La enfermedad del lado izquierdo

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martes, 7 de octubre de 2008

Hoy temprano: Pedro Mairal


Hoy por hoy es mi narrador argentino favorito. Me deslumbró con su Una noche con Sabrina Love y me hipnotizó con un poemario llamado Tigre como los pájaros que contiene joyas como Por eso.

Hoy temprano es un libro de relatos que te envuelve con la prosa melódica de su autor. En alguno de esos relatos, como el que da título al libro, nos entregamos a un experimento temporal que acaba por convencernos de que la extraña métrica del viaje es la natural. En otros como La virginidad de Karina Durán o La suplencia nos encontramos con personajes adolescentes en situaciones anómalas, pero vivibles, que nos transportan a aquellos años en los que todo estaba por llegar. La magia presente en la realidad cotidiana se hace carne en Amor en Colonia o en Amazonia. La inquietud, el final esbozado, anidan a lo largo de todo el relato de Los héroes y, por el contrario, existen finales sorprendentes y, a la vez, entrañables como el de Cuadros.

La escritura de Pedro Mairal tiene la facultad de engancharte desde la primera línea, de atraerte de modo que el lector le da la mano al narrador y se deja llevar a esos mundos, extraños pero amigables, que logran trasportar al lector fuera de la realidad. Pedro entronca con los autores del boom cuentista latinoamericano y propone realidades paralelas.


No se las pierdan.

CUENTO (Hoy temprano)
Salimos temprano. Papá tiene un Peugeot 404 bordó, reciéncomprado. Yo me trepo a la luneta trasera y me acuesto ahía lo largo. Voy cómodo. Me gusta quedarme contra el vidriode atrás porque puedo dormir. Siempre estoy contento de ir apasar el fin de semana a la quinta, porque en el departamentodel centro, durante la semana, lo único que hago es patearuna pelota de tenis en el patio del pozo de aire y luz que estásobre el garaje, un patio entre cuatro paredes medianerasaltísimas y sucias por el hollín de los incineradores. Si miropara arriba en ese patio parece que estuviera adentrode una chimenea, si grito, el grito apenas sube pero no llegahasta el cuadrado de cielo. El viaje a la quinta me sacade ese pozo.



En la calle hay poco tránsito, quizá porque es sábadoo porque todavía no hay tantos autos en Buenos Aires.Llevo un autito Matchbox adentro de un frasco para capturarinsectos y unos crayones que ordeno por tamaño y que nome tengo que olvidar al sol porque se derriten. A nadiele parece peligroso que yo vaya acostado en la luneta.Me gusta el rincón protector que se hace con el vidriode atrás, al lado de la calcomanía de la Proveeduría Deportiva.En el camino miro el frente de los autos porque parecencaras: los faros son ojos, los paragolpes son bigotes,y las parrillas son los dientes y la boca. Algunos autos tienencara de buenos, otros cara de malos. Mis hermanos prefierenque yo vaya en la luneta porque así tienen más lugarpara ellos. Yo no viajo en el asiento hasta más adelante,cuando hace demasiado calor o cuando ya no quepoen la luneta porque crecí un poco. Tomamos una avenidalarga. No sé si es porque hay muchos semáforos pero vamosdespacio, además después ya el Peugeot está medio roto,tiene el caño de escape libre y hay que gritar para hablar;una de las puertas de atrás está falseada y mamá la ató conel hilo del barrilete de Miguel.



El viaje es larguísimo. Sobre todo cuando no estánsincronizados los semáforos. Nos peleamos por la ventana,ninguno de los tres quiere sentarse en el medio. En la GeneralPaz nos turnamos para sacar la cabeza por la ventanacon las antiparras de agua de Vicky, para que no nos llorenlos ojos por el viento. Papá y mamá no dicen nada. Salvocuando pasamos por la policía: ahí hay que sentarse derechosy estar callados. Cuando ya tenemos el Renault 12, a Miguelse le vuela por la ventana medio pilón de figuritas de "Titanesen el Ring" y papá frena en la banquina para juntarlasporque Miguel grita como un enloquecido. Yo veo de repenteque se nos acercan dos soldados apuntándonos con lametralleta, diciendo que estamos en zona militar. Le hacenpreguntas a papá, lo palpan de armas, le revisanlos documentos y después tenemos que seguir viaje sin juntarlas figuritas que quedan ahí desparramadas, inclusola autografiada por Martín Karadagián.



Papá busca música clásica en la radio, a veces consiguesintonizar bien la emisora del Sodre. Nosotros estamosa las patadas en el asiento de atrás cuando de repente papásube el volumen y dice "escuchen esto, escuchen esto"y hay que hacer una pausa silenciosa en medio de una tomade judo para escuchar una parte de un aria o de un adagio.Después, cuando llegan los pasacassettes para autos, el viajea la quinta se hace bajo el dominio absoluto de Mozart.Miramos pasar hacia atrás el camino prolijo, los árbolespodados con los troncos pintados de blanco, y escuchamoslos quintetos para cuerdas, las sinfonías, los conciertospara piano, las óperas. Vicky lidera rebeliones para tapara las sopranos de "Las bodas de Fígaro" o de "Don Giovanni"con nuestro cántico filial favorito que dice "Queremos comer,queremos comer, sangre coagulada revuelta en ensalada...".Pero después Vicky empieza a traer libros para el viajey los lee sin prestarle atención a nadie, en silencio,cada vez más enojada, porque la obligan a venir, hastaque le dan permiso para quedarse los fines de semanaen el centro para ir al cine con sus amigas que ya salencon chicos, y entonces Miguel y yo tenemos cada unosu ventana indiscutible, aunque invitemos a un amigo.



Sentimos que no vamos a llegar nunca. Hay largas esperasa medio camino mientras mamá compra muebles de jardíno plantas, aprovechando que papá se quedó trabajandoen casa. Con Miguel jugamos en el asiento de atrás a verquién aguanta más sin respirar, cada uno le tapa el tubodel snorkel al otro para que no haga trampa, o si no,improvisamos un partido de paleta con un bollo de papely las dos patas de rana. Esperamos tanto que Tania se ponea ladrar, porque no aguanta más, encerrada en la partede atrás de la Rural Falcon que tenemos después del Renault.Entonces aparece mamá, con plantas o macetas o algúnmueble que hay que atar al techo, y seguimos viaje.



Los amigos que invita Miguel van cambiando. Yo los mirocon asombro, con ansiedad perversa, porque sé que cuandolleguemos van a empezar a caer en las trampas que Migueldeja siempre preparadas: el ratón muerto dentro de las botasde goma para el invitado, el fantasma del galpón, la farsade los chanchos asesinos, el pozo tapado con hojas y ramasal lado de la fila de palmeras que se ve desde la casa. Dentrodel auto, en los embotellamientos de la ruta a media mañana,yo miro a los amigos de Miguel y paladeo por primera vezel mal. Prefiero a los confiados y prepotentes, porque séque les va a resultar más intensa la humillaciónde esas trampas en las que yo colaboro de un modo oblicuo,indefinido. Los invitados de Miguel casi nunca vuelven a venir.



Cuando terminan el primer tramo de la autopista y ponenel peaje, el tráfico avanza mejor. Vicky va por su cuenta,con amigas que tienen auto. Papá ya casi no viene.En la Rural destartalada, mientras mamá maneja, Miguelme usa el cuaderno de dibujo garabateando planosy elaborando estrategias para espiar a las amigas de Vickycuando se cambian. Después Miguel empieza a venir cada vezmenos, y yo tengo todo el asiento de atrás para dormir. Mamáfrena y me despierta para que le ponga agua al radiadorque pierde y recalienta el motor. Compramos una sandíaal costado de la ruta.



En la barrera del tren, donde antes había uno o dosvendedores ambulantes, ahora hay amputados o paralíticosque piden limosna y otros que ofrecen revistas, pelotas,biromes, herramientas, muñecos. También en los semáforosdel pueblo que atravesamos piden una moneda o vendenflores y latas de gaseosa. A papá le dieron el Ford Sierrade la empresa, que tiene botones automáticos y comoa Miguel lo asaltaron hace poco, mamá me hace bajar losseguros y cerrar las ventanas en los semáforos porque le danmiedo los vendedores. Dice que se le tiran encima y que,además, Duque los puede morder. Después, la excusa del aireacondicionado ayuda a que ya no vayamos más con laventana abierta. El auto comienza a ser una cápsula deseguridad, con un microclima propio. Afuera cada vez hay másbasura, más pintadas políticas. Adentro, la música suenanítida en el estéreo nuevo y mamá tolera con paciencialos cassettes que yo pongo de Soda o de Police.



El auto es más rápido y todo el tiempo parece que estamospor llegar. Sobre todo cuando empiezo a manejar yo,que aumento la velocidad sin que mamá se dé cuenta porqueviene tranquila en el asiento del acompañante mirandoen el espejo su último lifting que le tira la piel para atráscomo si fuera un efecto de la aceleración. Después, cuandomuere papá, mamá prefiere que maneje Miguel, que volviócomo el hijo pródigo, porque Vicky ya está viviendoen Boston. Para mí la ruta se empieza a enrarecer porquemanejo el Taunus amarillo del padre del Chino en el quedejamos cerradas las ventanas, no por miedo a que nos robensino para que el humo de la marihuana no pierda densidad.Escuchamos "Wild horses" y hay momentos casi espiritualesen los que la velocidad total de la ruta parece cobraruna lentitud serena en el paisaje enorme y chato. Despuésmanejo el auto de la madre de Gabriela que por suertees gasolero y no gasta demasiado en las escapadasque nos hacemos cualquier día de semana para estar solosun rato. Ya se está hablando del tema de la expropiaciónpero es apenas una advertencia, faltan todavía dos gobiernos.Gabriela se pone unos vestiditos que me obligan a manejarcon una sola mano y a acariciarle los muslos con la otra,subiendo desde las rodillas lentamente, sin necesidad de ponerlos cambios porque dejo el motor a fondo mientras Gabrielame pide al oído que no me apure, que esperemos a llegar.Nunca se hizo tan largo el viaje. La quinta está allá lejos,inalcanzable.



Más adelante, a Gabriela le empieza a crecer la panzay viajamos para tratar de integrarnos a la vida familiar. Vamosen el Volkswagen que nos presta su hermano. Ya usamoscinturón de seguridad, ya empezamos a tener miedo de morirnos y faltan pocos kilómetros. Los años pasan haciaatrás cada vez más rápido. Hay muchos más autos en la rutay más peajes. Están terminando la autopista. Frenamosen una estación de servicio, discutimos. Gabriela lloraen el baño. Tengo que pedirle que salga. Después compramosel baby-seat para Violeta y ella va chiquitita y dormidaen el asiento de atrás, también con cinturón de seguridad.Los tres atados.



Piso el acelerador porque quiero llegar temprano paraalmorzar. Gabriela dice que no importa, que podemos pararen el Mc Donald's. Discutimos. Gabriela me desprecia. Yo mepongo los anteojos negros y acelero más. Aprovecho el viajepara escuchar demos de jingles para radio. Aprieto con lasmanos el volante del Escort. Falta poco. Gabriela me pideque vaya más despacio, después deja de venir, se vacon Violeta a lo de la madre los fines de semana. Manejo solo,escucho los conciertos para piano de Mozart en compactsque suenan perfectos. El motor de la 4x4 no hace ruido.La autopista está terminada, con alambre a los costadospara que no cruce la gente. Voy por el carril rápido. Miroel velocímetro: ciento sesenta y cinco. Estoy por pasarpor el lugar exacto. Veo de lejos las tres palmeras y esperoque se alineen. Se acercan, me acerco, hasta que la primerapalmera tapa a las otras dos y digo "acá", y es comosi lo gritara, pero lo digo despacio, lo digo en el punto exactodonde estaba la casa antes de la expropiación, antesde que la demolieran y construyeran arriba la autopista.Siento que por una milésima de segundo paso por adentrode los cuartos, por arriba de la cama donde jugábamoscon Miguel a "Titanes en el Ring", paso por las tumbasde Tania y Duque entre las plantas de mamá, paso por un olorhúmedo y metálico, por un sabor a ciruelas verdes tiradasen el fondo de la pileta para sacarlas buceando más tarde,paso por el miedo a una culebra que salió cuando dimos vueltauna chapa, por la noche de lluvia en que jugamos a embocaruna pelota en el único cuadrado roto de la ventana paraobligarnos a buscarla con linterna entre los saposy los charcos. Ahora es un malón incesante de autosque pasa por encima del fantasma de la casa. Son las doceen punto y el sol resplandece en el asfalto. Soy un hombredivorciado, un publicista que va al country de su hermanopor primera vez y se olvidó las instrucciones de cómo llegary está perdido, un hombre que no sabe dónde frenar y sigueviajando en el auto desde que salió hoy temprano, hacemucho, acostado en la luneta de atrás.

(lo lamento pero no tengo ganas de pulirlo. Creo que se puede leer con facilidad. Otra opción es leerlo directamente en el blog de Pedro Mairal, con enlace directo al cuento aquí)



12 comentarios:

María Jesús Siva dijo...

Qué voy a decir de Pedro Mairal, lo descubrí sin querer, por un poema que llegó a mis manos,a la vez se lo fuí descubriendo a más gente que tampoco tenía noticia de él, ahora todavía no es fácil encontrar libros suyos publicados aquí en España.
para mí es una auténtica delicia, tanto como poeta, como escritor.
Besos.

Baco dijo...

Bueno, al fin y al cabo, fuiste tú quien trajo bajo el brazo "Por eso".
Besos.

Anónimo dijo...

Hola, hay una publicidad argentina que usa el mismo recurso... es claro que el cuento hace una referencia a ella. Por otra parte, la publicidad citada me pareció horrible, un ato de estereotipos risueños. Mairal es un escritor aceptable, nada más. Tiene mucho, sabe atrapar con una historia. Pero a mi criterio tiene algunos defectos por los cuales, a la luz de la época, aparece ingenuo, como el hecho de utilizar como referencia una publicidad o inspirarse en ella para escribir un cuento.
Si estoy equivocado, por favor, díganme.
Saludos.

Baco dijo...

Estás equivocado, pero nadie es perfecto.
saludos

Anónimo dijo...

En qué estoy equivocado, querído Baco? Si se puede saber, por supuesto.

Baco dijo...

Primero firma tus comentarios y luego te explico, si acaso

Baco dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Anónimo dijo...

Supongo que si el libro es del dos mil uno y la publicidad es muy posterior estoy equivocado y lo acepto. Eso cambia mi perspectiva completamente. Pido disculpas al autor y a vos.
Me llamo Ariel.
Saludos.

Baco dijo...

Gracias, Ariel, así es.
Sinceridad e inteligencia hacen a un hombre ser un "ser de agua" decia un poeta amigo. "Ser de agua" era como él llamaba a los amigos.
Un saludo,

Anónimo dijo...

Díganme John Carter.
Yo, vuelvo a la carga con el tema de la fuente del cuento éste. Es una descarada copia de la idea y la estructura de "Tren" de Santiago Dabove, un excelente cuentista no demasiado difundido, pero cuyo único libro de cuentos (póstumo) fue prologado por Borges.
El cuento "Tren", que se puede encontrar en alguna antología de cuentos argentinos o en la edición de "Ser polvo", es mucho más sintético y está maravillosamente resuelto, mientras que el previsible cuento de Mairal no le llega ni a los talones. Lamento decepcionar a varios. Antes de contestarme busquen el original.

Anónimo dijo...

Permiteme que discrepe. Conozco " El tren", y aunque es cierto que se pudiese trazar algun paralelismo en el nivel estructural,el cuento de Mairal dista mucho del de Davove en trasunto. Las estrategias narrativas son, manifiestamente, distintas,asi como el uso de los tiempos verbales. La lectura del cuento de Mairal produce ne mi un fecto muy distinto del que me produce la lectura de "El tren". ?Y que es lo que esta maravillosamente resuelto en el tren??

Gladys dijo...

Leí ambos y no se parecen en nada.