Proyecto oGFX por Blackaller
A Light That Never Goes Out
Por Garth Risk Hallberg
Como si de veras necesitáramos que DiRossi nos dijera “mantened la calma, no os dejéis llevar por el pánico, no va a pasar nada”; para entonces, habíamos realizado el simulacro tantísimas veces que ya casi lo teníamos integrado en nuestra placa base. Desde el fondo de la clase observé a los chicos levantándose de sus pupitres como sonámbulos y dirigiéndose en fila hacia la puerta; lo que se asemejaba bastante a cómo terminaba habitualmente la quinta clase, salvo porque en esta ocasión nadie hablaba ni se quedaba rezagado para hacerle la pelota al Sr. D. Era ese orden (el inusual silencio) lo que revelaba que existía una cierta inquietud.
Eso, y cómo todo el mundo se llevó las mochilas y bolsas. En teoría, no debíamos preocuparnos por nuestras pertenencias. Las instrucciones que siempre nos habían dado eran que dejáramos allí los libros, los trabajos y la ropa de deporte. Cuando se daba la señal de que había pasado el peligro, volvíamos a clases que hacían pensar que se había producido la segunda venida de Jesucristo para llevarse a todos sus fieles: lápices abandonados en mitad de la frase, pupitres en los que se amontonaban pañuelos de papel, bolsas tiradas por los pasillos como si fueran cadáveres… Pero esta vez no se trataba de un simulacro, según el Sr. DiRossi, y ni por asomo pensaba dejar allí mis pasquines, mi reproductor de compactos y a mi Morrissey (mi vida, en dos palabras).
El insólito silencio se mantuvo mientras atravesábamos los campos de fútbol camino del edificio de los vestuarios: la zona segura que nos había sido asignada. La Academia Ellicott estaba situada en lo alto de una colina de Georgetown, lo que comportaba máximo sol para los campos de deporte y máxima fatiga en las clases de educación física que se desarrollaban en ellos en esa época del año. Los senderos que el encargado del mantenimiento había segado se distinguían perfectamente: franjas verdes intercaladas como bandas en una bandera gigante. Se olía el yeso de las líneas de demarcación. Una ráfaga de aire embistió contra mi pelo engominado.
Allá en lo alto, un reactor surcó el cielo, y las cabezas se alzaron inquietas para seguir su vuelo. Kate MacArthur, unos diez metros por delante de mí, no despegó la mirada de sus zapatos. En un mundo más lógico, tal vez hubiera alargado el brazo para apartarle una mano de la agenda que tenía aferrada contra el pecho; pero, en este, bastante estaba teniendo con mantener el tipo.
Intenté imaginar lo que mis padres estarían haciendo en esa impecable tarde de tarjeta postal de ese veranillo de San Martín: mi padre dejar su taza de té encima de una pila de exámenes; mi madre clasificar la ropa sucia en la mesa de la cocina, registrando los bolsillos de mis pantalones y olisqueando mis camisas. Desde el 2001, mi madre tenía la pequeña televisión de la repisa de la cocina encendida todo el tiempo, casi como si estuviera impaciente por que se produjera otra crisis. Me imaginé a mi padre saliendo de su estudio para averiguar la causa de sus gemidos. Deteniéndose un instante delante de las escaleras que llevaban al ático. Considerando la posibilidad de arrancar el póster del inglés que lo miraba despreocupadamente desde la puerta que yo mantenía cerrada siempre. Él la tranquilizaría: “¿Dónde va a estar el chico más seguro que en el colegio?”. Le recordaría: “No queremos reaccionar de manera exagerada, Geeta; es hoy cuando tiene el gran examen. Seguro que sólo se trata de un malentendido”.
Una voz familiar me habló; bueno, me habló prácticamente al oído.
—¿Qué es lo que pasa?
Simon se había adelantado a sus compañeros de la clase de contabilidad de la quinta hora para darme alcance.
—Probablemente nada.
—Pero os han sacado del PSAT.
—Cierto. Entonces es que pasa algo.
A veces se comportaba como un crío…
—¿Es que no te parece preocupante?
—¿Y qué gano con preocuparme? Haz como si no fuera más que una de esas fiestas para animar a nuestro equipo, ¿vale?; finge que vamos a que hagan unas fotos de la clase.
Durante un rato continuamos caminando en silencio. Luego Simon dijo:
—En serio, Pankaj, a veces me pregunto si eres humano.
Un día normal no hubiera dejado que eso quedara así; pero no se trataba de un día normal… y aunque últimamente su necesidad de mí me ponía de los nervios… bueno, al menos… Pues eso, que a todo el mundo le gusta que lo necesiten...
Seguir leyendo aquí
(Texto e ilustración tomadas prestadas de la revista HERMANO CERDO (gracias))
Garth Risk Hallberg is the author of the novella A Field Guide to the North American Family and was selected by Richard Bausch as one of 2008′s “Best New American Voices.” His short stories have been published, most recently, in Glimmer Train, Canteen, and The Pinch. Essays have appeared in Slate, More Intelligent Life, and the Best of the Web anthology. A 2008 New York Foundation for the Arts Fellow in Fiction, Garth teaches at Fordham University. He’s finishing up his first novel and a story collection.
Find me online at The Millions, at afieldguide.com, and at the late, lamented The Fabulous Adventures of Hot Face.
No hay comentarios:
Publicar un comentario