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martes, 3 de marzo de 2009

TORRIJAS Y BALAS (y otros relatos), de Miguel Ángel Martín




TORRIJAS Y BALAS (y otros relatos)

MIGUEL MARTÍN

Ed. Acción Getafense

Muchos de los cuentos de Miguel Ángel Martín desprenden un cachondeo sano que contagia al lector, pero la lectura secreta de los mismos, esa lectura entre líneas que se debe hacer de cada libro de cuentos, nos hace ver que tras ese velo divertido hay un más allá, un algo que profundiza y deja en el interior del lector una carga de dinamita con temporizador. Su versión de “El cuento de la lechera” o el magnífico cuento “Rincones sucios”, son ejemplos de lo que digo.

Es difícil encontrar autores noveles que presenten tan alto nivel en el manejo de la ironía. Siempre ha sido difícil para mí, y considero de un gran mérito superar esa dificultad. Cuentos como “Amores tecnológicos” o el que pueden leer a continuación, “El agujero”, son muestras de que el sutil escarapelo lo maneja a la perfección.

Este Torrijas y Balas es un libro que se hizo corriendo y que hubiese necesitado un pulido y abrillantado antes de pasar por la imprenta pero, claro, no siempre pasa el tren y se detiene en nuestra estación invitándonos a montarnos en él. De cualquier manera, asumiendo que las cosas nunca salen como las pensábamos, contiene cuentos magistrales y asegura una lectura divertida, por lo que su lectura resulta imprescindible.


EL AGUJERO

Este es un negocio. Quiero decir un buen negocio, donde se gana dinero vaya. Aunque al principio no venía nadie. Los pocos que se acercaban como que les daba reparo, fíjese.
Y mira que yo les explicaba el asunto bien sencillo, que esto tampoco tiene tanto misterio pero no se arrancaban. Algunos venían dos o tres veces, interesados o curiosos, para ver como iba la cosa, ya sabe, pero no tenía color.
Entonces le dije a Manuela, mi mujer, me tienes que echar una mano, y ella se negó en redondo. Estuvo tres semanas sin hablarme. Hasta que le menté a los niños y entonces, le pudo la culpa y dijo, por mis hijos cualquier cosa.
Fue sentarse Manuela en el taburete y comenzar el negocio. Que yo me hacía el despistado y a ella le cobraba como si no la conociera de nada, por mantener las apariencias, claro. Pagaba cada media hora sus doscientas pesetas, que bien que me acuerdo, y luego se marchaba a casa, a preparar la cena o tender la ropa, no sé, a sus tareas vaya.
A veces llegaban clientes y se les cambiaba la cara al no verla allí. Y yo me contenía malamente para no soltarles una fresca porque este es un negocio libre, donde cada cual se sienta donde le apetece pero mi Manuela solo estaba allí de paso, de forma coyuntural, vamos, por purita obligación y tampoco era el asunto que la cogieran de vicio.
El caso es que algunos de los que venían a mirar por un lado, pues el negocio es así de simple, empezaron a colocarse en el otro. De broma, lanzándose puyas y apuestas, pero lo cierto es que se colocaban en el miradero y se derretían de gusto.
En cuanto empezaron a desfilar los clientes por ambos sentidos, yo me froté las manos, me dije, qué lince eres Alberto, y me atusé el bigote. Así las cosas marchaban mejor porque el agujero es el mismo y, sin truco ni cartón, yo cobraba por horas a quien quisiera mirar y a quien le gustase ser mirado.
Las reglas son muy claras, nada de malos modales, no puede establecerse conocimiento entre un lado y otro. Por último los clientes no están obligados a nada, pagan su rato en el cuarto oscuro y luego salen tan felices. No he permitido nunca obscenidades, ni comportamientos malsanos. La decencia en mi negocio es mi mejor garantía. Para desahogos de otro tipo les recomiendo lugares más apartados, yo no trabajo ese genero.
El secreto de mi cuarto oscuro consiste en que cualquiera se sienta entre cuatro paredes y pasa media hora frente a un agujero. Cualquiera, el tendero de la esquina, la vecina del segundo, el municipal de paisano, o tu mismo, cualquiera y se sabe observado. Durante media hora, alguien ha pagado para mirarte y tu eres libre de contarle tu vida o callarte, de hacer el payaso, de insultarle, de bailar, reír o llorar lo que te de la gana, se apaga la luz, sales y santas pascuas.
Sencillo como todas las genialidades, y anda que no me lo han agradecido... depresivos, traumatizados, tristes, anoréxicos los he conocido a todos y siempre vuelven, que es cosa de pensarse el pedir una subvención a la seguridad social esa, total se la dan a cualquiera, ¿por qué a mi no...? Mejor que el sicoanalista, oiga, me dicen, y mucho más barato, les respondo yo, donde va a parar.
Todos vuelven, no se que barrunto yo que debe crear un poco de adicción, como el tabaco y eso. Por que todos vuelven y terminan pasando de un lado al otro del agujero, como si tal cosa. Cada uno tiene sus querencias, y le gusta más mirar o ser mirado pero al final todos prueban y repiten encantados.
Con decirle que he colocado paneles insonorizados y a veces se me llenan los cuatro miradores que tengo. ¿Se admira?, pero si casi tengo convencida a la Manuela para que no renueve el alquiler de su madre y montar allí una sucursal, que entonces sí que nos forramos, que ya le digo, pues no es nadie la Manuela...
Mire, debió de ser un día que estaba yo muy sembrado, por que me dio así como un fogonazo, de repente, lo vi todo muy claro, me dije Alberto, es la oportunidad de tu vida, y desde entonces, cabezón hasta más no poder. Que algunos clientes de confianza me han sugerido mejoras, ideas nuevas vaya y yo me he cerrado en banda, que no... es mi negocio y lo llevo como me sale de la mollera y punto.
Por ejemplo, dicen que permita escoger el genero, que los mirones elijan y así aumentar la clientela. Que no... si lo que pica del asunto es no saber nunca a quien te vas a encontrar ese día. Que luego te llevas cada sorpresa... Te colocas en tu mirador; pagas religiosamente, te pones cómodo; acercas un ojo a la mirilla y observas:
Un señor gordo, sudoroso, un poco calvo parece preocupado, tímido, soso y dices: y para esto he pagado yo, sí, sí, para esto... y el gordo ese empieza a hablar y parecía educado pero suelta pestes de su mujer y así sin más, te cuenta sus planes detallados para asesinar a la suegra, luego mira el reloj y se da cuenta de que le queda menos de un cuarto de hora y entonces se acelera y empieza a quitarse ropa y te asegura que es la primera vez en su vida y que se contiene por los dos hijos que le quedan que si no iría así por la calle, y tu le contemplas en tanga, con un alzacuellos rosa y desfilando como mayoret en fiestas y entonces se apaga la luz. Y tu dices, joder con el gordo. Se te ha pasado la media hora que es un gusto, ni te has acordado de aquella rubia cañón que venías buscando. Te vas, deseando volver y pensando, y el caso, es que la cara del gordo ese, a mi me suena.
Un negociazo, oiga, un negociazo. Por eso yo no quiero cambiar, fíjese. Porque yo digo, ¿pa qué? las cosas que funcionan, pa qué tocarlas. Vale que de vez en cuando e acercan putas de la calle San Jaime, pero, que yo sepa, esas señoras no tienen sello de fábrica con el que poder distinguirlas. Y pagan regularmente, como todos, si lo sabré yo. Que enseñan algo más de mercancía que el resto, pues no le digo que no. Pero ya ve, esto está de bote en bote y yo no puedo controlar todos los cuartos. Lo que no permito es que se salten las normas. No hay comunicación entre los mirones y mirados. Si alguien quiere conocerse, no sé, intimar, que lo hagan fuera, al otro lado de la calle. Yo ahí, no me meto. Somos adultos y cada cual sigue su camino, ya sabe, pero en mi local no, aquí las normas las pongo yo, faltaría más.
Ahora esto está muy tranquilo, ya tengo la parroquia ganada y la mayoría no necesitan que explique el asunto, con decirle que hay días que hasta me aburro. Por eso me estoy alargando tanto con usted, para explicarle bien de qué se trata, y por que no tengo que contar la calderilla que si no...
Ya ve, el día menos pensado me doy un descanso y entro en alguna cabina, no sé, por probar, como le gusta tanto a la gente... pero a mi, ya ve, a mi no me llama eso de fisgonear en la vida de los demás, no sé, se lo digo en confianza, a mi en el fondo todo esto me parece una cochinada.




MIGUEL ÁNGEL MARTÍN (1963) es fotógrafo y trabaja en el Ayuntamiento de Getafe. Coordina los talleres de relato de la Fundación Centro de Poesía José Hierro desde hace cinco años y dirige la Asoc. Cultural Gastalápiz. Ha publicado distintos relatos en revistas como Cuadernos del Matemático o Qi. Torrijas y Balas es su primer libro publicado.

4 comentarios:

Tesa Medina dijo...

Tienes razón en lo bien que maneja la ironía, con lo díficil que es que no se desmadre y se vaya para el sarcasmo o, peor aun, para el chascarrillo vulgar.

Me ha gustado bastante el relato. Muy ingenioso el negocio y la manera de contarlo. Habrá que seguir de cerca a este escritor.

Un abrazo, Baco, voy a curiosear un rato por aquí.

Baco dijo...

Gracias, bonita. Dejas unas letricas aquí y huele a mar.

Luisa dijo...

Mucha suerte para Miguel Ángel. Creo que este viernes comenzaré a leer su libro. Espero que me guste tanto como las torrijas. Este aperitivo no ha estado mal. Ya te diré si es de buena digestión. Así lo espero.

Un beso.

Baco dijo...

A ver, a ver, qué tal te sientan estas torrijas. Creo que serán de tu gusto.