La enfermedad del lado izquierdo

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El destino no está escrito, ¿o sí? ---------- http://laenfermedaddelladoizquierdo.blogspot.com/

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martes, 23 de junio de 2009

Un relato de Manolo D. Abad




UN ARGUMENTO PELIGROSO
Los días pasaban y Xavi Vega veía cómo la fecha de entrega de su manuscrito se acercaba más y más. Ya se había gastado dos anticipos y cuando Ernesto Vázquez, su editor, volviese a llamarle ya no quedaría ninguna excusa que poner. Vega paseaba por el bello boulevard, tomaba café o vino en la terraza del hotel, se bañaba en la coqueta piscina o deambulaba por las noches por algunos de los locales de la ciudad, pero no conseguía quitarse de sus pensamientos a Sofía Farreras. Hacía dos meses que le había abandonado y, desde entonces, apenas si había conseguido terminar los artículos semanales comprometidos por un buen contrato con un diario de difusión nacional. Sólo fantaseaba con el cuerpo de Sofía cimbreándose sobre el suyo, recordando los veintiún meses de fuego y rosas. La culpa había sido suya, no cabía duda. Demasiadas infidelidades, demasiado alcohol, demasiada noche, demasiados éxitos inesperados. Eso, y una mujer ambiciosa que se había aproximado a su sombra para brillar más que él. A ella no le bastaba la reducida fama de ser una de las pequeñas estrellas de la televisión autonómica. Necesitaba más. Y Xavi no parecía dispuesto a ser ese servicial y brillante perro faldero en el que ella quería convertirle.
Siempre le habían hecho gracia los desajustes sentimentales y ahora era él quien padecía esos efectos: Una sequía creativa pertinaz. Hasta Farreras, siempre había encontrado remedio a los finales inesperados. Él había sido quien los había provocado, yéndose a una nueva aventura, a una nueva historia antes de que la otra hubiese acabado. Cuando los hechos se consumaban ya no había heridas que lamer. El rostro de la precedente se difuminaba hasta no percibir su expresión en las escasas ocasiones en que pudieran cruzarse por las calles. En cambio, la figura de Farreras se colaba, tras el programa cultural que Vega consumía muchas noches, exultante, plena de esa belleza que derrotaba cualquier reticencia. Cada aparición invitaba al lamento, a una noche en blanco dando vueltas en la cama y a la cabeza. Vega no quería escribir sobre lo suyo. Fue una idea ridícula que se le apareció en uno de los momentos de mayor debilidad. Pero no, no podía acabar siendo una especie de Corín Tellado posmoderna, como le había sucedido a alguna que otra promesa literaria proclamada realidad apresuradamente. Debía buscar, aunque se tratase de una contrarreloj contra sí mismo. La temperatura primaveral, los paseos, ayudaban a mitigar la sensación de fracaso total que se asomaba siempre que un hermoso cuerpo le sugería el de Sofía Farreras.
Apenas si hablaba con nadie. Tampoco tenía muchas ganas, no era de esa clase de tipos capaces de observar en torno a sí mientras entablan conversación con el primer extraño con el que se encuentran. Sólo algunos barmans habían logrado traspasar apenas la máscara de silencio que Xavi Vega había tejido en torno a sí. Aquella noche de jueves era una de esas noches en que las defensas estaban bajas y el escritor se encontraba más dicharachero que de costumbre. Quizás habían ayudado los cuatro gin-tónics que llevaba en el cuerpo, quizás. El caso es que Vega comenzó a recorrer con su mirada el club de jazz en el que se encontraba, a la busca de una mujer o de una historia. Alrededor del escenario, donde un cuarteto desgranaba blues, una decena de mesas presentaban escenas que podrían servir para abrir la mente del artista en crisis. El escritor, desde la atalaya de la barra tres escalones más alto que las mesas, observaba sin fijarse, dejándose llevar por los sonidos tristes de la armónica, el bajo, la guitarra y la batería, por la voz profunda del cantante, por sus historias de amor y desamor. El humo, la música, el alcohol comenzaban a hacer su efecto en el ánimo de Vega.
-Otro gin-tónic. Oye, ¿quién es esa tía?
-¿Cúal?
-Esa que lleva ese vestido negro tan sexy, está sola en esa mesa y parece tan triste.
-Se llama Tatiana. Es la novia de Cabanas, un tiburón peligroso.
-¿Peligroso?
-Peligroso si llevas un negocio y tienes algo que a él le interese.
-Y, ¿qué le interesa?
-Todo aquello que le pueda dar dinero fácil. Un club de jazz como éste, por ejemplo, no. Además aborrece el rock y el jazz. Cabanas sólo quiere locales de música borrega.
-Y ella, ¿qué pinta aquí?
-A ella sí le gustan los locales nocturnos y la música con clase. Viene aquí escapando de él. Creo que quiere dejarlo, pero nadie abandona al gran Cabanas. Es él quien lo hace.
-¡Menudo elemento!
-No lo sabes bien, Xavi.
Ya se tuteaba con René, el rubio camarero, siempre de traje impoluto y estampa de duro de película.
El grupo terminó tras una hora de actuación en la que Tatiana apenas si había despegado sus ojos del escenario. Al finalizar, el cantante y armonicista se acercó a ella y le besó, cariñoso, en ambas mejillas. Charlaron distendidos varios minutos tras los que Tatiana se dispuso a salir del local. Cogió su largo abrigo de cuero del guardarropa seguida de cerca por Vega. Tomó el camino del boulevard de la playa y comenzó a pasear mirando al cielo, presidido por una enorme luna a punto de ser llena. El escritor la seguía a una distancia prudencial mientras observaba el mar iluminado por la luna, toda una invitación a abrir la mente. El corazón le latía con fuerza, por fin parecía haber encontrado algo emocionante en la tediosa rutina en la que se había sumergido para huir del recuerdo de Sofía Farreras. La misteriosa mujer de negro estaba llegando al final del paseo de la playa cuando el chirrido de las ruedas de un coche frenando bruscamente despertó a Vega de sus pensamientos. Un grandullón se bajó de un enorme Mercedes negro y mantuvo unas palabras con Tatiana al tiempo que sujetaba con fuerza su brazo izquierdo. La mujer trató de desasirse del matón pero éste cejó en su empeño. Vega trató de acercarse más, desafiando la prudencia y la discreción. Finalmente, tras un feo forcejeo, durante el cual Tatiana intentó abofetear, sin éxito, al matón, éste optó por subir al asiento trasero del coche e irse. La mujer lanzó su pequeño bolso contra el suelo y dio dos pasos tambaleándose. El tacón de uno de sus zapatos se había roto. El escritor se acercó a ella. Era el momento.
-¿Se encuentra bien? Parece mareada...
-¡Y a usted que le importa!
Era aún más hermosa vista de cerca. También rubia, como Farreras, pero su rostro no imponía esa belleza de quien se sabe seguro de sí mismo y del poder de su físico. Tatiana poseía unos rasgos mucho más dulces, la de aquella que no fía a su hermosura su camino en la vida.
Xavi había llegado hasta ahí y ahora nada podría detenerle. La exclamación de la mujer parecía venir más de la excitación del momento vivido que de un rechazo hacia él.
-Perdone, yo no...
La mujer escrutó su mirada con curiosidad.
-Discúlpeme a mí. Estoy bastante nerviosa...
-He visto lo que ha pasado y, luego, la he visto tambalearse y me ha preocupado. Le reitero mis disculpas si la he molestado.
-No, no, no es nada. Por favor, quédese. No me encuentro muy bien.
-¿Quiere que vayamos a algún sitio a tomar algo? Le relajará.
-¡Oh..., bien, sí! Sus mejillas enrojecieron.
El escritor conocía un pequeño local muy cerca de allí, de iluminación oscura, bastante discreto, donde podrían pasar desapercibidos. Se acomodaron en uno de los seis discretos reservados del pub, lejos de la pista donde bailaban, amarteladas, cuatro parejas. El lugar idóneo para una pareja que pretende pasar desapercibida.
Hablaron durante horas como si se conocieran desde hacía muchos años. Cuando el encargado del local les indicó que la hora del cierre ya había sido rebasada con creces, se dieron cuenta que sólo ellos permanecían dentro. Xavi acompañó a Tatiana a su casa y, en el momento de la despedida, optó por un beso en la mejilla derecha de la rubia. No pudo evitar el recuerdo de la trifulca con los guardaespaldas de Cabanas y la posibilidad de que éstos estuvieran observando la escena. Un bello amanecer se cernía sobre la ciudad y el escritor apuró el tiempo paseando por el boulevard de la playa, sin prisa por llegar a su hotel.
El teléfono de la habitación despertó a Vega. Lo hizo con esa extraña sensación de no saber dónde se encontraba ni en qué momento del día se hallaba.
La voz servicial del conserje del hotel le indicó que una mujer le esperaba.
-¿Podría decirme la hora que es, por favor?
-Son las nueve y media de la noche.
Fue entonces cuando recordó con nitidez todo lo acontecido y que la mujer en cuestión debía ser con toda seguridad la novia o exnovia del empresario Cabanas. La ducha consiguió despejarle lo suficiente para abordar lo que podía ser una gran velada.
La mujer estaba mucho más hermosa que la noche precedente. Vega contempló su rostro, más maquillado, sin la turbación que la había agitado veinticuatro horas antes. Fueron a cenar, pero no acudieron al club de jazz. Vega se escondía, era fundamental no ser visto por personas conocidas. Volvieron al mismo pub de la noche anterior y acabaron en la casa de Tatiana. Hicieron el amor apasionadamente toda la noche. Mientras fumaban un pitillo, entrelazados, el escritor no recordó que Sofía Farreras se hubiera entregado nunca como Tatiana lo había hecho.
-Voy a dormir un poco, dijo la mujer.
-Será mejor que me vaya a mi hotel. A veces ronco un poco y no quiero estropearte el descanso. La besó en la boca y el aroma del tabaco rubio le supo a gloria.
Volvió a pasear por el boulevard de la playa, donde los primeros bañistas comenzaban a tomar posiciones. Se sintió liberado. Un gran peso parecía haberle abandonado. En su hotel desayunó en abundancia, se dio una ducha y escribió sin parar hasta que el cansancio pudo con él, a eso de las cinco de la tarde.
La llamada de la conserjería del hotel le despertó como en la noche pasada. Y, como entonces, era Tatiana quien le esperaba.
Durante la cena, en el mismo restaurante, la exnovia del empresario Cabanas se mostró más reservada. Algo parecía inquietarle hasta que, a los postres, acabó por decirle.
-Tengo que hablar con él antes de que nos vayamos.
Habían planeado irse al día siguiente. Era final de mes y Tatiana abandonaría su apartamento, su vida anterior y se iría a una nueva ciudad, aquella en la que vivía Vega, lejos de Cabanas, lejos de líos, en pos de un nuevo horizonte. Volvería a buscar trabajo como azafata de congresos y abrazaría una vida en común junto a Xavi Vega.
-No me parece una buena idea, respondió el escritor.
-Lo sé, pero tengo que hacerlo. No soporto huir más tiempo de él.
-De acuerdo. Vega sabía que ella había tomado una determinación y sería inútil disuadirla. Tras la cena, Xavi la acompañó hasta su portal y se despidió de ella. Ambos tenían que hacer.
El escritor acudió muy temprano a alquilar un automóvil con el que se dirigió a montar guardia en el portal de Tatiana. No quería perderla de vista. Tenía miedo que pudiera sucederle algo, era una de esas inquietudes que desatan gestos, expresiones apenas perceptibles pero de las que emanan síntomas nocivos.
Dos paquetes de tabaco después, Tatiana salió de su domicilio. Vega no se precipitó y esperó para ver si sería más fácil seguirla a pie o en el recién alquilado coche. Se decidió por ir a pie y la elección fue correcta, puesto que el trayecto de la rubia fue bastante corto. Un par de manzanas y flanqueó un elegante portal de una vivienda de lujo, con un portero a la entrada que saludó como si la conociera de toda la vida. El escritor aprovechó para ir a buscar su automóvil y tratar de estacionarlo cerca de ese lugar.
Habían pasado varias horas sin novedad. Vega dudaba pensando en la posibilidad de que Tatiana hubiese salido inmediatamente y no la hubiera visto salir al haber acudido a buscar su automóvil. Recordó a uno de los matones de Cabanas al verlo salir del portal con andares de boxeador sonado. Pero de la rubia, ni rastro.
Una media hora después, un terrible estruendo hizo a Xavi salir de su coche. Miró en torno suyo: Gente corriendo, voces, confusión. Trató de abstraerse de la situación, de los gritos de pánico, de las carreras. Unos diez metros delante de donde había aparcado el coche de alquiler, en la acera de enfrente, un cuerpo yacía sobre el capó de un automóvil. Vega permaneció en silencio, sujetando la puerta de su vehículo, cuando la voz de Tatiana le sobresaltó.
-Vámonos de aquí. El problema ya está resuelto.
-¡Pero...!
El escritor sintió un extraño escalofrío pero condujo despacio abriéndose paso entre la alboratada multitud que contemplaba, asombrada, el cuerpo sin vida del conocido empresario Mateo Cabanas.

Este relato es el botón de muestra de lo que puedes encontrarte al leer cualquiera de las historias de Vasos sucios en la madrugada. Relatos marcados por dos hilos conductores presentes en todos ellos: la noche y el alcohol. Los dos elementos que guarecen, que transforman, que amparan secretos: los dos ingredientes de la alquimia de la mala vida.

Estas historias no os dejarán indiferentes.

Para saber algo más sobre el libro y, sobre todo, sobre el periodista y melómano Manolo Abad, pincha aquí



2 comentarios:

Manolo D. Abad dijo...

Muchas gracias, Esteban, por colgar el relato. Como el libro es un poco complicado de conseguir, si a alguien le interesa, debe saber que en www.paquebote.com, se puede hacer con él. Es una buena gente que funciona muy bien Perdón por los momentos de "publicidad".
Un abrazo,
Manolo D.

Baco dijo...

Manolo:
Esta es tu "casa" y puedes decir lo que sea.
Suerte con el libro.
Este verano tenemos mucha música que disfrutar.
Un abrazo