El amor trasforma a un ladrón. En vez de desvalijar una casa, la amuebla cuando lee el diario de la dueña abandonada y, con la esperanza de ocupar su corazón, repone poco a poco todo aquello que un antiguo amante se llevó (¿todo aquello que se llevó?).
El amor que salva a un suicida en el metro, a punto de tirarse a la vía, cuando una dama idílica se acerca a él (¡a él!) y descarga a su lado una ventosidad que le hace volver a creer en el mundo. El mundo, como él, como todo, es imperfecto. Así que todo va bien.
El amor en una relación libidinosa, puro morbo, que salva la vulgaridad casi monótona de la vida marital de una pareja enmohecida.
Carlos Salem es un innovador jugón. Busca el más allá en cada cuento. El dualismo de personajes-escritores; los finales dobles, alternativos; el poder del monólogo; el rayo paralizante hacia el lector con la fórmula epistolar; el punto exacto donde confluyen los extremos. Con una prosa medida, precisa, sitúa a los personajes en la acción. Domina el ritmo, la intensidad en la narración, y dota a cada historia del tono narrativo adecuado.
Del tono hablaré después.
El estilo directo que utiliza, basado en frases cortas y párrafos mínimos (por supuesto, compensado con otros de longitud más extensa), ofrece un contrapunto al lector, que le hace detenerse a meditar en medio de una avalancha de datos irrefutables. Como hachazos. Maneja incluso párrafos que son una sola palabra, una demoledora palabra.
Carlos Salem es un cabronazo innovador jugón. Escribe para dar hostias encima de la mesa y despertar al lector. Incluso en alguna ocasión se dirige directamente a él. Un exorcismo del que disfruta, utilizando la ironía como nadie y aderezando la vida de sus personajes de una pátina de cachondeo de la mejor cosecha. Por eso lo del tono narrativo, no cualquier tono, sino el suyo, el que requiere la historia que está contado.
Carlos Salem es un magnífico cabronazo innovador jugón. Si no, ¿a quién se le ocurriría hacer un relato con las doce definiciones que el diccionario de la RAE ofrece de la palabra “ligar” demostrando, con doce microrrelatos como doce piezas de un puzzle perfecto, que todas son una? ¿Y qué me dicen del juego metaliterario por excelencia: que el personaje (los personajes, en este caso que, mira tú por donde, son escritores) busquen, por amor, claro, la muerte de su autor? ¿Y eso de utilizar la primera frase de El Quijote como mándala verbal invocador del amor? ¿Y, más al límite, jugar con personajes que hacen de personajes y se relacionan con personajes que son representados por otros personajes? (No lo entienden, claro, ya lo entenderán cuando lean el cuento).
Carlos Salem es un currante literario magnífico, un cabronazo que domina la ironía y que busca la innovación y el juego en cada uno de sus proyectos literarios.
Este pirata de barra de bar, con cada uno de ellos (sea poesía, novela o cuento), me consigue sorprender.
Lo odio.
Esteban Gutiérrez Gómez, 2009
2 comentarios:
No dudo nada de lo que dices, Esteban. A mí me sorprendió en su novela “Matar y guardar la ropa”. Imagino que en este libro de relatos no se habrá quedado atrás. Le deseo el mismo éxito.
Un beso para él, y otro para ti.
Ay, Luisa, que esto va más allá, que es purito Poli G., purito Cortázar, que no le importa (¡qué le va a importar!)el resultado final siempre que logre sorprenderte.
Bexos
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