Todos los cuentistas hemos leído poética sobre el cuento. Todos los que escribimos cuentos creemos tener la piedra filosofal que hace que un relato se convierta en algo único, algo mágico, algo que trasciende la mente del lector y le hace aullar de placer. Los decálogos al respecto son muy variados y cada uno de nosotros contamos las cosas a nuestro modo de ver.
El cuento es el género más técnico, más exigente, que más perfección exige a la hora de su elaboración.
El cuento no admite dudas, en él es fundamental la economía de medios, el saber guardar un secreto, el ir directo al centro de la diana situada en la mente del lector.
En el cuento no todo lo que se escribe significa lo que parece significar y, sin embargo, lo más significante del mismo casi nunca se escribe.
Acabo de leer un acertado ensayo sobre el cuento de
Ricardo Pligia que
Miguel Ángel Muñoz ha publicado en su
Nido del cuco.
Copio y pego los primeros párrafos. Si queréis seguir leyendo
pinchar aquí.
I
En uno de sus cuadernos de notas, Chejov registró esta anécdota: “Un hombre, en Montecarlo, va al casino, gana un millón, vuelve a casa, se suicida”. La forma clásica del cuento está condensada en el núcleo de ese relato futuro y no escrito.
Contra lo previsible y convencional (jugar-perder-suicidarse), la intriga se plantea como una paradoja. La anécdota tiende a desvincular la historia del juego y la historia del suicidio. Esa escisión es clave para definir el carácter doble de la forma del cuento.
Primera tesis: un cuento siempre cuenta dos historias.
II
El cuento clásico (Poe, Quiroga) narra en primer plano la historia 1 (el relato del juego) y construye en secreto la historia 2 (el relato del suicidio). El arte del cuentista consiste en saber cifrar la historia 2 en los intersticios de la historia 1.
Un relato visible esconde un relato secreto, narrado de un modo elíptico y fragmentario.
El efecto de sorpresa se produce cuando el final de la historia secreta aparece en la superficie.
1 comentario:
Interesante tu argumentación. Estoy de acuerdo. De estarlo, ha llevarlo sobre el papel, va mucha diferencia. Creo, que nunca se termina el aprendizaje. Siempre hay algo nuevo que te hace avanzar. Es como si se estuviese construyendo una torre, cada ladrillo constituye un elemento básico para su construcción y un día, descubres que hay adobe capaz de doblarse y hacerse esquinas, y decides ponerle ventanas redondas, triangulares y elípticas (estas últimas no podrán verse, pero estarán). Los mejores cuentos son los que no se caen abajo con su propio peso. Su estructura, debe asentarse en cimientos fuertes y oscilar si hay un terremoto. Varias historias en una. Esa es la clave. Un beso.
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