La enfermedad del lado izquierdo

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lunes, 18 de enero de 2010

Un relato de Pepe Pereza



EL PAN DE CADA DÍA


Blas llevaba cuatro años sin estar con una mujer. Casi mil quinientos días de pajas y soledad. Y todo ese tiempo esperando, suplicando por un poco de amor físico, por un coño que le acogiese y le diese calor… Bien dicen que la escasez agudiza el ingenio, y eso es lo que pasó, que Blas hizo uso de su ingenio y encontró la solución. A grandes males, grandes remedios. Descubrió que una barra de pan caliente era el sustituto ideal de una vagina. Quitándole el cuscurro y metiendo la polla entre la masa caliente, Blas vio más que satisfechos sus anhelos. Como en las vigilias religiosas había cambiado la carne por la masa hecha de harina y agua y le iba bien.
Todas las mañanas acudía temprano a la panadería del barrio y esperaba a que el pan saliese del horno. En cuanto entraba en el establecimiento y olía el pan cociéndose en el horno se le ponía la polla tiesa. Con el tiempo aprendió a distinguir el atractivo entre unas barras de pan y otras, es decir, había unas que por su forma le excitaban más y eran esas las que reclamaba al panadero. Siempre elegía las menos cocidas para que la corteza fuese blanda y suave. Solía comprar un par de barras y sintiendo el calor que desprendían debajo del brazo corría de vuelta a su agujero para hacer el amor con ellas.
Ese día regresaba de la panadería muy contento con la compra. De las dos barras que portaba, una de ellas le parecía especialmente seductora. Lo que la hacía tan deseable era que uno de los pliegues que se había formado en la corteza recordaba a una vagina abierta y lista para la penetración. Eso le excitó hasta el punto de que su erección resultó dolorosa. Su polla, prisionera en la bragueta del pantalón, estaba impaciente por hincarse en la suave y mullida masa caliente. Caminó presto hacia su casa, deseando llegar para aliviarse de inmediato y librarse del dolor de su potente erección y de ese deseo mañanero que le impedía concentrarse en las labores diarias.
Entró en el portal y cuando se dirigía al ascensor la portera del edificio se cruzó en su camino.

- Acuérdese de que pasao mañana tenemos reunión – dijo mientras se quitaba los mocos con un pañuelo de papel mil veces usado.
- ¿Reunión?
- Sí, de vecinos. Para discutir el tema del arreglo de la fachada.
- No tenía ni idea de que había que arreglar la fachada.
- Claro, como usted nunca viene a las reuniones…
- ¿Qué le pasa a la fachada?
- Pues sólo hay que verla para darse cuenta de que necesita unos arreglos y una buena mano de pintura.
- Ya… pero eso costará una buena cantidad de dinero.
- Por eso tenemos la reunión, pá discutir los gastos.

Blas notaba como poco a poco las barras de pan perdían temperatura. Era vital que se quitase a la portera del medio para acceder al ascensor.

- Y ¿a qué hora es la reunión?
- A las nueve de la noche.
- Bien, pues nos veremos pasado mañana a esa hora. – dijo avanzando hacia el ascensor.
- ¿Seguro que vendrá? – preguntó ella acompañándole en su trayecto.
- Claro, claro…
- Usted siempre dice lo mismo y luego nunca aparece.
- Le digo que esta vez asistiré.
Estaba a punto de lograrlo, tan solo estaba a un metro de la puerta del ascensor. Alargó el brazo para llegar cuanto antes con su dedo al botón de llamada, pero justo unos centímetros antes de que la yema tocase el interruptor, la portera le cogió del brazo obligándole a detenerse.

- Perdone que insista, pero es que el señor Benítez, ya sabe, el presidente de la comunidad de vecinos, me ha dejado bien claro que quiere que se lo diga a todos los inquilinos.
- Muy bien. Ya me lo ha dicho. Ahora, si no le importa, tengo prisa.

Blas presionó el botón de llamada y el motor del ascensor emitió un sonido agudo, una especie de queja.
Estaba cabreado con la portera. Por su culpa había perdido unos minutos preciosos y el pan se había enfriado más de lo deseado. Salió del ascensor con las llaves de casa preparadas para no perder más tiempo. Al salir del ascensor se encontró cara a cara con Benítez, el presidente de la comunidad de vecinos. Ambos vivían en la misma planta.

- ¡Coño, vecino! A ti te quería yo ver.
- ¿Qué hay, Benítez?
- Joder, llámame Paco, que hay confianza.
- Tengo prisa – recalcó Blas mientras se dirigía a su puerta.
- Tranquilo, hombre. Cualquiera diría que vas a apagar un incendio.
- Algo parecido.
- ¿Qué?
- Nada… ¿Qué querías?
- No sé si sabrás que el viernes que viene tenemos reunión.
- Me lo acaba de decir la portera.
- Es importante que acudamos todos, incluso tú.
- Acudiré, no te preocupes. Ahora si no te importa…

La puerta ya estaba entreabierta e hizo mención de entrar.

- Espera un momento, joder. Que aún no he terminado… ¿No querrás dejarme con la palabra en la boca?
- Ya te he dicho que voy con prisa.
- Es sólo un momento.
- Dime.
- Nada. Solo eso, que no faltes. Tenemos que discutir muchos temas ya que esto no va a ser barato. Pero sé de buena mano que podemos optar a unas ayudas del ayuntamiento y además…
- Ya te he dicho que no faltaré. Ahora tengo que dejarte.
- Pues nada, vecino, allí nos vemos.

Blas entró y cerró la puerta a sus espaldas. En la cocina comprobó la temperatura del pan.

- ¡Megaüenmiputaestampa!

Estaba frío y la corteza se había endurecido. Ya no había nada qué hacer.


Este es un relato inédito de Pepe Pereza. Acaba de editar en digital con Groenlandia un libro de relatos, PUTAS, que podéis descargaros de modo gratuito desde su blog.

3 comentarios:

pepe pereza dijo...

Esteban, muchas gracias.
Abrazo

Luisa dijo...

Siempre digo que tener vecinos es un incordio, sobre todo si por su culpa se te enfrían las vaginas... quiero decir; el pan.

Un beso muy fuerte a los dos.

Baco dijo...

Un placer, Pepe, a ver si me pongo con PUTAS, que ya lo h descargado.

Hola, Luisa, a ver si hablamos pronto. Un beso.