—Tengo algo que deciros. Seguro que ya lo sabéis.
Os lo habéis podido imaginar, os lo han podido sugerir, pero quiero decíroslo yo.
La madre no se permitió parpadear. El hermano sonrió maliciosamente. El padre adoptó el gesto severo de cuando recibe una noticia inesperada, por sí acaso.
—Lo que os voy a contar es la razón por la que durante todos estos años he sido inaccesible, distante, desagradable e incluso borde.
—Cállate —la madre arrugó la servilleta con cuidado—. Ya lo sabemos.
—¿Qué es lo que sabemos? —Dijo bruscamente el padre con la taza en la mano—. Yo no sé nada de lo que estamos hablando. ¿De qué estamos hablando?
—Estamos hablando de mí.
—Y, ¿qué es lo que no sabemos de ti? Lo sabemos todo. Eres nuestro hijo.
La madre se levantó de la silla y se puso a recoger la mesa.
—A veces creo que no te enteras de nada.
Él le puso la mano sobre el brazo y la agarró con fuerza.
El padre la miró con ojos suplicantes.
—Ya ha llegado el momento, ¿verdad?
—Hace mucho que está aquí. Ya deberías haberte hecho a la idea.
La madre se giró, abrió el grifo y empezó a fregar.
El padre miró la taza vacía.
—¿Puedo decir algo? ¿Puedo terminar?
—Hijo, ya no hace falta. Ahora no.
La homoerótica que desprende impregna muchos de los relatos. Distanciados los momentos de las historias, en todas puede apreciarse la losa del silencio y del temor a la incomprensión. Me atrevo a decir que el espíritu de Iñaki colmó muchos de esos silencios y no pudo hacer cosa mejor que escribirlos, que realizar el exorcismo.
Sorprenderá al lector la frescura de los relatos y la buena concepción de muchos de ellos, el intimismo que los llena, la sensibilidad que desprenden. En otros veremos el gusto de Iñaki por la experimentación, como en “Bailaré siempre” o en “Jonay”, del primer grupo de relatos; y alguno nos sorprenderá en su trama (“Nadador”); pero habrá que llegar a el bloque cuarto para encontrarse tres relatos magníficos (“El minuto”, “El hombre” y “El campeón”) que hubiesen sido memorables si hubiese cerrado su final con un golpe certero en vez de dejarlos abiertos hacia un camino que ya no interesa al lector.
Buena apuesta la de Iñaki. El libro no podía llamarse de otro modo conteniendo la música que contienen estos retazos de vida. Qué mejor que un blues para fumarnos los silencios de la vida.
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