La enfermedad del lado izquierdo

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jueves, 20 de noviembre de 2008

Avisos de derrota, nuevo libro de cuentos de Óscar Sipán

Salió ayer. Esta calentito, recién sacado de la imprenta. Destila tinta brumosa, y tengo el placer de colgar en primicia uno de sus relatos.

En unas semanas habrá reseña personal y entrevista.




AVISOS DE DERROTA

“Llevábamos más de una década juntos. Entre los dos habíamos derrocado la figura de un padre enfermo de soriasis y de locura, habíamos superado los desórdenes de la adolescencia, el vértigo a vivir, el pánico a casi todo, habíamos enterrado seres queridos y trabajos absurdos, habíamos perdido el norte y la virginidad. Y ahora nos encontrábamos al final de algo, escudándonos en las malas rachas y en el estrés, achicando agua de un barco que se hundía por varios frentes. Le teníamos miedo a la soledad y le teníamos miedo a la vida en otros brazos, compañeros de piso portadores de esa apatía doliente de los que no viven ni dejan vivir, dummies esperando el próximo muro contra el que estrellarse, hormigas extrañas guardando provisiones de odio para el invierno”.


Óscar Sipán (Huesca, 1974) ha publicado cuentos en diversas revistas de ámbito nacional e internacional y ha sido galardonado en numerosos certámenes literarios. Autor de los libros Rompiendo corazones con los dientes (Premio de Narrativa Odaluna 1998, Edisena), Pólvora Mojada (XVII Premio de Narrativa Santa Isabel de Aragón, Reina de Portugal 2003, Diputación de Zaragoza), Leyendario. Monstruos de agua (2004, March Editor), Escupir sobre París (2005, March Editor), Tornaviajes (2006, Tropo Editores), Guía de hoteles inventados (IX Premio de Libro Ilustrado 2007, Diputación de Badajoz) y Leyendario. Criaturas de agua (Libro mejor editado en Aragón 2007, Tropo Editores).

“Un escritor concienzudo, meticuloso incluso, a quien le gusta escoger con mimo cada adjetivo, cada giro estilístico, y que como alguno de los personajes de sus cuentos se descubre como un narrador altamente exigente y riguroso consigo mismo, al mismo tiempo que como un enamorado de la palabra”.
CARLOS MANZANO, Revista Narrativas.

“El oficio, la madurez que demuestra en sus libros, su facilidad para la creación de mundos, la adecuación del tono y el estilo narrativo a cada relato que nos propone, su contagiosa pasión por el lenguaje y esa facultad innata para descubrir las historias allá donde se escondan hacen de él un valor actual y evidente”.
CARLOS CASTÁN, Turia

"Su palabra viene a arrancarnos de este sin sentido, este vivir sin ilusiones, sin lucha ni rebeldía, tan solo estar sentados, confundidos entre el estruendoso silencio de la nada".




“El método Sipán es diáfano y honesto, y el autor construye sus relatos basándose en tres constantes que domina muy bien: la creación de personajes, la detallista dosificación de pinceladas de estilo, y la fascinación por la propia literatura”.

MIGUEL ÁNGEL ORDOVÁS, El Periódico de Aragón



"Para mí, Avisos de derrota es el Mar de los Sargazos, el mar de las despedidas".

IDA FERRERO.


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CUARENTA DÍAS DE NIEBLA

“¿Puede uno recordar el amor? Es como tratar
de evocar el aroma de las rosas en un sótano.
Puedes ver la rosa, pero nunca el perfume”

ARTHUR MILLER

A Nanín, que me habló de la niebla.

Contestando a su pregunta, no es posible predecir la sequía o el granizo, pero sí las enfermedades de las vides. Y para ello el viticultor se sirve de la planta del rosal, más sensible a las plagas, que las detecta en primer lugar, otorgándole un valioso tiempo de respuesta, nos explica nuestra guía, Mónica, amazona treintañera de pezones tubulares que se erizan al entrar en contacto con su camisa bordada. Un niño vuela una cometa en un campo próximo. El sol calienta la tierra roja y Mónica, desplegando su encanto y sus dotes para la venta, nos invita a entrar en la bodega, un moderno edificio de hierro y cristal. Me reconozco en ella: los dos somos supervivientes del mercado de trabajo. Los dos hemos paladeado ya el miedo y ese regusto a mentira y vinagre, los primeros yacimientos de melancolía que descubres al cumplir años. La imagino enloquecida por el atronador tic tac de su reloj biológico, ensayando posturas ante un espejo de cuerpo entero, llevando una vida espartana de cremas, tablas de gimnasia y yogures sin azúcar, agarrándose a los números para sentirse humana, útil, necesaria: si Dios no existe, por lo menos que funcione el comercio.

Para escapar de nosotros, de la siniestra tranquilidad de las ciudades dormitorio y de los cuarenta días de niebla, hemos decidido visitar esta bodega. En realidad, Yolanda, mi mujer, trabaja en un pequeño estudio de diseño gráfico y ahora, con la crisis económica, intenta retenerlos desesperadamente en su cartera de clientes. Llevamos casados siete años. De un tiempo a esta parte engaño a mi mujer sistemáticamente, en cuanto se presenta una oportunidad. Supongo que me duele verle el odio, algo que debería llevarse en secreto, como las quemaduras. Cada vez que busco una corbata acaricio su traje de novia, envuelto entre plásticos, dormido en la penumbra del armario. Ignoro por qué seguimos juntos. Mis padres se divorciaron cuando yo cumplí los dieciocho. Mi padre nunca llegó a superarlo: en sus últimos años, parecía uno de esos hombres condenados a seguir la estela de tristeza que dejan algunas mujeres, como trasatlánticos arrastrando al hundirse a los pasajeros.

Como todos los sábados, nos hemos despertado con los gemidos de la vecina, multiorgásmica y dependienta de perfumería, fontanero pelirrojo él, amantes esforzados y ruidosos que en lugar de excitarnos nos han dejado a las puertas de una pelea. He salido a buscar el periódico y se me ha encogido el corazón: como en los treinta y nueve días anteriores, allí seguía la niebla. Al poco tiempo, dos testigos de Jehová han llamado al timbre. Les he abierto con la sudadera de los Ramones que uso de pijama y les he invitado a pasar. No han querido aceptar una taza de café recién hecho. Quizá en los estimulantes duerma el demonio. Estaban muy pálidos y parecían serios y disciplinados, con un pie en la locura y otro en la civilización. Se han sentado en el borde de la silla, sin apenas apoyar la espalda, y me han regalado dos revistas -¡Despertad! y La atalaya- con una pregunta en la portada: ¿Cómo hallar verdadera paz interior? Al acompañarlos a la puerta, al infierno blanco de la niebla, les he confesado mi escepticismo frente a las religiones. Su Jehová es sólo invento para que la gente no se arroje por la ventana. Las oraciones se evaporan antes de llegar a ningún cielo. Estamos solos.

La visita guiada dura cuarenta minutos e incluye una copa de vino y un regalo para cada pareja, lo que no está mal por tres euros. Mónica explica el proceso de embotellamiento y mira inconscientemente el reloj, como una ciega joven que aún no controla los ojos. Suena mi móvil y me separo unos metros del grupo, ante la mirada tensa de mi mujer. Me llama Claudia, de la oficina. No encuentra el expediente de los Pardo. Trabajo en una agencia inmobiliaria: me gano la vida buscándole ventajas a casas que no las tienen. Me gustan los edificios antiguos; los nuevos están neutros, limpios, vacíos; nadie ha nacido ni muerto en ellos. Los prefiero cargados de pasado, con huellas de niños en las paredes, baldosas que se mueven y manchas de tabaco. Percibo la energía de las casas: las que sanan y las furiosas, las que guardan secretos y las que no conocieron la felicidad. Y observo con escepticismo la ilusión de las parejas al firmar el contrato. Todavía no conocen la argamasa de la costumbre y la teoría de la eterna insatisfacción, lo hermoso y triste que es descubrir que somos compatibles con más personas: el matrimonio es una jaula mal diseñada y la libertad una cama combada de pensión y sexo sin preguntas con una divorciada que bebe Red Bull con ginebra y no sabe tu nombre. Le indico a Claudia la carpeta correspondiente.

A Mónica le vibran la lengua y los pechos al pronunciar una determinada variedad de uva alemana: Gewürztraminer. Desde niño me fascinan los pechos, como las luces de una feria a un heroinómano. Sirviéndose de una barrica cuya tapa es transparente, Mónica nos habla de la acidez y de la tonicidad. De la maceración y de las sensaciones. Del milagro de la fermentación y de cómo duerme el vino. Escuchándola, me doy cuenta de que cada año que pasa dota a la pareja de un grado de acidez similar al de los vinos. Envejecemos, cambiamos y nos volvemos ácidos. En realidad este caldo que Mónica agita con la varilla somos todos nosotros: un vino incomunicado y turbio que sólo busca que lo traten bien.

En una habitación circular, sin ventanas, nuestra guía nos propone una actividad con unas urnas de metracrilato. El juego consiste en adivinar a qué huelen los recipientes y comprobar nuestras respuestas en un panel. Reconocemos fácilmente la fresa, la vainilla y la avellana, pero no el almizcle ni el sándalo. El clavo huele a la anestesia de los dentistas. Le pregunto por el servicio. Mónica me orienta con su voz cálida y con esas manos que imagino apagando un cigarrillo en un café antes de enfrentarse con el mundo. Es guapa, demasiado guapa: la belleza invita a la desconfianza. Camino por unos pasillos pulidos e impecables, donde se podría engendrar a un santo, y alcanzo el baño que nadie ha utilizado hoy. Mirando la puerta, inmaculada y brillante, siento esa irresistible atracción de dibujar esvásticas en los retretes. Al salir, me cruzo con una mujer con la tez curtida por el sol y un pañuelo añil en la cabeza, pegotes de barro en los antebrazos y una cicatriz en la mejilla izquierda. Nos saludamos brevemente y atraviesa una puerta hacia la luz del día. El mundo es ancho y áspero como los tobillos de esta campesina rumana.

En la tienda, poco antes de despedirse, Mónica nos da la mano, uno por uno, clavando sus ojos celestes de Husky siberiano, nos regala un sacacorchos y un descapsulador con el anagrama de la bodega y nos invita a tomar una copa color orina, que bautiza como bendición blanca. Pero antes nos explica los orígenes del brindis, de cómo los anfitriones griegos levantaban la copa, se la mostraban a los invitados y libaban en primer lugar; era su forma de asegurarles que el vino no estaba envenenado. Tomo un sorbo y lo paladeo antes de tragar. No tiene un gran bouquet, es un vino incómodo que no consigo instalar ni en el placer ni en el asco. Aún así termino comprando una caja.

La carretera ejerce de cremallera entre viñedos. De camino a casa no hablamos. Por algo las canciones de la radio contienen tan pocas palabras. Nos acomodamos a todo: el oído se acostumbra a escuchar música mediocre, el cerebro a las conversaciones ligeras, el corazón a administrar el mal amor. Protegemos los sentimientos como fruta de invernadero: en cámaras frigoríficas para que no se estropeen. Pero, de repente, un tonto estribillo pop, un caramelo envuelto en una melodía, nos conmueve más que toda la ternura del mundo. Me limpio una lágrima con disimulo y apago la radio.

En el preciso instante de abandonar el sol y la tierra roja y de cruzar a la niebla, al desamparo, un pájaro se estrella contra el cristal dejando un rastro de sangre y plumas.

--Le has matado. Como a mí.

Detengo el coche en el arcén. Siento furia, mareo y debilidad.

--¿Se puede saber qué te pasa?
--Estoy embarazada, dice con un cariño forzado, teatral, que calienta como un sol de invierno.

Me llevo un cigarrillo a los labios, las manos en el volante intentando asimilar sus palabras.

--¿Quieres tenerlo?
--Sí, contesta con la mirada nublada de biberones y polvos de talco.
--¿Estás segura?

Se queda muy seria, saturada de presente, con esa tendencia suya a recordar.

--¿Qué nombres te gustan?
--No sé, contesto sin vencer el vértigo. Mateo…Lucas, quizás.
--¿Y si es chica?
--Luisa, Marta, Claudia…
--¡Como la puta de tu secretaria!
--No empieces otra vez, aquello terminó hace mucho tiempo.

La lluvia de reproches nos deja a las puertas de la unifamiliar, donde un rosal plantado como una tumba en mitad de la niebla, se marchita enfermo de nosotros.

Oscar Sipán. “Cuarenta días de niebla” forma parte de AVISOS DE DERROTA (Onagro Ediciones, 2008).

9 comentarios:

Anónimo dijo...

Hey! Óscar no me había dicho nada sobre este inminente lanzamiento, y yo en las caras de belmez (=mirando musarañas, =en la inopia)!!!!!!!!!!!!

Baco dijo...

¿Qué te parece el cuento, Cris?

pepe pereza dijo...

¡Una pasada de relato! Esta misma tarde estoy encargando el libro.
insito ¡Muy bueno!

Baco dijo...

Pero que muy bueno (fragmentación de la escena perfecta, pinceladas precisas y final esférico).
En unas semanas reseña y entrevista.
Un abrazo Pepe y salud!

Anónimo dijo...

Yo, por estos lares gaditanos, todavía estoy sacando partido al Leyendario, ¿sabéis que lo utilizo en clase, a los chicos les encanta y tiene un gran valor didáctico?.

Enhorabuena a Oscar por su nuevo libro.

Angeles Prieto

Baco dijo...

Pues ya has conseguido mucho, Angeles. Estoy contigo, mejor nos iría si a los chicos les diesemos a leer a Poli G. Navarro, Andres Neuman o Manuel Rivas ( por acortar y hacer la triada.
Gracias por pasar por aquí.

Anónimo dijo...

Me encanta Leyendario. Pienso continuamente en el comienzo, en ese hombre que se despierta tras tres días durmiendo, por culpa de la explosión de una fábrica de cloroformo. Un accidente mucho más agradable que te atropelle un coche, por ejemplo (cosa que a mí ya me pasó hace años...Poco aconsejable, si...sobretodo porque en el salto acrobático que di, y que no recuerdo porque quedé inconsciente, perdi el tornillo que aún me quedaba...)

En fin, señoras y señores, que aunque haya quien no lo crea, hasta ayer no pude encontrar un hueco para leer este cuento y ahora que lo vuelvo a releer, lanzo mi opinión:

Óscar Sipán es tan convincente, tan rotundo, que me ha hecho cogerle manía al protagonista. Sí, le tengo manía a esos personajes que no son capaces de enfrentar sus relaciones rotas y dejarlas antes de que el rosal se convierta en algo más feo que una momia. Y éste está perfectamente dibujado. ¿Será porque se acerca mi segundo aniversario de bodas y estoy ñoña? Quién sabe.
Desde luego, admito que si el personaje no fuera así, la historia no tendría sentido. Y precisamente porque el personaje tiene esas opiniones, yo no podré olvidarme facilmente de él.
Me encanta la parte de los testigos de Gehová, y esa en la que habla de los edificios antiguos.
Le he cogido pena a Mónica, y a la mujer del protagonista...incluso me da pena el pájaro que se ha estrellado contra el cristal.
La niebla se percibe durante toda la historia, como ese ente impenetrable que hace que la pareja no pueda volver a encontrarse en un plano espiritual.
Me encanta el principio, me encanta el final. Un cuento perfectamente escrito, si señor.
Mis más sinceras felicitaciones a Sipán.
ESPERO, AMIGOS, QUE LA NIEBLA NO NOS IMPIDA VER NUESTROS CAMINOS.
besos,

Cris Monteoliva
www.elviajeimaginario.obolog.com
www.labibliotecaimaginaria.es

Baco dijo...

Eso es una opinión, lo que se dice, fundamentada.
Me acabo de dar cuenta de que una crítica tuya, Cris, esta en la vitola del último libro de Jon Bilbao (también próxima reseña y entrevista).
Bueno, muy bueno. Casi, casi (ya lo comentaré) perfecto.

Anónimo dijo...

Muchas gracias, Baco!
Hice una reseña de un libro de Jon Bilbao, si, EL HERMANO DE LAS MOSCAS. Ésa se publicó en PERIFERIA LIBROS, cuando todavía colaboraba allí. Tengo pendiente su último libro...Ojalá pudiera ir más rápido con las cosas pendientes, pero no puedo con ma´s de dos libros por semana.