Ayer lo conocí, en la presentación de
Nosotros, todos nosotros del escritor turolense
Victor García Antón (y del que escribiré un post sin duda, después de leer el primer relato de ese libro, y releerlo y releerlo, por el sólo hecho de disfrutar de su lectura. No adelanto más.)Nos estrechamos la mano y miré de cerca sus ojos claros y sinceros.
Un honor. Sabía o había oído hablar (no sé si bien o mal) de El laberinto de Noé. Más honor.
Medardo Fraile, el Maestro, me comentó lo gratificante que es escribir un buen cuento, lo dificultoso de este arte que exige precisión de relojero y lo poco valorado que está. Sonreí. Lo tengo asumido y, aun así, me declaro cuentista.
MEDARDO FRAILE (UNA ENTREVISTA)
Nombre indispensable de la narrativa española, y maestro del cuento, Medardo Fraile lleva años alejado físicamente de España, aunque su obra no ha dejado de estar presente. En estos días sale a la calle una edición de sus cuentos completos, Escritura y verdad (editorial Páginas de Espuma), con un denso y esclarecedor prólogo de Angel Zapata, acerca del cual el escritor no escatima elogios.
En la narrativa española, Medardo Fraile es un caso curioso. En cierto modo, se puede parecer a ese tópico del escritor de culto, es decir, alguien, tan idolatrado por minorías de entendidos como desconocido del gran público. Quizá haya algo de eso, pero no sería un término adecuado para este autor al que nada menos que Augusto Monterroso considera el gran cuentista español. Su caso es, más bien, el de alguien cuyo nombre se pronuncia con auténtico respeto por mucha gente del mundo literario (críticos, editores, escritores, lectores), y cuya obra está bien recogida en las ediciones más prestigiosas, pero que, tal vez, no tiene la repercusión pública que merece. Lo primero no requiere de mayor explicación que la calidad intrínseca de la obra de Medardo Fraile. En cuanto a lo segundo, caben dos explicaciones que no son excluyentes: la pertenencia de Medardo Fraile a una generación hoy muy mermada y algo olvidada, y el alejamiento físico del escritor durante muchos años.
¿Cree que ese alejamiento le ha perjudicado?
Para mi vida, me ha venido bien, porque en Gran Bretaña me casé, llegué a catedrático, pero para la profesión ha sido fatal, porque la presencia aquí es necesaria. Es verdad lo de que el ojo del amo engorda el caballo. Ya estoy jubilado y vengo dos o tres veces al año. Creo que mi nombre vuelve a estar funcionando, porque se estaba borrando.
La nueva edición de sus cuentos, Escritura y verdad, puede ser el mejor síntoma.
De esta edición me parece extraordinario el prólogo de Ángel Zapata. La crítica me ha tratado siempre bien, pero la profundidad de Zapata es única.
Dice Zapata que sus cuentos son de una belleza disidente o, más bien, son una disidencia bella.
¿Qué es lo sustantivo y qué lo adjetivo?
Prima la disidencia. La belleza tiene que ser la justa. Recrearse en la belleza no es lo mío, nunca lo ha sido. A mí no me interesa tanto la forma por sí misma. La forma debe estar al servicio de lo que cuentas y no al revés. La disciplina del cuento tiene que ser muy estricta. Yo no me recreo en la forma; si me sobran palabras, las quito.
Ha dicho usted que lo humano es lo único que le interesa.
Sí, prefiero lo humano, que perdura; lo social acaba diluyéndose. Lo social depende de la política; si la política mejora, lo social se acaba. Lo existencial, sin embargo, nos atañe a todos.
Por eso muchos de sus personajes son como santos inocentes, pienso en el protagonista del cuento “En vilo.”
No todos son así. El de “En vilo”, sí; otros no. Son gente normal y corriente.
Pero sí hay un ingrediente en el que coincide la crítica, que es la ternura. Lo señala Pilar Palomo en la edición de Cátedra, y Ángel Zapata titula su trabajo introductorio a Escritura y verdad “la ternura del nómada”.
Es cierto, pero con la ternura no hay que pasarse, hay que controlarla, si no, uno se convierte en una especie de tanguista.
En sus cuentos, a veces el argumento se adelgaza hasta casi desaparecer, como si lo esencial estuviera fuera de lo que se narra.
Creo que el lector tiene que buscar lo esencial del cuento, que pueden ser dos frases, pero que tienen que estar abrigadas por el resto. No hay que contarlo todo, contarlo todo es el modo de aburrir a la gente. [Quizá convenga recordar aquí algo que el propio Medardo Fraile dijo hace casi cincuenta años: “Siempre he tenido fe ciega en los cuentos en los que no pasa nada”].
El cuento, decía Cortázar, tiene que ganar por K.O.
Es cierto, ésa es una buena frase que, además, es verdad; el cuento que no gana por k.o. no vale. Requiere menos tiempo que una novela, evidentemente, pero en el cuento no te puedes permitir ninguna transición, ningún descanso. En el cuento, cada línea es una batalla.
¿Quiénes son sus autores de referencia?
Siempre he tendido a hacer lo que me daba la gana. Pero me han interesado autores muy distintos, como Ramón Gómez de la Serna, Katherine Mansfield, Carson McCullers, O’Henry, que tiene mucha gracia aunque esté algo anticuado, Dublineses de Joyce; de Samuel Ros, al que dediqué mi tesis, me interesan más los artículos que los cuentos.
Del cuento se dice que tiene peor salida editorial que la novela, pero se dice cada vez que aparece un nuevo volumen de cuentos, por lo que, quizá, haya que ponerlo en duda.
Es totalmente cierto. Es más, se suele decir también que el cuento resucita, y el cuento ya había resucitado. Hay problemas en las editoriales, que no saben vender el cuento, no sé qué les pasa.
Pueden faltar revistas que acojan cuentos.
En mi época, ésa era la salida para publicar, había montones de revistas. El problema venía al meter los cuentos en libros. Decía García Pavón, que las revistas ayudan y las editoriales fallan.
Su época fue la de una generación excelente en cuyas iniciativas estuvo usted muy implicado.
Había muchísima gente en aquella facultad de Filosofía y Letras de la Complutense. Juan Guerrero Zamora, que hizo la revista Raíz, José María Valverde, un poco mayor que nosotros y que ya había tenido éxito como poeta, Aldecoa, que era muy noble y tenía una vocación literaria extraordinaria, Jesús Fernández Santos, que hacía teatro como Alfonso Sastre y Alfonso Paso, Manuel Seco, Rafael Sánchez Ferlosio, que no acabó la carrera...
Frente a su larga dedicación al cuento, sólo ha publicado una novela, Autobiografía.
Quizá yo sea un poco cabezota, y si desde joven me decían que escribiera novela, yo replicaba que por qué, si lo que me gustaban eran los cuentos. Escribí Autobiografía para demostrar que sabía hacer novela y que me dejaran tranquilo.
Tampoco ha escrito poesía, pero sí teatro.
Escribí poesía de joven, como todo el mundo. Pero sólo tengo cinco o seis poemas publicados. Ahora he vuelto un poco, pero es como una especie de deporte. El teatro, sí; es con lo que empecé. Lo dejé porque en el teatro dependes mucho de otros, de directores, empresarios... Fue una huida un poco ingenua porque lo que daba dinero entonces era el teatro. Pero, teniendo lo esencial, me ha importado siempre poco el ganar dinero.
2 comentarios:
Hola BACO!
No, no conocía esta canción de CÁNOVAS, RODRIGO, ADOLFO Y GUZMÁN:MARIA Y AMARANTA que me comentas.
Me gustó conocer este espacio.
Besos multicolores!
Pues si te ha gustado la letra, ya no te digo nada escucharla.
Otro beso para Granada.
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