La enfermedad del lado izquierdo

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El destino no está escrito, ¿o sí? ---------- http://laenfermedaddelladoizquierdo.blogspot.com/

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martes, 28 de septiembre de 2010

Un cuento de Vicente Muñoz Álvarez





EL ANIVERSARIO



Eran las once y diez de la mañana de un domingo. Ella aún no se había levantado, aunque llevaba ya un rato despierta. Él preparaba cuidadosamente el desayuno: café con tostadas, zumo naranja y huevos.
La noche anterior se habían acostado tarde, para celebrarlo, después de tomar unas cervezas y cenar con vino tinto. Al llegar a casa habían hecho el amor sobre la alfombra del pasillo y habían terminado diciendo tonterías y riéndose medio borrachos en la cama.
Ahora él caminaba despacio hacia el dormitorio, procurando mantener en equilibrio la bandeja. Buscó a tientas el interruptor y encendió la luz del cuarto.
- Felicidades, nena, el desayuno ya está listo...
Ella se incorporó, estiró los brazos y esbozó perezosamente una sonrisa.
- Igualmente, cielo - dijo mirando de reojo la bandeja -. Tiene un aspecto estupendo... Y en la cama, además, como en los viejos tiempos...
- Como en los viejos tiempos, claro que sí - añadió él -, como en los viejos tiempos...
Mientras desayunaban, eligieron en la Guía del Ocio un restaurante a la altura de las circunstancias e hicieron también planes para la tarde. Luego ella se levantó, salió de la habitación y regresó a continuación con un paquete.
- Es para ti - dijo -. Espero que te guste...
Él lo abrió nervioso, sin despegar el celo del envoltorio, rompiendo con estrépito el papel. Eran una gafas Ray Ban de cristales verdes, último modelo.
- ¡ Boahhhhhhh ! - gritó -. Son estupendas, Cris, de veras, ya sabes la ilusión que me hacen... Pero espera - añadió -, tú también tienes un regalo...
Se levantó con las ellas puestas, después de darle un beso, y sacó de su mesita de noche un paquete pequeño, de color azul brillante, que ella abrió cuidadosamente, como temiendo que pudiera romperse en sus dedos.
- Es una cruz maragata - dijo él -, de las que cuelgan de esos collares de plata y piedras rojas. ¿ Te gusta ? La encontré en un anticuario...
- Me encanta - dijo ella -. Es preciosa, de verdad, preciosa...
- Iba a comprarte una cadena, pero no vi ninguna que me gustara, me parecía que no pegaban demasiado con la cruz...
- Da lo mismo, quedará bien con un cordón de cuero, ya verás...
Apartaron de la cama la bandeja con los restos del desayuno y se volvieron a acostar.
- Van ya diez años - dijo él - ¿ Te das cuenta ?
- Claro que me doy cuenta - dijo ella -. Y hasta asusta... Llega un punto, a partir de cierta edad, en que no ya no controlas igual el tiempo, se vuela a toda prisa, días, semanas, meses... y cuando te das cuenta se ha esfumado media vida... ¿ Recuerdas cuando teníamos quince años ? - añadió -. O menos incluso, doce, diez... El tiempo entonces era algo distinto, sin sentido ni importancia alguna... Se estiraba como el chicle hasta la Navidad, hasta Semana Santa, hasta el verano... Y ahora es justo al revés: se esfuma, el tiempo... Y además lo olvidas todo... Las pequeñas cosas, quiero decir, las conversaciones, los detalles, los amigos, los regalos... Es triste, la verdad... Que te quedes con los grandes acontecimientos sólo... O con detalles absurdos, a lo sumo: olores, imágenes, secretos...
- ¿ Cómo que secretos ? - preguntó él sonriendo -. ¿ A qué te refieres ?
- Secretos - susurró ella -, juegos, cosas prohibidas... Los tienen todos los adolescentes, no te hagas el loco... Seguro que tú también tuviste alguno... a que sí, algo que no le hayas contado a nadie...
- ¿ Tú los tienes ?
- Todos los tenemos... Aunque sea mejor no confesarlos...
- ¿ Por qué ? - preguntó él.
- Porque son secretos, simplemente por eso - respondió ella.
Él se incorporó de la cama, apoyando su espalda en la pared y haciendo que ella se acomodara en sus piernas. La acarició los muslos, la melena, le besó el cuello.
- Quiero que me cuentes uno - dijo.
- Ni hablar - contestó ella -. Los secretos son secretos y punto. Se acabó.
- Por favor, Cris - insistió él -, cuéntame alguno, no me hagas esto, venga... Y yo te cuento otro...
Lo dijo impulsivamente, sin pensarlo apenas, mirándola a los ojos suplicante.
- Hay cosas que quizás sea mejor no saber de los otros - dijo ella -, cosas que tal vez los demás nunca entiendan...
- Pero es que yo no soy los otros - protestó él -. Soy tu marido desde hace diez años... Creo que tengo derecho a conocerte mejor, a que nos conozcamos algo más... Venga - insistió -, por favor, primero tú, me lo cuentas, algo que no le hayas contado a nadie, y luego yo, de verdad, te lo prometo...
- Vale, anda, no seas tan pesado... Pero tienes que jurarme que no te va a sentar mal ¿ de acuerdo ?
- De acuerdo - afirmó él
- Y luego tú - añadió ella -, sin trampas de ninguna clase...
- Conforme.
Se sentaron con las rodillas cruzadas sobre la cama, uno enfrente del otro, fumando un cigarrillo y mirándose fíjamente a los ojos.
- ¿ Listo ? preguntó ella.
- Listo - asintió él.
- Pues vale, venga: me lo hice con una amiga cuando tenía quince años... Una compañera de instituto. Esther, se llamaba...
- Nunca me contaste eso - dijo él sorprendido.
- Tampoco me lo preguntaste - contestó ella -. Además, era un secreto... No tenías por qué haberte enterado.
- Bueno ¿ y cómo fue ? Cuéntamelo...
- Éramos compañeras de clase. Algunas noches nos quedábamos a estudiar juntas y dormíamos en la misma cama, ya sabes, las mujeres... no somos como los hombres... nos acariciábamos, nos besábamos... Pero, por favor - añadió elevando la voz -, no pongas esa cara ¿ vale ? Encima que me has hecho contártelo...
- Es que estoy flipando - dijo él, de veras que estoy flipando... Diez años casados y me entero ahora de que de adolescente eras lesbiana, de que te gustaban las chicas...
- Oye, David, no lo tergiverses más tu ahora, por favor...No es que me gustasen las chicas, me gustó entonces mi amiga y punto... Y no como tú piensas, además... ¡ No éramos lesbianas !
- ¿ Bisexuales, entonces ? - preguntó él irónicamente.
- ¡ Amigas, David, sólo amigas ! Quieras aceptarlo o no... Y es bobada además que te lo intente explicar... No vas a entenderlo.
- Sí que lo entiendo, Cris - dijo él -, perfectamente: que te lo hiciste con una mujer... Es bastante sencillo...
- ¿ Bastante sencillo? - gritó ella -. La verdad es que no tenéis ni idea de cómo somos por dentro, las mujeres... Lo lleváis siempre todo al mismo sitio: sexo. Sólo eso. Y entre nosotras no siempre es así. ¿ Te enteras ?
- Vale, Cris, de acuerdo - dijo él -, no te enfades... Será mejor dejarlo así...
- Prometiste que no te iba a sentar mal, que lo ibas a entender... Eras tú el que querías que te lo contara a toda costa, ¿ no es así ?. Venga, dilo: ¿ no es así ?Me convences primero, me fuerzas a hablar, dices que puedes entenderlo y luego no ves más allá de tus narices, lo enrevesas todo, me pones mala cara... No debí habértelo contado, he sido una estúpida...
Se quedaron en silencio unos minutos, ella fumando un cigarrillo, él mordiéndose la lengua para no hacer más preguntas.
Entonces ella dijo:
- Ahora tú, David, te toca...
- No te preocupes - dijo él -, lo mío es más sencillo... No te llevarás grandes sorpresas...
- Adelante - dijo ella.
- Fue cuando vivía con mis padres en San Pedro, en un piso alquilado. Había un patio en la parte de atrás lleno de maleza y trastos viejos donde yo solía jugar por las tardes al regresar del colegio. Un día descubrí una camada de gatos dentro de una caja de cartón, detrás de los arbustos... Alguien debía haberlos dejado allí abandonados, en lugar de buscarles dueño o sacrificarlos al nacer. Y allí estaban, en la caja, maullando lastimeramente, negros, muy pequeños... Aún no habían llegado ni siquiera a abrir los ojos... Los estuve contemplando un rato, acariciándolos... y de pronto, no sé por qué, decidí matarlos yo mismo... Me dejé llevar por el instinto, supongo... Pero elegí un método erróneo... Llené la caja de papeles, ramas, cartones... y prendí fuego al interior... Fue horrible, el color negro del fuego, los maullidos y aquel olor... Me he arrepentido de ello muchas veces...
Ella le había estado escuchando en silencio y parecía a punto de echarse a llorar.
- Creí que te gustaban los animales - dijo -. Me lo has repetido mil veces: me encantan los animales, nena, sólo que no los quiero en casa... Me sé la frasecita de memoria...
- Eso no tiene nada que ver - dijo él -, claro que me gustan los animales... Aquello fue un acto reflejo, no me malinterpretes, en el fondo quería ayudarlos...Pero eso nada tiene que ver con el resto...
- ¿ Nada ? - preguntó ella -. ¿ Matas a sangre fría a esos cachorros y dices que te gustan de verdad los animales ? Eres bastante cínico, yo creo...
- No lo entiendes - dijo él -. Yo era un niño entonces... Fue algo instintivo e irracional, no por lo hice por malicia o porque me gusten o no los animales...
- Pero vamos a ver, David: te sorprendes porque te cuento que hace veinte años me acosté con mi mejor amiga y ahora quieres que yo acepte como si nada lo que tú me estás diciendo, que mataste a esos cachorros... Creo que no es justo...
- Vamos a dejarlo entonces, Cris - interrumpió él -. Vamos a dejarlo...
- No faltaba más - dijo ella -, ya estamos como siempre, cada vez que te enfadas, que algo te sienta mal, es lo que dices: vamos a dejarlo, Cris, vamos a dejarlo, y yo me tengo que callar porque te da la gana, porque eres todo un macho y punto. ¿ No es así ?
- Yo no te he insultado, Cristina - dijo él conteniéndose.
- Y yo tampoco, David, ¿ qué te crees ? Sólo te estoy diciendo la verdad, pero como siempre, no quieres hablar del tema, te mosqueas, cambias de conversación... Haces lo que te da la gana y estoy harta, ¿ me oyes ?: ¡ Estoy harta !
- Puedes irte cuando quieras - dijo él -. La puerta siempre ha estado abierta...
- ¡ Márchate tú ! - gritó ella -. ¡ También esta es mi casa !

Primero se levantó él. Y se encerró en el baño. Luego ella, tirando al suelo el cenicero y llenando de colillas la moqueta.
Cuando él salió, ya vestido, ella estaba en la cocina llorando, con un cigarrillo apagado en los dedos.
- Salgo a dar una vuelta - dijo él -. No me esperes para comer...
- ¿ Y adónde coño vas, si puede saberse ? - preguntó ella -. Siempre con la misma historia...
Pero él no contestó. Abrió la puerta muy tieso, con la boca contraída y sin mirarla, y salió a continuación de casa.
Ella, entonces, encendió temblando el cigarro apagado y se asomó a la ventana.
- ¡ Cabronazo ! - gritó al verle salir del portal -. Es nuestro aniversario...



Cuento perteneciente a Perro de la lluvia (Iralka, 1997) también recogido en la antología Mi vida en penumbra (Eclipsados, 2008)