La enfermedad del lado izquierdo

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El destino no está escrito, ¿o sí? ---------- http://laenfermedaddelladoizquierdo.blogspot.com/

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MI BLOG PERSONAL

martes, 6 de mayo de 2008

El cuentista del mes MANUEL RIVAS (I): ¿QUÉ ME QUIERES AMOR?

Tarde o temprano tendría que colgar algo de Manuel Rivas. El gallego es, en mi opinión, uno de los máximos exponentes del cuento moderno en castellano y, por supuesto, el mejor escritor gallego. Manuel Rivas, procedente de la poesía (como Julio Llamazares) imprime a su prosa un tono poético envuelto en metáforas y una melancolía propia del país de la saudade. Manuel Rivas no se conforma con eso y busca el juego con el lector, en la forma y en el contenido, como discípulo aventajado de Cortázar. Su novela El lápiz del carpintero, o su excelente cuento largo En salvaje compañía, confirman ese juego. Todo ello (prosa poética, melancolía, atrevimiento literario con gruesas pinceladas de realismo mágico) comporta unas lecturas obligatorias para todo amante del género corto.
No voy a escribir hoy, aunque esa era mi intención primera, de Ella, maldita alma. Al ir a buscar el libro en los anaqueles del cuento en mi biblioteca, observo su ausencia. No puedo por menos que pensar quién fue la última persona que estuvo en casa y no se lo había leído, puesto que es el libro que más regalo, incluso de mis propias lecturas.
Pero no tiene importancia, si Ella, maldita alma es para mí un libro de cuentos sublime, ¿Qué me quieres, amor?, el libro de cuentos del que escribiré este mes, no le va a la zaga. Fue, además, Premio Nacional de Narrativa en 1996.
¿Qué me quieres, amor? Contiene un racimo de obras maestras del género. La más conocida, por haber sido llevada al cine con éxito es “La lengua de las mariposas”, relato que fundamenta la historia central de la película del mismo nombre dirigida por Jose Luis Cuerda, la del maestro republicano represaliado interpretado por Fernando Fernán Gómez y la del niño Moncho, apodado Pardal, que ve la luz del mundo por primera vez acompañado de las enseñanzas del maestro y, es precisamente esa perspectiva infantil, la que utiliza Manuel Rivas para narrar toda la historia. A tener en cuenta que otros dos relatos “Un saxo en la niebla” y “Carmiña” también forman parte de la trama argumental de la película.
Todos son relatos de terruño, de personas bien almadas; relatos rescatados del recuerdo en las recónditas aldeas gallegas, o irlandesas, en cualquier caso, celtas; o relatos extraídos del tiempo y del barrio coruñes actual en que fueron escritos. Relatos de mi generación, como “El Mister & Iron Maiden”, en la que Rivas utiliza con maestría una situación posiblemente verídica para llegar de lo abstracto a lo concreto (de Arsenio Iglesias, entrenador del Superdepor de entonces, al padre del chaval que al otro lado de la televisión pide la jubilación del entrenador y, sin saberlo, la de su padre percebeiro) y situarnos ante una lectura universal e inmutable: el mal de juventud se cura con el tiempo; verdad inexorable, sin embargo, algunos enfermos se quedan en el camino y otros provocan desastres irremediables. O el relato que da título al libro ¿Qué me quieres, amor?, en el que un chico es capaz cometer un atraco con el único fin de que la chica de sus sueños se fije aunque sólo sea una vez, en él.
Pero de todos los buenos relatos que encierra el libro y que muestran una manera de narrar tan diferente y atrevida, tan íntima y fantástica, pero tan real, destaco uno que incluso sentí la necesidad de incluirlo como referencia en El Laberinto de Noé. “Solo por ahí”, otro relato de chicos jóvenes y, por tanto, alocados; y de padres amantes de sus polluelos y, por tanto, preocupados cuando a la hora del amanecer todavía no han aparecido por casa. Y cómo la trama se va engarzando en torno a un disco de rock que en un principio separaba las conciencias de padre e hijo, y, al final, acaba uniéndolas, porque todos hemos sido jóvenes y aquel sujeto con boca de buzón de correos, anillos con plumas en las orejas y gesto descarado, llamado Steve Tyler, cantante y líder de Aerosmith, tenía la misma edad o más que el padre y allí lo tenía su hijo Miro, ocupando toda la pared de la habitación con un póster inmenso, mucho más inmenso a las cinco de la mañana, la habitación vacía y la cama sin deshacer. Y lo último, que siempre se suele dejar para el final, lo último es lo más estremecedor y maravilloso, el cierre perfecto de la historia.
Pero, además, “Solo por ahí” contiene un guiño que Rivas hizo al lector, un guiño que yo si fui capaz de ver y que he perpetuado en El Laberinto de Noé. Un guiño fantástico que da otra visión del cuento, no muy diferente, pero distinta. Algo relacionado con el título del álbum que hasta ahora sólo Raúl, el mejor hacedor de sonetos de Fuenlabrada, ha logrado ver en El laberinto de Noé, en el capítulo del mismo nombre. El día de la presentación me preguntó y yo le confirmé. “Hostias, tío”, dijo arqueando las cejas con la cara iluminada, igual que dije yo años antes cuando acabé de releerme el cuento de Rivas y me di cuenta de que aquel guiño lo había escrito sólo para mí.

Solo por ahí

No tuvo la sensación de despertar sino de
salir de un sopor de tila templada. Ma estaba allí,
al pie de la cama, aguijoneándolo con aquellos
ojos de perra sonámbula.
—-¡Cielo santo! ¿Dónde se metería?
—Tranquila, mujer.
Habían esperado por él hasta las cuatro de
la mañana, dando vueltas en torno al teléfono y
con un nervio eléctrico tendido por el pasillo
hasta la cerradura de la puerta.
—¡Si hubiésemos llamado antes! —se quejaba
ella—. A lo mejor, está en casa de Ricky. O
de Mini. Sí, seguro que en la de Mini. Me dijo
que sus padres les dejan ensayar hasta tarde. Viven
en un dúplex, claro.
—Por mucho dúplex que tengan no creo
que les dejen armar follón por la noche. ¡Angelitos*,
ni que tocaran nanas!
Ella cruzó los brazos y buscó algo que mirar
en el muro opaco de la noche.
—De eso te quería hablar, Pa. Creo... creo
que deberíamos procurar que estuviese más a
gusto en casa.
—¿A gusto? ¿A qué te refieres? ¡Si tiene
toda la casa para él! El otro día llegué y había
aquí, aquí mismo, en la sala, cuatro mocosos comiendo
pizza y viendo un vídeo de tipos y tipas
que se cortaban piernas y brazos con una sierra
eléctrica. ¡Manda carajo! ¿Por qué no ven pelis
pomo? ¡Me llevaría una alegría...!
—Son así. Hay que entenderlos.
—¿Entenderlos? ¿Sabes lo que le dije?
Oye, de puta madre esa película. ¿La última de
Walt Disney? Eso fue lo que le dije. ¿Duro, eh?
—Le pareció fatal. Dijo que habías sido un
borde, que siempre le tomabas el pelo delante
de sus amigos.
—¿Y qué quieres que haga? ¿A ver? ¡Unas
hostias! Eso es lo que yo tenía que hacer. Darle
unas buenas hostias.
—¡Por favor, Pa!
—A mí me las dio mi padre un día que le
dije mierda. ¡Vete a la mierda! Yo ya era un mozo,
no creas. Y me metió una bofetada que casi me
tumba. Le estaré agradecido toda la vida. Me
aclaró las ideas.
—Él nunca te mandó a la mierda.
—No. Eso es cierto. Me dijo "¡Muérete!".
Pero nunca me mandó a la mierda...
Eran las cuatro de la mañana y a esa hora ya
no podían llamar por teléfono a los padres de Ricky
o de Mini. Sería como entrar sin permiso en casa
ajena con los zapatos llenos de barro. Intentó convencerla
de que lo mejor era ir a dormir un poco.
—No pasa nada, ya verás. Estará a punto
de llegar, O se quedaría a dormir en casa de sus
amigos. Hay que descansar, anda.
—Acuéstate tú. Mañana tienes que conducir.
¿Quieres una tila?
Ahora eran las siete y ella estaba allí, con
las ojeras de la mujer que atiende el guardarropa
en un club nocturno.
Le pedía sin hablar que hiciese algo, antes
de que se quedase sola y el pasillo se convirtiese
en un largo embudo.
—Todavía es un poco temprano. Tranquila.
Esperamos media hora y llamamos.
Se vistió y se afeitó. Mojó la cabeza más de
lo normal y se peinó para atrás, alisando con las
manos. Tomó un café solo y sintió en la cabeza
el combate con la tila, el encontronazo de un
viajante acelerado con un vagabundo que iba a
pie por el borde de la calzada. Fue el viajante
quien se puso en pie y se dirigió hacia el teléfono,
seguido por una mujer al acecho.
—Disculpa que llame a estas horas. Soy
Armando, el padre de Miro. ¿Quería... quería
saber si se quedó a dormir por ahí?
—¿No? Vale, perdonad, ¿eh? -
~No, no pasa nada. Era por si...
—Claro, claro, estará por ahí. Gracias y
perdona, ¿eh?
Nada, dijo. Y marcó otro número, el de los
padres de Mini. No contestaban y volvió a marcar.
—Nada. Para éstos debe de ser muy temprano.
Cogió a la mujer por los hombros y le dio
un beso. Toda ella parecía tan leve como su camisón.
—Llama tú dentro de media hora. Yo ahora
tengo que irme. Ya voy muy retrasado. Venga,
venga, tranquila. A ver, alegra esa cara. Venga, una
sonrisa. Venga, mujer, venga. Así me gusta. Estamos
en contacto, ¿eh?
Antes de marcharse, se asomó a la habitación
de su hijo. Sobre la almohada había un
arlequín de trapo con la cabeza de porcelana.
Otros días le daba risa aquel detalle infantil, pero
hoy hizo un gesto de desagrado. La expresión del
muñeco le parecía inquietante. Una sonrisa doliente
y triste. En la pared, en el póster más grande
y visible, estaba aquel tipo, Steven Tyler, líder de
Aerosmith. Murmuró: "¿Qué, qué pasa, tío?". La
boca todavía más grande que la de Mick Jagger.
Greñas muy largas y alborotadas. El pecho desnudo,
con dos grandes colmillos colgando de un collar.
De pantalón, una malla ceñida, como piel de
felino, que le marcaba el paquete con descaro. De
hecho, pensó, todo el personaje es un descaro. Por
vez primera le asaltó la duda de que aquel póster
estaba allí por él. Tenía su misma edad, ¿O no?
Steven Tyler era más viejo. Cuando Miro se lo
dijo, se había quedado mudo.
Pasó por el almacén y repasó la mercancía.
Cargó los cinco maletones. Se puso en camino.
Cuando ya llevaba un trecho, notó un aviso.
Siempre le hacía caso a su instinto. Tenía que
llevar otra maleta de Superbreasts. Pensó en llamar
desde allí a casa, pero cambió de idea. Si no
había noticias de Miro, iba a aumentar la alarma.
Acabaría estropeando el día y la cosa no estaba
para bromas. Pensó en la competencia. Si el mocoso
supiera lo que es la vida...
Conducía a contracorriente. En dirección
a la ciudad, en lenta formación, los coches del
carril contrario cabeceaban como ganado impaciente.
Paró en la gasolinera de Bens, antes de
meterse en la autopista de Carballo. Mientras le
llenaban el depósito, miró el muestrario de casetes
para consumo rápido de automovilistas. Una
mezcla de cosas de siempre, con tapas descoloridas
por el sol. Los corridos mejicanos de Javier
Solís. Antonio Molina. Carlos Gardel. Chistes
verdes. Los Chunguitos. Fuxan os ventos. Ana
Belén & Víctor Manuel. Julio Iglesias. Orquesta
Compostela. Y allí, en el medio, como una maldita
casualidad tramada por un guionista de películas,
la portada de una vaca con un tatuaje en
el pemil, Aerosmith, y un aro de metal clavado
en una mama. Get a trip.
—Me llevo esto también —dijo, señalando
la cásete.
Hoy haría todo el recorrido por la costa,
por lo menos hasta Ribeira. Tenía que cronome-
trar bien y detenerse el tiempo justo en cada
tienda. En Carballo paró en la corsetería Lucy.
La dueña del comercio rebuscaba entre unas
prendas y tardó en responder a sus buenos días.
Paciencia, pensó él, la vieja acaba de abrir los
ojos y, además, tiene malas pulgas.
—La veo muy bien, señora.
—No me venga con pamplinas a estas horas.
—A quien madruga, Dios le ayuda.
—¿Dios? Esto es un desastre. Una calamidad.
—Pasó febrero. ¡Ya verá ahora!
—No necesito nada. Nada de nada —dijo
con un gesto rotundo de las manos, como si quisiera
echarlo.
—Usted sabe que no la engaño. ¿La he
engañado alguna vez? Le digo que una cosa se
va a vender y se vende, ¿o no?
—También se iban a vender los panties en
el invierno. ¿Quiere saber una cosa? Hay panties
ahí para calentarle la boca de abajo a media España.
—Me encanta verla enfadada. Se parece, se
parece a... ¿Cómo se llama esta actriz? ¡Liz Taylor!
—Sí, ya. No necesito nada.
—Quiero que vea una cosa, sólo una cosa.
¿Se imagina algo mejor que el Wonderbra, pero a
mitad de precio? ¿A que no me cree?
—No. A ver.
—No la engaño. Mire esto. El mejor sujetador
del mercado. Realza el pecho, pero no es
una armadura. Toque, toque. ¡Viene la primavera,
Lucy, viene la primavera!
Siguió la ruta por Malpica, Y luego Ponteceso,
Laxe, Baio, Vimianzo, Camarinas, Muxía,
Cee, Corcubión, Fisterra. La cosa iba yendo.
¡Menos mal que había traído un extra de Superbreastsl
Gracias, corazón, sexto sentido, que no
me fallas. Habría que comer algo. Miró el reloj.
De repente, sintió una bofetada, una bofetada
más fuerte que aquella de su padre. ¡Cielo santo!
Pero qué bestia, qué cabrón soy. Corrió, corrió
como loco hacia la cabina de teléfono.
—¿Ma? ¿Eres tú, Ma?
—Perdona, perdona, por Dios. Tuve problemas,
de verdad, Ma, créeme, una complicación.
—No, nada. Una avería. ¿Y el chico?
¿Apareció Miro?
—¿No apareció?
—Bueno, mujer. Si llamó, ya está. ¿Qué le
pasó? ¿Le pasó algo?
—Sí, voy a hablar con él. Voy a hablar con
él muy en serio. Tú tranquila. Yo me encargo de
que esto no vuelva a pasar. Anda, ahora duerme
un poco. Descansa. Ya te llamaré. Todavía tengo
mucho curro por delante. Descansa, ¿eh?
Al salir de la cabina, en el muelle de Fisterra,
se fijó en el mar por primera vez en todo el
día. El sol de marzo le daba un brillo duro, de metal
de acero. Regresó a la cabina y volvió a marcar.
—¿Ma? Soy yo. Perdona, ¿eh? Perdona
que no llamara antes. No sé que me pasó.
—Todo irá bien. Ya verás. Todo irá bien.
Un beso muy grande. Y descansa, ¿eh?
Por la tarde, en la playa de Corrubedo, un
grupo de chicos y chicas haciendo surf. Los miró
con envidia. No por él, sino por su hijo. Le gustaría
que él estuviese así, con aquellos trajes ceñidos
y de colores vivos. Alegres, sanos, seguramente ricos,
luchando con el mar bravo, deslizándose con
suavidad sobre la cresta de las olas. Bueno, pensó,
él no tiene mal corazón. Y parece que toca bien, a
su manera. Saldrá adelante. También yo salí.
Dio por finalizada la jornada en Ribeira. Estaba
contento. En la lencería Flor de Piel le compraron
la última partida de Superbreasts y también
de bragas Basic Instinct. El tipo de la competencia,
aquel vendedor achulapado, con más anillos que
dedos, de corbata excesiva como ramo de gladiolos,
iba a quedar con un palmo de narices cuando
llegase mañana. Se la jugó por sorpresa y el que da
primero da dos veces. Estaba contento y cansado.
Cuando cerró el maletero del coche, sintió que sus
párpados también se dejarían abatir con gusto.
Decidió tomar un café y llamar desde el bar.
—Hola, Ma. ¿Cómo va eso?
—Bien. Dile que se ponga. —
¿Cómo que no le diga nada?
—¿Que no le grite? Tú eres peor que él.
Unas hostias, eso es lo que necesita ese mocoso.
—¿Que no lo va a hacer más? ¡Pues menos
mal!
su
parte!
—¿Solo por ahí?
Hubo un silencio entre ellos, como si por
el túnel del teléfono se escuchara el eco de los
pasos de un caminante insomne y solitario, y el
repique de una gotera. Miró de reojo. Toda la
clientela del bar estaba pendiente del resumen
deportivo en la televisión.
—¿Cómo que solo por ahí? ¿Durmió en
un portal o qué? En algún sitio dormiría.
—¿Que no durmió?
—No, no me amargo. ¿Qué hace ahora?
—¿Traía hambre, eh?
—Eso está bien.
—Claro, claro. ¡Qué delicadeza por
e! ¿Y dónde pasó la noche?
—Ma, dile, dile que... ¡Bah! No le digas
nada.
—En Ribeira.
—No, no llueve.
—Cuelgo. No te preocupes por la cena.
Ya picaré algo de la nevera.
—Buenas noches, Ma.
—Sí, iré despacio.
Antes de encender el coche, respiró hondo.
Los primeros neones se encendían desganados y
las farolas tenían aún una luz tullida. "Solo y por
ahí", murmuró. De todo lo sucedido, aquello fue
lo que más lo había perturbado. Escuchaba los pasos
de Miro por un túnel. Llevaba la cara maquillada
de blanco como un arlequín. Aquella imagen
le dolía. Preferiría mil veces que hubiese estado de
parranda con los amigos y amaneciese fumando
una china de hachís en la playa.
Por enésima vez en el día puso la cinta de
Aerosmith. Aquel regalo para Miro. Después,
volviéndose hacia Steven Tyler, que iba de copiloto,
hizo un gesto de complicidad.
—Será mejor que conduzcas tú.
Le pesaban los ojos como las puertas de
un maletero infinito.


*En castellano en el original.

© 1995, Manuel Rivas
© De la traducción: Dolores Vilavedra

Sirva este cuento como ejemplo de lo que es todo el libro. Una obra maestra que hay que comprar y devorar un año sí y otro también.
Más cosas:
aquí una formidable entrevista con Manuel Rivas
aquí un comentario completo del cuento La lengua de las mariposas y de la película de J.L. Cuerda.

© Esteban Gutiérrez Gómez, 2008

2 comentarios:

Tesa Medina dijo...

Hola, Esteban, lo que he leído de Manuel Rivas me entusiasma, pero este libro de cuentos no lo tengo. Tomo nota, porque la muestra es magistral.

No sé, si el guiño en "El laberinto de Noé" es el final del cuento de Rivas, cuando el padre le dice a Tyler que conduzca él.

Un modo de subrayar que lo que importa es el viaje, atreverse a los retos, no cerrarse a los que no entendemos ni paralizarse por los miedos.

Vamos allá, y que sea lo que tenga que ser.

El escritor encuentra el párrafo subrayado, la funda del disco y el disco puesto... como si el abuelo hubiese tomado como lema de su vida ese albúm, y quisiera dejarle el mensaje a su nieto.

Y se pone a escribir, y se siente por primera vez liberado.

Pero ya sabes que cada obra tiene tantas interpretaciones como individuos se dejen seducir y emocionar por ella.

Besos, Esteban.

Baco dijo...

¡Uf! ¡Tocado! La conclusión final a la que llegas , Tesa, es la buena, la salida al laberinto, y me admiro porque te has basado únicamente en indícios (el párrafo subrayado, en lo del disco en el plato y lo de la portada sobre el tocadiscos), pero... ¿cómo se llama el albúm? Compruebalo