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miércoles, 19 de noviembre de 2008

Delicioso helado de tutifruti

Una reseña de Luis Borrás para Aragón Literario


Acabé de leer "Abierto para fantoches" y me chupé los dedos. Me gustó tanto que volví a empezar. Como un niño pide repetir el postre. Una bola de cada. Una con sabor a traición, otra invisible, otra de dulce venganza, otra de sed de justicia, otra de soledad y una última con todos los colores de la cola de un pavo real. Y por encima delicioso coco rayado.
Repetí. Lo leí dos veces, sin cansarme, igual que podemos admirar eternamente la belleza. Salí y volví a entrar, como el asesino vuelve al lugar del crimen. Lo bebí con ansia, como apuran la copa los sedientos.
Repetí. Volví a leerlo porque tengo conciencia de incrédulo y espíritu de náufrago. Lo volví a leer para creérmelo, para besar la arena de su orilla. Lo volví a leer para que sus palabras hagan más cálido este maldito invierno. Lo disfruté despacio, como se fuman el último cigarrillo los condenados.
Repetí. Repase mis notas y las emociones sentidas. Lo hice mío, como buscan el calor los huérfanos y el sol de enero los perros callejeros.
Sentí mi casa más pequeña y mi vida hecha de noches en blanco, acosado por el calor que trepa por las ventanas abiertas. Coloqué el paisaje idílico de una playa desierta en la mirilla de la puerta y recé a la buena suerte. Sentí alivio cuando mi mujer me dijo que con la extra de julio nos daría para poner aire acondicionado en casa, y cuando supe que mis vecinos no tenían intención de vender su piso. Patricia me ha enseñado que nuestra vida es corriente e incompleta y que nuestra felicidad está realquilada en la oficina de objetos perdidos. Los seres afortunados y perfectos viven en otros barrios, compran en otras tiendas y sus coches parecen de charol, los vemos en las revistas y en la televisión pensando que son pura fantasía. Pero si uno de ellos aparece en el piso de al lado, no lo dudes, cámbiate de casa, porque te arruinará la vida.
Sentí terror imaginando a una hermosa niña como un ángel pálido, de enormes ojos azules y carita inocente, ahogando a un perro en la piscina de casa. Sentí el mismo dolor desesperado de sus padres al no poder explicarme con la lógica sus juegos, cuchicheos y risas, con alguien que no estaba vivo. Sentí terror al ver a una niña tumbada en la cama, quieta como una muñeca, con las manos cruzadas sobre el pecho y los zapatos nuevos con la suela sin un arañazo. Patricia me ha enseñado que es preferible el juego a la locura, que es preferible ver fantasmas burlones que aceptar la nada y el vacío de la muerte, pero no por eso dejé de sentir un escalofrío auténtico.


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4 comentarios:

Recomenzar dijo...

Interesante lo que dices. te dejo un abrazo

Baco dijo...

¡Madre de mi vida!, ¡qué morritos tintados de rouge!
Les acabo de poner a los chicos que estaba, no sé, como perdido, desorientado y me habían dicho que... bueno, que... eso, el amorpropio, que relajaba y eso y tus labios y ese blog, bueno... pues eso.
Volverermos a escribirnos, en tu casa o en la mía.

Juan Manuel Rodríguez de Sousa dijo...

Habrá que leerlo! no conozco a esta autora, pero por lo que dices... suena interesante.

Baco dijo...

Pues voy a colgar un cuento suyo en breve, a ver que te parece, Juan manuel.