiencia personal en el vertedero de Payatas, en Manila. Edita la revista literaria Borraska.

lunes, 5 de enero de 2009

La biblioteca imaginaria

LA BIBLIOTECA IMAGINARIA
Novedades a fecha 5/1/2009

Esperando que el año 2009 haya comenzado de forma excelente para todos los amigos de la buena literatura, y que los Reyes Magos se porten bien con todos, aquí van las primeras novedades del año:

- CONVERSACIÓN EN DIFERIDO CON ÓSCAR ESQUIVIAS.
- La marca de Creta, de Óscar Esquivias, reseña escrita por Cristina Monteoliva.
- Ventajas de viajar en tren, de Antonio Orejudo, reseña escrita por Raúl Rubio Millares.
- Lenguas vivas, de Lola López Mondéjar, reseña escrita por José Cruz Cabrerizo.
- Bailando en la oscuridad, de Maureen Lee, reseña escrita por Cristina Monteoliva.
- Nuevos enlaces.

sábado, 3 de enero de 2009

No hay excusas


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CABALLOS (relato inédito)

Habíamos estado dando un paseo por el bosque. Durante el verano se estiraban las ramas del hayedo cubriendo con su inmenso manto la tierra a la que protegen, una tierra revestida de hojas acuosas caídas durante los pasados otoños. A pesar del calor, dentro del hayedo se estaba bien. La humedad mantenía fresco el musgo y cubría de verdín los troncos en la umbría. Me gustaba hacer esa travesía todos los años con papá.
Desde muy pequeño el hayedo se me aparecía como el bosque donde debían habitar las brujas. Era para mí un sitio misterioso, mágico, hechizado.
Papá para hacer más agradable la subida desde el valle, me narraba historias que sobre él se contaban. Mi preferida era la de los caballos salvajes que vivían en la espesura del bosque: todos decían que los oían pero nadie los había visto nunca. Bueno mi padre y yo si los hemos visto.
Un día los oímos bufar al otro lado de las zarzas, y patear el suelo. Incluso vimos como se movían las ramas bajas de los abetos. Papá me preguntó si quería ver los caballos y yo por supuesto dije que sí. Si, dijo él, ya es hora que descubras algunas cosas de la vida. Estiró los chubasqueros en el suelo en medio del sendero y nos tumbamos en ellos. Cierra los ojos y no los abras hasta que yo te lo diga, me dijo sujetándome el pecho con su brazo. Estuvimos un buen rato con los ojos cerrados tumbados en medio del camino. No se oía nada más que el vuelo de alguna de las aves del bosque. Aguanta, me dijo, que falta poco ya verás. Entonces sentí que el suelo se movía. Estate quieto y no abras los ojos todavía, susurró presionando algo más su brazo. Estaban allí. Los podía sentir: su respiración caliente sobre mi cara y su olor a barro. Ahora, escuché, y abrí los ojos. Me asusté un poco al verlos encima de nosotros. Papá me esta mirando y con un suave cerrar de pestañas me tranquilizó.
–¿Qué bonitos verdad? –dijo mientras volvía la cabeza hacia ellos.
Sí eran bonitos. Tenían mucho pelo negro en las crines y en la cola. Eran unos cinco o seis, todos de color pardo oscuro. Estaban tranquilos. Intenté incorporarme para verlos mejor y entonces, lentamente, empezaron a formar una fila y se internaron de nuevo en el bosque.

Años después descubrí el secreto de papá: por supuesto que la gente había visto los caballos, sólo había que ofrecerles un poco de sal en la palma de la mano para atraerlos.
Pero ese día papá y yo hicimos magia.






















El 1 de enero, como todos los primeros días del año, acudí a mi santuario en la sierra de Madrid. Jamás lo había visto así de expresivo, tan lleno de belleza, con girones de niebla enganchados entre los pinos, con el agua del deshielo corriendo en cascadas desde los neveros, con los líquenes y el musgo cubriendo las piedras y los árboles como si me encontrase en un bosque del terciario, con la humedad máxima en el ambiente que producía un chispear brillante en el paisaje.
Tan sólo me encontré en el camino con unos caballos que pastaban mansamente en un claro del bosque cubierto de nieve y niebla.
Entonces recordé el relato que acabáis de leer.
Sirva como homenaje a la naturaleza que es capaz de crear tantas sensaciones placenteras en el alma.

Texto: Esteban Gutiérrez Gómez, 2006
Foto: Robert. (http://coloresygrises.blogspot.com/). Gracias.