La enfermedad del lado izquierdo

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El destino no está escrito, ¿o sí? ---------- http://laenfermedaddelladoizquierdo.blogspot.com/

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MI BLOG PERSONAL

miércoles, 31 de diciembre de 2008

BÁRBARO (un cuento epistolar para acabar el año)

Madrid, 11 de junio de 2004

Venerable huesudo:

Bueno, que sorpresa, tú por aquí. Me lo dijo Rosi. Me tienes que contar todo, viejo, que ya me dijeron que Mercedes voló y llegó Sarita. A tus años. Que bueno. Por acá todo bárbaro ya sabes, las elecciones y el triunfo de la ira, para que luego se pregunten si hace falta o no amor. Y es que todavía hay quién dice que la realidad supera a la ficción. No se dan cuenta de que la ficción es en verdad la pura realidad. Los otros crispados oye, como perro rabioso al que le quitan un hueso de la boca, a punto de muerte; dicen los viejos que como hace setenta años. Y es que no escarmentamos. Incluso el moreno Pablete me dijo de trincar a dos repeinados con andares de oca que le hacen la vida imposible, si las cosas van a peor. Bárbaro chico, la venganza. Y les oyes hablar y no hablan de consenso ni de armonía ni de entendimiento ni de vida. Todo negro, apocalipsis definitiva, vuelven los malos tiempos y la lucha se justifica. Que se lo digan a los gringos ¿verdad tú?, que no hay como hacerles el paseíllo para que se crezcan y tomen a los amedrentados liberados del yugo del dictador en Mesopotamia, como si fuesen las más peligrosas alimañas, y después de matarles de hambre y dejarles sin descendencia, además, acaban con su dignidad. Y aquí aplaudiendo, vivas y vítores incluidos. Bárbaro, ya te digo.

El trabajo, no sé qué decir. Quitaron a Isabelita tú sabes, y me dieron su parte. Luego se marchó Peña en un concurso de méritos que ganó de calle, y me dieron su parte. Robledo se dio de baja, estrés, por tres meses, y también me dieron su parte. Yo aguanté a base de 4400 pensando que tendría recompensa, pero pasó un año y dije que se acabó el 4x1 y la garantía, que, o me subían el salario y me reconocían el puesto, o nada. Y fue nada. Total que llego cada mañana con la moral arrastrándose tras me mí, busco bajo las toneladas de legajos mi pupitre-quesito modelo americano y, cuando lo quiero encontrar y enciendo el ordenador, ya es la hora de fichar la salida. Para que luego digan que el tiempo no resuelve asuntos. Lo que me llama más la atención es que hasta ahora nadie ha protestado, por lo que elaboro la teoría de que igual que aquí debe ocurrir en la sanidad, y eso tiene peor arreglo porque allí el tiempo juega a la contra.

Me deshice del coche: por fin libre. Casi lo regalé, pero me ahorro gasolina, impuestos, mantenimiento y no me duelen los oídos a la hora de ir de vacaciones y discutir los destinos con la familia. También influyó, claro, el subidón del petróleo. Ante la afirmación de que dentro de entre cinco y quince años habría una crisis energética mundial debido a que los países en vías de desarrollo con altísimo crecimiento, véase China principalmente, demandarían energía provocando una subida del precio a niveles de fractura económica, decidí mentalizarme de forma práctica y no cooperar con el crack. Y se vive la mar de bien.

Bien, bien, la chica bien, levitando. Acabó las carreras, hizo dos master y tres doctorados y trabajó de becaria en una gran multinacional del sector de consultoría, de esas que cada año cambian de nombre para evitar los problemas fiscales. Apenas le pagaban dinero, y trabajaba dieciséis horas al día, pero era inevitable para poder hacer constar en su curri la experiencia desarrollada. Luego la echaron, claro, tenían que renovarla con un contrato en regla y ya no les interesaba. Ahora está enviando curris por ahí a ver si la cogen de becaria en otro lado ¿o es que piensas que las chicas de treinta y cinco años no pueden ser becarias? Lo bueno fue que siguiendo la máxima liberal de que “todo lo que pueda hacerse por empresas privadas en el sector público debe externalizarse” (te fijaste en como domino la jerga empresarial, chaval) llegaron los de la consultora IDEA al departamento, firmaron un contrato de dos millones de euros por aconsejarnos y enseñarnos a hacer bien las cosas. Empezaron por preguntarnos en qué consistía nuestro trabajo. Yo insistí en lo de que uno no puede hacer el trabajo de siete, pero ése no era el problema, así que me hice el tonto. Tú no veas como se reían de mí, pasando a mi lado uniformados de traje Emidio Tucci, sin separarse del ordenador portátil que mi empresa les había comprado como herramienta necesaria para el servicio. El caso es que recogieron en un mamotreto de dos mil páginas lo que estábamos haciendo y, siguiendo las sugerencias de los menos espabilados, dictaron los procedimientos a desarrollar, lo que curiosamente implicaba más contratos. Alguien se dio cuenta de que no se hablaba en el memorando de alquileres, compras, ventas, cesiones, concesiones, obras y demás minucias referidas inmuebles dentro de la empresa que más locales dispone en este país. (Mi falta de colaboración y mi deslealtad jamás serán perdonadas.) Ante esta situación se tuvo que externalizar a su vez, con una consultora filial de la primera, la gestión de inmuebles, procediendo de la misma manera a través de dos chiquitas que intentaban sonsacarme información a base de dejarme ver las puntillitas del sujetador. Al final canté y les dejé entrever que la clave de todo estaba en la base de datos. Todavía la están buscando. Eso sí, en las conclusiones finales, en negrita tipo 22, pone bien claro dentro del mamotreto veintitantos de “optimización de la gestión del conocimiento” que en el departamento hacen falta al menos diez personas más. Lo que yo decía. La chica no tuvo suerte a pesar de que, consultora que venía por la empresa, consultora a la que daba el currículo, para ver si era posible un contrato de becaria en prácticas o de limpiadora en la oficina.

Rosi sí está de dulce, ha aprobado la consolidación y por fin la han hecho fija. Doce años le ha costado, pero el que la sigue la consigue. Lo malo es que ya por mucho que cotice y trabaje no llega para tener una jubilación digna. Y lo del sueldo es de risa (aunque ella diga que es para llorar), o si no ¿cómo te explicas que cobre menos ahora que antes? Por lo menos podemos estar de vacaciones los dos juntos, en casa (no hay dinero para salir, ni coche, te recuerdo) leyendo las obras completas de Cortázar y jugando al parchís como cuando teníamos dieciocho años y esperábamos tumbados en la pinada a que se hiciese de noche para que la oscuridad amparase nuestros suspiros de amor. Ahora, como ya te imaginas, ni eso. Bárbaro chico, tremendo. Me haría bien volver a verte y contarte para olvidarlo todo.

Y ahora dime ¿qué tal tú?¿dónde está Sarita, no la quieres enseñar eh, viejo lobo de mar?¿cuántos años fuera de Cuba sin poder regresar?¿qué fue de Jamito, volviste a saber de él?¿y de la chica Jacinta?¿todavía te niegas a dormir por que piensas que alguien vigila tu sueño?¿sientes que te persiguen?¿no habrás vuelto a pensar en dejar de vivir?

Texto de Markos Hacha (seudónimo de un escritor un poco cabroncete), 2005

martes, 30 de diciembre de 2008

Revista digital, La biblioteca imaginaria

Definitivamente el lugar de la revista La biblioteca imaginaria es éste.

Casi todo es cuento.

Esta semana tenemos que destacar la entrevista a Ignacio Padilla, y las reseñas sobre varios libros de cuentos.

LA BIBLIOTECA IMAGINARIA
Novedades a fecha 29/12/2008

Despedimos el año 2008 con las novedades semanales de La Biblioteca Imaginaria:

- CONVERSACIÓN EN DIFERIDO CON IGNACIO PADILLA.
- El Androide y las quimeras, de Ignacio Padilla, reseña escrita por Cristina Monteoliva.
- Los caballos ciegos, de Mariluz Escribano Pueo, reseña escrita por José Cruz Cabrerizo.
- Postales de invierno, de Ann Beattie, reseña escrita por Cristina Monteoliva.
- Nuevos enlaces.

lunes, 29 de diciembre de 2008

Charlando con Oscar Sipán sobre su nuevo libro de relatos "Avisos de derrota"

Este señor sentado a mi lado es escritor. Lo digo porque no deja de comentarme que me ha dedicado su nuevo libro de cuentos, y que, al parecer, soy una pieza importante en ellos. Yo, la verdad, no le doy mucha importancia, pero ha insistido en sacarnos una foto juntos para no sé qué entrevista.
Bueno, pues aquí estamos, dispuestos a lo que queráis. Por cierto, me llamo Karpov.



(Hala, ya está. A ver ese copazo de Macallan. En plato hondo, ya sabes, que si no me pongo el morro perdido)






El 11 de diciembre, Oscar Sipán pasó por Madrid para presentar su nuevo libro de cuentos AVISOS DE DERROTA en la librería Tres rosas amarillas. Aprovechamos la ocasión para charlar con él de su nueva propuesta narrativa.



Hagan clic sobre la fotografía y podrán leer la entrevista en la que Oscar Sipan desvela algún aspecto de su forma de entender el cuento y, en especial, de estos "avisos de derrota".

domingo, 28 de diciembre de 2008

Un cuento de navidad, por Lorenzo Silva

Maravilloso cuento de Lorenzo Silva.
Actual y auténtico.
De los que hacen pensar.
Un clic en la fotografía y,
que ustedes lo disfruten.

viernes, 26 de diciembre de 2008

EL EFECTO PLACEBO, un cuento de Oscar Sipán

EL EFECTO PLACEBO


Patricia Highsmith escribre sobre los seres humanos
como una araña escribiría sobre las moscas”
GRAHAM GREENE


TODO EL MUNDO la conoce en el valle: Patricia Higsmith, la
signora americana. Como cada viernes desde hace tres años se ha desplazado a Locarno para hacer la compra. Las clientas de Ultramarinos Celine la saludan con un breve movimiento de cabeza y luego miran sus zapatos de hombre. Le gusta sumergir disimuladamente una mano en los sacos de arpillera rellenos de garbazos y lentejas, tomar un puñado y dejarlo resbalar entre sus dedos mientras observa a Celine, la tendera de pelo bermejo oscuro, gorda y dulce como un manatí, y se llena los pulmones de ese olor fuerte y matriarcal que desprende. El olor y el recuerdo de sus curvas marcadas bajo el guardapolvo le acompañan de regreso a casa.

En Norteamérica nadie comprende que una escritora de éxito, con más de una veintena de libros publicados y varias novelas llevadas al cine, se esconda como una repudiada en un pueblo perdido de la suiza italiana. En Aurigeno encontró lo que andaba buscando: una vida sin arrebatos ni distracciones próxima a una frontera. Una treintena de casas desperdigadas a los pies de una montaña y un cementerio de hornacinas de aluminio y flores moradas junto a una iglesia del siglo XIX. Y unos inviernos terribles. Y unas primaveras deslumbrantes. Tan sólo echa de menos las distintas texturas de la carne viva. Pero no puede escribir con alguien cerca. La bancarrota sentimental es el tributo que debe pagar. Es su guerra y no quiere damnificados. Ya no recuerda si fue Tom Ripley el que salió de su vida o si fue ella la que le dejó; tal vez no vuelvan a encontrarse. Abandonar Nueva York e instalarse permanentemente en Europa fue un golpe de estado a su destino, un cambio de rumbo valiente y necesario. Se alejó de los aplausos y de los abrigos de astracán, de los mentideros y las tendencias para no perder la perspectiva, para seguir siendo escritora: la muerte literaria es infinitamente peor que la muerte física.

El Fiat derrapa con la grava de la entrada. La próxima semana pasará sin falta por el taller y cambiará las ruedas delanteras, apenas sin dibujo. Toma las cajas con alimentos, ordenadas eficientemente por Celine, y las deposita en la mesa de la cocina. Aunque ha comido un sándwich, acompañado de una jarra de cerveza negra en una cantina de mineros, todavía tiene hambre. Coge una manzana del frutero de latón. Es tan pequeña como una mandrágora. La frota tenazmente con la manga hasta que le saca brillo y se come la mitad de un sólo bocado. Sube a la segunda planta (el caserón es enorme) y abre las contraventanas de su habitación para que entre la luz. La cama, tosca, pesada, de hierro forjado, que adquirió en una subasta en Roma hace más de veinte años, es el lugar de la casa preferido por Samian, su gato de angora. Ese es su reino de ronroneos y perezas.

Llaman a la puerta. El hecho de utilizar la aldaba de bronce en lugar del timbre le indica que es Christo, su cartero, con sus ojos de color sotana, sus mejillas inexistentes y su porte huidizo de hombros dislocados. La gente no mira ya a los ojos. Y es allí donde se forjan los ángeles y los demonios. Como cada mañana, le saluda en un tono abocinado y triste y le entrega el
Herald Tribune y la correspondencia, antes de continuar con su ruta.

Rasga los sobres con un cuchillo de postre y revisa el correo. Su editor británico le envía la portada de una nueva edición en tapa dura de
Extraños en un tren y le insiste, casi le suplica, que asista a la Feria del Libro de Manchester que se celebrará el mes próximo. Ya se lo ha explicado un millón de veces: no le gustan las entrevistas ni las ferias. La promoción es una tortura que soporta estoicamente con cada nuevo libro; cumple con lo ineludible y nada más. No se puede razonar con los mulos ni con los editores. Un cazador de autógrafos le envía una foto suya en blanco y negro. En ella mira por la ventana de un tranvía en Lisboa y parece triste. Se la dedica con cortesía, mecánicamente, asegurándole que nunca ha estado en Portugal. Un lector griego la tacha de sucia y retorcida y le amenaza de muerte si continúa escupiendo esa bilis negra que llama literatura y fomentando que personas decentes se identifiquen con monstruos y asesinos. Cuando escribe no se plantea axiomas morales ni ideológicos. La tentación de matar, por mucho que se escandalice la gente, aparece con la misma frecuencia que un político corrupto o un taxi con matrícula capicúa. Le dedica una sonora carcajada y arroja la carta a la basura: nada como ofender a los castos y a los hipócritas para recuperar el buen humor. Y por último, un sobre con membrete de su nueva agencia literaria. ¿Melvin? Ha cambiado tantas veces de agente que apenas recuerda su nombre. Sí, Melvin, quijada antigua y prominente y ojos de arandela. Un tipo de manos pegajosas rebujado en su eterno traje negro, que siempre se despide, sin soltar la cartera de cuero, con un abrazo de manco. Hay que reconocer que se mueve con ardor guerrero en los despachos; sabe batirse en duelo con los parásitos de la Quinta Avenida y los editores judíos. Desde una vida llagada en Nueva York, le escribe cartas impersonales que hablan de anticipos, traducciones o plazos de entrega. Sus cartas huelen a memorándum y desprenden un frío de anatómico forense.

Baja a la bodega –un agujero de silencios desconcertantes y paredes húmedas propicias para las teleplastias- y deposita un Chianti y un Rioja joven en el botellero recién barnizado. No puede evitar mirar la telaraña reflectando la luz de la bombilla: un legado de polillas secas y moscas embalsamadas en vida intentado desesperadamente terminar con su martirio y crucifixión ante la meticulosa vigilancia de la araña. Admira a esa hija de puta. Tampoco hoy la matará.

Extiende el periódico en la mesa de la cocina y comienza a diseccionarlo con interés. La administración Reagan vuelve a subir los impuestos. Los franceses realizan una prueba nuclear subterránea en un atolón de Mururoa, en el Pacífico sur. Atentando de
Sendero Luminoso en Perú. AIDS, una nueva y enigmática enfermedad: investigadores de EE.UU creen que el virus causante se transmite a través de la saliva. Mijail Gorbachov es elegido nuevo secretario general del Partido Comunista de la URSS. Un tornado arrasa grandes zonas de Ohio y Pennsylvania. Se descubre en Austria una amplia red de tráfico de fetos para su utilización en la industria cosmética. Su sentido arácnido se enciende como el cartel luminoso de un casino de Las Vegas. Recorta la noticia de inmediato y la archiva en una carpeta gris. Así nacen sus novelas, golpes de intuición atrapados al vuelo. Deja la carpeta en la alacena carcomida con olor a membrillo y coloca encima, a modo de pisapapeles, su amuleto, un trébol de cuatro hojas fosilizado en ámbar.

Se prepara un café cargado y una rebanada de pan casero con mantequilla y miel y se dispone a escribir. Escribe como Isak Dinesen: un poco todos los días, sin esperanza y sin desesperación. La rutina y la tranquilidad es una parte importante del oficio. Un sillón de lectura, una manta de cuadros y Dostoiewski, Conrad o Kafka suplen al televisor. La noche anterior se le ocurrió una teoría sobre Franz Kafka y su albacea Max Brod con la que tal vez construya un cuento. Por eso Aurigeno es un lugar perfecto para cocinar a fuego lento sus ficciones. El proceso de escritura de uno de sus libros le suele llevar entre ocho y diez meses. Cuando termina las correcciones de un original, guarda una copia en la caja de seguridad de su banco y lo envía por correo, su mente se asemeja a un rompeolas cubierto de cadáveres tras un naufragio en mitad de la noche.

Samian, y un gato callejero al que todavía no ha bautizado, se arremolinan maullando entre sus piernas. Saca una cazuela de pollo con arroz de la nevera y lo vierte en dos cuencos de mayólica. Le gusta cocinar para sus gatos. En realidad le fascinan por su independencia y su lealtad a sí mismos: comida y calor a cambio de mimos y compañía. No engañan a nadie.

Destapa la
Olympia y se dispone a comenzar su jornada laboral. Compró la máquina de escribir en 1956 y nunca ha tenido que enviarla a reparar. A su izquierda, se encuentra el armazón de su nueva novela (El efecto placebo). La trama se desarrolla en el presente, 1985, y la lleva preparando varios meses; suele documentarse mucho antes de escribir una sola línea. Y a su derecha, los diccionarios y la estilográfica que perteneció a su padrastro, una Parker dorada de coleccionista con la que toma notas y abre caminos. Le resulta tan sencillo romper la cáscara endeble de la realidad y atrapar a los lectores en su lazo corredizo…la araña de su bodega conoce el secreto. Enciende un cigarrillo y, expulsando el humo hacia el techo, escribe:

CAPÍTULO PRIMERO

Estaba viendo por televisión Los pájaros de Alfred Hitchcock cuando una paloma se estrelló contra el cristal de mi ventana. Quedó muerta en el alféizar, el cuello blando, las alas encogidas y en la pata derecha un mensaje. Un mensaje que no tardé en leer. Decía lo siguiente:

YA VIENEN. CYCLOPS-157-B

Nada más. ¿Qué era aquello? ¿Una historia de amor entre bandas rivales? ¿Un asunto de la Mafia? ¿La organización de una Misa Negra por parte de una secta satánica? Había escuchado en un programa nocturno de radio que los ejércitos mantenían palomas mensajeras en sus cuarteles por si fallaban las telecomunicaciones. Pero sólo eran hipótesis sin fundamento, la imaginación de un hombre perdido.

Acababa de barrenar una parte angustiosa de mi vida. Vender el negocio familiar (una harinera obsoleta que llevaba varias generaciones dando pérdidas e infelicidad) había roto los puentes que me unían a mis padres y hermanos. Dejaba pasar los días, sin hacer nada, mirando viejas fotos y fabricando recuerdos perfectos, escuchando crecer la barba ante el espejo, esperando. La paloma me había sacado del ostracismo en el que me encontraba. Sentía curiosidad por primera vez en mucho tiempo. Impulsivamente tomé la agenda de teléfonos y marqué el número de un antiguo compañero de universidad, Jon Lee Anderson, el periodista más tenaz y brillante que había conocido; el Premio Pulitzer llevaba grabado su nombre.

-¿Jon? Soy Marcel Rubirosa. ¿Cómo estás?
-¡Rubirosa! ¡El gran Marcel Rubirosa! ¿Qué es de tu vida, amigo? ¿Consiguieron enfundarte el negocio familiar?
-Cuando gané mis primeros diez millones de dólares, abandoné el barco.
-Se lo escuché a un ruso: a los borrachos el mar les llega a las rodillas. Eres un fanfarrón.
-Ya sabes que lo soy. Necesito un favor, Jon. ¿Tienes algo para apuntar? Quiero saber qué es CYCLOPS-157-B.
-¿Quién te has creído que soy? ¿Un maldito funcionario de tráfico? ¿Vas a denunciar a un vecino que aparca en el césped de tu jardín o le has echado el ojo a una pelirroja en la autopista?
-Algo así. Prometo contarte la historia con detalle. Si averiguas algo, claro -le dije bromeando antes de colgar.

La paloma tenía los ojos abiertos: dos puntos negros del tamaño de una cabeza de alfiler. Pesaría unos cuatrocientos gramos. El rigor mortis avanzaba lentamente por las carreteras de su cuerpo. ¿Qué más podía hacer? ¿A quién podía acudir? La respuesta se presentó con forma de fogonazo nemotécnico: en la azotea de mi tía Mae. Un vecino había instalado allí su palomar. Recordaba cómo mi tía Mae, entre bandejas de pastas rancias y vino dulce, en las tardes de universidad que me dejaba caer por su casa, criticaba los malos olores y la transmisión de enfermedades y amenazaba con llevarle a los tribunales. Metí la paloma en una caja de zapatos y salí de casa. El tráfico estaba denso y una tormenta se aproximaba por poniente.

Lo encontré sentado en el interior del palomar, muy encorvado, regulando la altura de un bebedero de plástico rojo. Le llamé y se dio la vuelta sorprendido. Tenía cara de bedel de instituto en horas de clase y un cuerpo al que no le quedaba ni una brizna de juventud. Las palomas comían y ululaban a su alrededor con el buche hinchado y los ojos inquietos.

Me presenté tendiéndole la mano:

-Me llamo Marcel Rubirosa. Le felicito: su palomar es magnífico.
-Debo limpiarlo todos los días. Es por los vecinos, se aburren y vuelcan sus frustraciones conmigo. Es mi refugio. Mantener cien palomas es más económico que tener un perro. ¿En qué puedo ayudarle?

Abrí la caja de zapatos y se la mostré. La tomó con sumo cuidado, como un padre recibiendo el cuerpo de su hija ahogada, extendiendo las alas y palpándole el cuello. Luego leyó el mensaje moviendo involuntariamente los labios.

-Tenía ya el nuevo plumaje, brillante y sedoso: ése es el reflejo de la buena salud. Debió desorientarse, cosa que no es frecuente. Son capaces de utilizar el sol como compás, incluso cubierto de nubes, para regresar al palomar. ¿Qué se supone que es CYCLOPS?
-No lo sé. Confiaba en que usted me lo pudiera decir –respondí algo desilusionado.

Rompió a llover. Desde la azotea veíamos resguardarse a la gente bajo los toldos de las tiendas y la marquesina del autobús urbano. Una pareja se dejaba mojar en un largo beso sin fin. Los rayos abrían caminos en el cielo.

-¿Conoce la historia de las palomas mensajeras? –dijo mirándome desde unos ojos recorridos por venas y melancolía- El primer colombófilo reconocido fue el faraón Userkaf, de la quinta dinastía, en el 3.000 antes de Jesucristo. Decía Plinio el Viejo que toda la costa mediterránea, por donde discurrían las legiones romanas, estaba jalonada por torres con palomas; así retransmitían los avances de la guerra.
-Por lo que me cuenta, se les dio muy pronto un uso militar. Pero parecen historias alejadas de este siglo, ¿no?
-Fíjese: en la Primera Guerra Mundial los ejércitos aliados manejaban 650.000 palomas. De hecho, la primera noticia que se tuvo en el Reino Unido del desembarco en las plazas de Normandía, en la Segunda Guerra Mundial, la llevó una paloma.
-Además de los ejércitos, ¿quién más puede utilizar las palomas mensajeras?
-Pertenecí a una sociedad colombófila durante varios años. Se llamaba La valiente mensajera. Me asocié buscando una buena calidad genética y un acceso más sencillo a los medicamentos; si enfermaba una sola paloma era la sentencia de muerte para todo el palomar. Hacíamos exhibiciones por las ciudades más importantes del país. Organizábamos barbacoas y bebíamos cerveza. Pero las exhibiciones degeneraron en campeonatos y los campeonatos en apuestas. Se movía mucho dinero. Carreras de 500 kilómetros para las palomas de cinco meses, 600 kilómetros para las de nueve meses y 700 kilómetros para las de un año. Campeonatos, con más de 5.000 participantes inscritos, y con un premio tan suculento como el de Sudáfrica: un millón de dólares para el ganador. Gallos de pelea, vagabundos con los puños desnudos, caballos, perros o palomas, les da igual. Todo es susceptible de generar apuestas.
-¿Podría pertenecer esta paloma a una de esas sociedades colombófilas?
-En un principio, sí. Pero no lleva el número de identidad habitual, ni las iniciales del país, ni la fecha de nacimiento.

Le di las gracias y me despedí. La tormenta se había desatado con furia, el viento racheado hacía oscilar el coche de un lado a otro. La cortina tupida de agua dificultaba la visión, los limpiaparabrisas no hacían ningún efecto. Aparqué a dos manzanas de casa. Llegué calado hasta los huesos y escuché el teléfono desde el portal; sonaba insistentemente. Subí las escaleras de dos en dos, jugándome una fractura, y alcancé a descolgarlo justo a tiempo.

-¿Sí?, contesté casi sin resuello.
-Marcel, ¿de dónde has sacado esa matrícula, amigo? ¿Qué llevas entre manos? ¿Sabes qué es Cyclops? Era un barco de aprovisionamiento de la marina norteamericana, de 150 metros de eslora y 19.000 toneladas de desplazamiento. Desapareció, sin mandar un mensaje de socorro, con 309 pasajeros a bordo, entre las islas Barbados y Noorfolk, en el Triángulo de las Bermudas. Pero, ¿sabes lo mejor? Desapareció… ¡el 4 de marzo de 1918! Dime, ¿en qué estás trabajando? Recuerda que huelo las noticias bajo el agua.

La historia se complicaba por momentos.

Llaman al timbre. Patricia Higsmith se tensa como un arco. ¿Quién puede ser a estas horas? Frunce el ceño. Una vez que la sacan de su concentración ya no puede regresar; intentarlo sería perder el tiempo. El capítulo primero fluía con soltura. Se estaba divirtiendo con la trama. Enfila sus pasos hacia la puerta imbuida de negatividad. Gira la llave dos veces y abre.

Tom Ripley avanza hacia la luz con una maleta en cada mano.

Ha venido para quedarse.

Cuando sonríe, los dientes blancos resaltan en su cara bronceada.

© Oscar Sipán, del libro de relatos "Escupir sobre París".
Cuento cedido para la publicación en este blog.
Gracias, amigo.

miércoles, 24 de diciembre de 2008

Años, de Cesare Pavese


De lo que era yo entonces no queda nada: apenas hombre, era aún un crío. Lo sabía hacía tiempo, pero todo ocurrió a finales del invierno, una tarde y una mañana. Vivíamos juntos, casi escondidos, en una habitación que daba a una avenida. Silvia me dijo esa noche que tenía que irme, o irse ella: ya no teníamos nada que hacer juntos. Le supliqué que dejara que probásemos de nuevo; estaba acostado a su lado y la abrazaba. Ella me dijo:
-¿Con qué finalidad? -Hablábamos en voz baja, a oscuras.
Luego Silvia se durmió y yo tuve hasta la mañana una rodilla pegada a la suya. Apareció la mañana como había aparecido siempre, y hacía mucho frío; Silvia tenía el pelo sobre los ojos y no se movía. En la penumbra yo miraba pasar el tiempo, sabía que pasaba y corría, y que afuera había niebla. Todo el tiempo que había vivido con Silvia en aquella habitación era como un solo día y una noche, que ahora terminaba por la mañana. Entonces comprendí que nunca volvería a salir conmigo entre la niebla fresca.
Era mejor que me vistiera y me marchase sin despertarla. Pero ahora tenía en la cabeza una cosa que preguntarle. Esperé, intentando adormilarme.
Cuando estuvo despierta, Silvia me sonrió. Seguimos hablando. Ella dijo:
-Es bonito ser sinceros, como nosotros.
-¡Oh, Silvia! -susurré-, ¿qué haré al salir de aquí? ¿Adónde iré?
Era eso lo que tenía que preguntarle. Sin apartar la nuca del almohadón, ella sonrió de nuevo, beatífica.
-Bobo -dijo-, irás a donde quieras. ¿No es hermoso ser libre? Conocerás a muchas chicas, harás todas las cosas que quieras. Te envidio, palabra.
Ahora la mañana llenaba el cuarto y sólo había un poco de calor en la cama. Silvia esperaba paciente.
-Tú eres como una prostituta -le dije- y siempre lo has sido.
Silvia no abrió los ojos.
-¿Estás mejor ahora que lo has dicho? -me dijo.
Entonces me quedé como si ella no estuviera, y miraba al techo y lloraba sin ruido. Las lágrimas me llenaban los ojos y corrían sobre la almohada. No valía la pena que se diera cuenta. Mucho tiempo ha pasado, y ahora sé que aquellas lágrimas mudas fueron la única cosa de hombre que hice con Silvia; sé que lloraba no por ella sino porque había entrevisto mi destino. De lo que era yo entonces no queda nada. Queda sólo que había comprendido quién sería en el futuro.
Luego Silvia me dijo:
-Ya basta. Tengo que levantarme.
Nos levantamos juntos, los dos. No la vi vestirse. Estuve pronto en pie, a la ventana; y miraba vislumbrarse las plantas. Detrás de la niebla estaba el sol, el sol que tantas veces había entibiado el cuarto. También Silvia se vistió pronto, y me preguntó si no me llevaba mis cosas. Le dije que primero quería calentar el café, y encendí el hornillo.
Silvia, sentada al borde de la cama, se puso a arreglarse las uñas. En el pasado se las había arreglado siempre en la mesa. Parecía abstraída y el pelo le caía continuamente sobre los ojos. Entonces daba sacudidas con la cabeza y se liberaba. Yo deambulé por el cuarto y recogí mis cosas. Hice un montón sobre una silla y de repente Silvia saltó en pie y corrió a apagar el café que se derramaba.
Luego saqué la maleta y metí las cosas. Mientras tanto, por dentro me esforzaba por recoger todos los recuerdos desagradables que tenía de Silvia: sus futilidades, sus malos humores, sus frases irritantes, sus arrugas. Eso me llevaba de su cuarto. Lo que dejaba era una niebla. Cuando hube acabado, el café estaba listo. Lo tomamos de pie, junto al hornillo. Silvia dijo algo, que ese día iría a ver a un tipo, a hablar de un asunto. Poco después dejé la taza y me marché con la maleta. Afuera la niebla y el sol cegaban.

lunes, 22 de diciembre de 2008

El clavo en la pared, de Jesús Ortega

Creo que la primera vez que oí hablar de Jesús Ortega fue a raíz de hacerse eco del Manifiesto por el cuento. Entonces descubrí su blog: El clavo en la pared.

Su blog es posiblemente el más divertido, instructivo, surrealista y desconcertante de los blog dedicados al cuento en castellano. Por él pululan personajes como Declarado Demente, internado supuestamente en un sanatorio mental de Suiza (no será por sus razonamientos, de lo más acertados y nada superficiales), o escritores como Miguel Ángel Zapata (Menudos micros. Surrealismo en estado puro) y algunos otros que se enmascaran tras nombres como Bioiz o Valparaiso, además de amigos granadinos como Valeria y Cris. Cada entrada en ese blog es una invitación a la reflexión, trasciende el entendimiento para recalar, a veces, en un regenerante surrealismo o en una inflexión polarizada que genera un haz arco iris de luz discordante. Cualquier argumento es válido para iniciar un debate literario de profundidades abisales.

Conocí recientemente a Jesús Ortega en una de mis frecuentes visitas a Granada. Tuvimos una charla que nunca olvidaré y simpatizamos en muchos de nuestros gustos literarios y en la manera de enfocar nuestros comunes proyectos narrativos. A modo de despedida, intercambiamos escrituras.


El clavo en la pared (Cuadernos del Vigía, 2007), además del nombre de su blog, es el título de su libro de cuentos. Como no podía ser de otra manera, en esos cuentos está presente toda una tradición cuentística, desde Chéjov hasta Hemingway (así pone en la contraportada del libro, y así es en realidad). Los relatos que contiene el libro están llenos de pesadillas de la infancia, relaciones familiares o sentimentales no al uso, de magia, de secretos, de guiños al lector cómplice.

Dominan a mi entender tres aspectos en los cuentos de Jesús Ortega: el gusto por la trascendencia psicológica en sus personajes; la búsqueda de cierto surrealismo en la escritura (sin excesos, sin delirios. Así me explico yo lo del blog); y, fundamentalmente, el placer por recuperar ingenios literarios propios del cuento.

Así, en La segunda vez, uno de los cuentos que más me han gustado, podemos encontrar casi todos estos elementos (metaliteratura, secretos, infancia, magia, juegos psicólogos en los personajes). Es, además, una gozada dejarse llevar por una prosa envolvente, aunque te imagines qué es lo que va a ocurrir.

En El clavo en la pared, juega con el lector al tergiversando la psicología de los personajes, haciéndoles parecer lo que no son para descubrirnos la verdad al final; muestra su dominio de la teoría del iceberg y vuelve a recurrir a la familia como escenario de la trama.

En Bésame, otro de los relatos que se quedan marcados en la mente del lector, anuda lo mágico y lo secreto para crear una atmósfera en la que se pierde la realidad de alguien que no sabe andar sin pisar el suelo, que está atrapado en la vida diaria y no contempla ni una mínima rendija a la ficción.

Porque me siento identificado con el personaje y porque el título es ya, por sí solo, un micro, Los dedos del tiempo, será uno de los relatos que recuerde siempre. Yo también soy (he dicho soy, no “he sido”) "biblioclepta".

Una característica común en todos los relatos es que huye del llamado final explosivo. No busca sorprender al lector en la última línea. Se conforma con conmocionarlo, con dejarlo pensativo, al igual que su maestro y amigo, Andrés Neuman, en aquel maravilloso El último minuto.
Son algunos ejemplos del buen hacer de Jesús Ortega.

En el próximo libro, habrá muchos más, no lo duden.

viernes, 19 de diciembre de 2008

El listo, Kike Babas

Se jactaba, y no sin gracia, de las tangas que daba años ha a los guiris (o sea, todo el que no fuese del barrio) vendiéndoles tripis de palo. Les pasaba por 1.500 pesetas el recorte del indiecito que aparece dibujado en los paquetes de tabaco Lucky Strike de cajetilla dura. Qué lo mojasen mucho, que así subía más, les aconsejaba.

Los años le sacaron del trapicheo a destajo con desconocidos, pero aún conservaba ese punto tan suyo de hacerla en cualquier momento (a cualquiera que no fuese del barrio). Y así se jactó, a día de hoy, de la chupa de cuero que había robado ayer en aquel garito del centro.

Lo guapa que era la chupa. Lo listo que era él.

Le paró días después un policía de proximidad. Le cacheó a conciencia, registrando minuciosamente los múltiples bolsillos de su nueva chupa, cremallera por cremallera. Y apareció aquel bolsillo recóndito debajo del sobaco derecho. No dio crédito cuando sacaron de allí un paquete con 385 tripis, doblados en tiras sobre sí mismos, envueltos en una bolsa de plástico, como de golosinas. Cada cuatro cartoncillos formaban el dibujo de una diosa hindú.

No pensó en el marrón que se le venía encima, si no en esos tripis no descubiertos antes y por lo tanto no vendidos. La conciencia vino después, mientras se cagaba en la sangre de su mala suerte.

Le cayeron tres años. Al listo. Los indiecitos de Lucky se descojonaban.


Relato de Kike Babas incluido en su nuevo libro Dias de speed a falta de rosas.
Ilustraciones de Ramone (dibujante de casi todas las portadas de Extremoduro, Marea, etecé)
Próximo post en Bacovicious sobre la fiesta de Gruta 77 y lo que está generando HankOver / Resaca.

jueves, 18 de diciembre de 2008

Primitivo ramo de orquídeas, libro de cuentos de Gilda Manso


La autora argentina Gilda Manso, ha publicado su primer libro de cuentos, Primitivo ramo de orquídeas, editado por Libros En Red.
El libro se puede conseguir en tres versiones: LIT, PDF (que son las versiones que ya están disponibles) y POD (impresión bajo demanda), para la que hay que esperar un par de semanas.

Quien quiera adquirir Primitivo ramo de orquídeas en cualquiera de sus versiones, o quien quiera curiosear, puede entrar aquí: http://www.librosenred.com/autores/gildamanso.html
Mucha suerte (acá decimos "mierda"), compañera.
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Media docena de balas - Gilda Manso*

Nació prematuro y al borde de la muerte. Vivió, sin embargo. Ya más grande pero aún niño, estuvo a punto de romperse la cabeza mientras intentaba cruzar a salto un pozo grande y profundo. Fue soldado en una guerra que le dejó como souvenir un balazo en una pierna, otro en el pecho y otro en un hombro; sin contar las cicatrices, salió ileso. En esa misma guerra pasó hambre y frío en cantidades dolorosas.Cuando finalizó la época bélica, pasó a trabajar como guardia personal del Presidente de turno. Sobrevivió a un intento de envenenamiento y a dos balazos más. Se enamoró de una mujer que ya tenía hombre y estuvo a un instante de fallecer de amor y de un balazo que le disparó el marido de la dama. Realizó una fiesta en honor a la media docena de balas recibidas, y durante el festejo se atragantó con un hueso de pollo que lo dejó sin aire muchos segundos.En su ancianidad, un cirujano logró desposeerlo por completo de un tumor para nada benigno.El día de su cumpleaños número 101, la Muerte volvió a mirarlo a los ojos. Lo contempló y lo vio demasiado viejo. La Muerte suspiró y antes de marcharse sola como vino le dijo
- Estabas destinado a morir joven.


*Cuento incluído en el libro “Primitivo ramo de orquídeas”.

HOY EN LEÓN: Novedades Eclipsados y Leteo


Dentro de las VIII Jornadas Leteo, la editorial Eclipsados y Ediciones Leteo presentan 5 libros recientemente publicados, firmados por cuatro autores leoneses y un barcelonés; el acto tendrá lugar esta tarde, a partir de las 20:00 horas en la biblioteca Azcárate (sita en la calle Sierra Pambley, 2).


Los autores y sus obras a presentar son ‘Mi vida en la penumbra’ de Vicente Muñoz Álvarez, ‘El empleo’ de Nacho Abad, ‘La cámara de niebla’ de Alfonso Xen Rabanal, ‘La carretera muerta’ de Gabriel Oca Fidalgo e ‘Imbécil y Desnudo’ de Rubén Lardín; los primeros en la editorial Eclipsados y el último en Leteo Ediciones.

Alfonso Xen Rabanal (León, 1967) es miembro fundador del fanzine literario Vinalia Trippers; publica habitualmente el blog titulado ‘Crónicas para decorar un vacío’.


Nacho Abad (León, 1980) publicó en 2001 su primer poemario, ‘De las palabras palomas’ (Diputación de León, colección Provincia, N 123). En 2006 publicó ‘Comunicado’ (Ed Leteo, Colección Azul de Metileno, N 14.) Es también autor del cortometraje documental ‘Tripulantes’.


Gabriel Oca Fidalgo, de quien ‘La carretera muerta’ es su primer libro, aunque ya está preparando próximos capítulos de su apasionante historia-vida...


Rubén Lardín (Barcelona, 1972) es autor de diversos libros de divulgación cinematográfica y ensayos culturales, ha comisariado exposiciones para el Salón Internacional del Cómic de Barcelona o la Semana Internacional de Cine Fantástico y de Terror de San Sebastián, ha sido miembro del equipo organizador del Festival Internacional de Cine Erótico de BCN y Jefe de Publicaciones y miembro del comité de selección del Sitges. Ha trabajado en radio y televisión, es firma frecuente en prensa y coautor de un par de guiones. Entre sus últimas ocupaciones se encuentran labores de script para la película ‘El orfanato’ y la traducción de autores como Charles Burns, Robert Crumb o R. Kikuo Johnson.


Vicente Muñoz (León, 1966) es editor del fanzine ‘Vinalia Trippers’, ha publicado poemarios, ensayos, antologías de relatos, y otras actividades; es un auténtico agitador cultural, inquieto y siempre dispuesto a embarcarse en nuevas aventuras.

miércoles, 17 de diciembre de 2008

Encuentro con Clara Obligado

Librería Tres Rosas Amarillas Madrid

La librería Tres rosas amarillas y la Editorial Páginas de Espuma te invitan a un encuentro con Clara Obligado, nuestra hada madrina en invierno, el día 18 de diciembre, jueves, a las 20 horas.




¡Te estaremos esperando en el diciembre más cálido!

martes, 16 de diciembre de 2008

AVISOS DE DERROTA, de OSCAR SIPÁN


Oscar Sipán es un fabulador nato, un hombre nacido para crear ficciones, una persona acostumbrada a ver la realidad con ojos de escritor, a deformarla, a divisarla desde perspectivas inusuales.

Hace un tiempo tuvo un gravísimo accidente de tráfico que le hizo replantearse su vida. Podría haber muerto y no hubiese hecho nada de lo que en verdad deseaba haber realizado. A partir de ese momento decidió apostarlo todo por lo que en verdad le llenaba: la literatura. Se dio un margen de un año para lograrlo. Hace ocho años de ello y, hasta ahora, está viviendo su sueño.

Oscar Sipán es un escritor clásico, hecho a sí mismo a base de lecturas, capaz de sacarle punta a cualquier tema porque tiene la facultad de ver más allá de lo que realmente hay en una realidad. De esa realidad, su realidad, obtiene el material de sus cuentos.

Avisos de derrota, su nuevo libro de cuentos surge de lo que el denomina tsunami sentimental, una ola gigante que arrasó su vida de nuevo hace dos años. Por eso el desamor presente en la mayoría de los relatos. Por eso los cuentos de Oscar Sipán contienen gotas de la esencia de su alma. Un alma buena, inquieta, que continuamente se cuestiona el mundo que le rodea. Los relatos son, de alguna manera, un exorcismo.

Contiene cuentos dotados de realismo mágico, como Il mondo mio, La jaula de Faraday, El sonido de matar y el sonido de morir o Memento mori. Son cuentos que nos muestran la realidad paralela, en la que introduce al lector con naturalidad, de modo fácil. Con lo complicado que es hacer parecer fácil lo difícil.

Tiene cuentos esféricos, con final cerrado y que golpean la mente del lector; y cuentos abiertos que dan que pensar. Trasciende una documentación propia de las personas curiosas, que le lleva a descubrir la chispa de inicio del relato, la semilla que lo contiene en su totalidad, que se revela en su cabeza.
La jaula de Faraday es una ficción preciosa que parte de alterar en un momento determinado la realidad de un suceso verídico. Nelson Marra gana un premio literario con el relato El guardaespaldas, cuyo personaje es un torturador de la policía política en un país latinoamericano. Juan Carlos Onetti es miembro del jurado que lo premia. La situación política del momento es complicada y la dictadura uruguaya se refuerza con el miedo. El 9 de febrero de 1974 Nelson Marra es detenido por haber escrito el relato. No será liberado hasta 4 años después, torturado, marcado para siempre por un cuento. Una vez en libertad, se exilia, primero en Suecia y luego en Madrid. Onetti es capturado en la misma fecha, por ser jurado de un premio literario que otorga el premio a Marra, y es liberado el 14 de mayo de 1974. Se exilia en España. Sipán altera la realidad y utilizando a Onetti como personaje, no premia el cuento de Marra. A partir de esos hechos surge la ficción. Es un homenaje a Marra y a Onetti, y me atrevería a decir que es un homenaje a la libertad de expresión y al poder de la literatura, a esa facultad que tiene la ficción de hacer ver la realidad, porque sin la ficción la realidad no existiría, como el yin no existe sin el yang, como no se comprende la bondad si no se opone a la maldad.

Otro relato en el que Sipán parte de hechos reales y circunstancias vividas es El dios de las camareras, con el que abre el libro. Aquí aprovecha un viaje en la búsqueda de los restos que queden en Moraira del escritor Chester Himes para narrar un desamor. Pero es más que eso. Sipán se muestra otra vez metaliterario, habla de lo que le gusta (la literatura) y de lo que le llama la atención en este mundo de lo narrativo, y todo eso lo adereza con una gota de su alma, porque esa historia de desamor es muy posible que sea la suya o se le parezca.

El sonido de matar y el sonido de morir es uno de mis relatos preferidos. Utiliza el flash back, alterando los tiempos reales de la narración y muestra un Sipán mágico que se repite en otros muchos de estos cuentos. En Cuarenta días de niebla, utiliza la misma técnica y cierra el relato de modo magistral.

Estamos, pues, ante un libro muy recomendable, con un autor asentado en una poética del cuento firme pero que no desdeña experimentar con distintas técnicas para lograr el objetivo de asombrar al lector. Un libro de cuentos que rinde homenaje a la literatura, a la magia de la ficción, y que se sedimenta en un desamor vívido que impregna casi todos los relatos.

Ya saben, hacer fácil lo difícil.


Esteban Gutiérrez Gómez, 2008


En unos días se publicará la entrevista realizada a Oscar Sipán con ocasión de la presentación de Avisos de derrota en la librería Tres rosas amarillas. La entrevista la podrán leer en su totalidad en la página de la Revista dedicada al cuento Al otro lado del espejo.


lunes, 15 de diciembre de 2008

LA CAMISA BLANCA


LA CAMISA BLANCA (relato inédito)

A Jesús Ortega

Apagué aquel chiflido infernal que hería mis oídos y me incorporé. Bajé de la cama, como siempre, por el lado derecho. Mis pies agradecieron encontrar en el suelo el tacto acolchado de la alfombra de lana. Se hundieron en ella cuando comencé a moverme. Sin contar los pasos y sin palpar las paredes caminé a lo largo de la cama, crucé por delante de ella y llegué al otro extremo, donde estaba el vestidor. Eva dormía a este lado de la cama sin casi respirar. Abrí la puerta de piano cien veces lacada y tanteé en busca del traje negro. Fue fácil una vez reconocido el marrón: un, dos, el tercero a la izquierda. Por si acaso palpé el pantalón en busca de la quemadura y allí estaba, como la costra de una herida. Lo dejé colgado en la silla del vestidor. Busqué la camisa blanca de seda. Después de la primera batida no logré reconocerla. Dudaba entre las tres últimas, el tacto era parecido: delicado, femenino, deliciosamente tierno. Deseché una que tenía doble abotonadura en el cuello (la de la boda pensé a la vez que se me dibujaba una sonrisa boba en la boca). Descolgué las otras dos. Una debía ser azul y la otra era la blanca. La situación comenzaba a impacientarme. Olí las camisas. Una de ellas desprendía aromas de lavanda (recién lavada, pensé), la otra desprendía un pequeño tufo a tabaco, a fiesta. Recordé. Intenté recordar. No había duda. Esa primera camisa era la que buscaba, la de seda blanca. Al ir a colocármela me sentí extraño, parecía que la camisa hubiese encogido y se hubiesen cerrado todas sus aberturas. No lograba encontrar los huecos de las mangas. Tras tres intentos maldije en un susurro bronco a Adolfo Domínguez y a la madre que lo parió.

Eva se levantó. Posó su mano caliente sobre mi hombro y me quitó la camisa de las manos. Abrió de nuevo el armario y sacó otra camisa. Me ayudó a colocármela, me la abotonó, me dejó sentado en la silla y volvió a la cama. No dijo nada.

Cuando despertó de nuevo ya debía haber amanecido y yo lloraba todavía sentado en la silla, en calzoncillos y con una camisa que olía ligeramente a tabaco de pipa y a sal. Recordaba con dificultad, entre hipos apagados, colores que ya no podía ver.
Texto: Esteban Gutiérrez Gómez
Fotografía: Desnudo con linterna, del fotógrafo esloveno Evger Bavcan que, al igual que el personaje del relato, es ciego.

jueves, 11 de diciembre de 2008

Al otro lado del espejo, la Revista Literaria del Cuento


CUENTOS
RELATOS
Y OTRAS
BREVES
VERDADES







Es un proyecto que surgió del Manifiesto por el cuento,
impulsado por Gsús Bonilla , José Naveiras
y la buena gente de La Vida Rima.

La revista Al otro lado del espejo tiene dos vertientes: la digital, ya en marcha (http://alotroladodelespejorevista.blogspot.com/); y la versión en papel que será cuatrimestral y en la que se publicarán algunas de las narraciones que recojamos y se publiquen en el blog. La filosofía de la misma es dar a conocer gente nueva, que no haya publicado todavía o esté en ello. Dar un empujoncito.

El número cero comenzará su andadura a primeros de año. Para que ello ocurra,necesitamos que nos hagáis llegar vuestros cuentos o microrelatos antes del día 10 de Enero de 2.009.
Así nos dará tiempo a seleccionar algunos y, con ayuda de fabulosos ilustradores y un gran maquetador, dar vida propia a este proyecto.

envio de originales a
revista.alotroladodelespejo@gmail.com

Los cuentos y microrelatos, que serán originales (de eso se responsabiliza cada uno), tendrán una extensión máxima de dos DIN A-4 por una sola cara (cuento) y 200 palabras (microrrelato), escritos a 1,5 espacios en letra Times New Roman de 12 ptos.

Cada autor podrá enviarcuantos cuentos o microrrelatos crea conveniente,aunque su envío no compromete a esta Redacción a su publicación. No obstante entrarán a formar parte de nuestro archivo de originalespara próximas ediciones, previo consentimiento vuestro.

Me gustaría que participaseis enviando algunas de vuestras narraciones.

miércoles, 10 de diciembre de 2008

Presentación de "Avisos de derrota" , de Oscar Sipán

ONAGRO EDICIONES

TE INVITA A LA

PRESENTACIÓN EN MADRID DE


AVISOS DE DERROTA
De Oscar Sipán


JUEVES 11 DE DICIEMBRE, A LAS 20 HORAS,

LIBRERÍA TRES ROSAS AMARILLAS C/ San Vicente Ferrer 34; 28004 Madrid

AVISOS DE DERROTA

“Llevábamos más de una década juntos. Entre los dos habíamos derrocado la figura de un padre enfermo de soriasis y de locura, habíamos superado los desórdenes de la adolescencia, el vértigo a vivir, el pánico a casi todo, habíamos enterrado seres queridos y trabajos absurdos, habíamos perdido el norte y la virginidad. Y ahora nos encontrábamos al final de algo, escudándonos en las malas rachas y en el estrés, achicando agua de un barco que se hundía por varios frentes. Le teníamos miedo a la soledad y le teníamos miedo a la vida en otros brazos, compañeros de piso portadores de esa apatía doliente de los que no viven ni dejan vivir, dummies esperando el próximo muro contra el que estrellarse, hormigas extrañas guardando provisiones de odio para el invierno”.

Óscar Sipán (Huesca, 1974) ha publicado cuentos en diversas revistas de ámbito nacional e internacional y ha sido galardonado en numerosos certámenes literarios. Autor de los libros Rompiendo corazones con los dientes (Premio de Narrativa Odaluna 1998, Edisena), Pólvora Mojada (XVII Premio de Narrativa Santa Isabel de Aragón, Reina de Portugal 2003, Diputación de Zaragoza), Leyendario. Monstruos de agua (2004, March Editor), Escupir sobre París (2005, March Editor), Tornaviajes (2006, Tropo Editores), Guía de hoteles inventados (IX Premio de Libro Ilustrado 2007, Diputación de Badajoz) y Leyendario. Criaturas de agua (Libro mejor editado en Aragón 2007, Tropo Editores).

Todo el mundo trata de realizar algo grande, sin darse cuenta de que la vida se compone de cosas pequeñas”.

Frank Clark




Y próxima entrevista y reseña para El Laberinto de Noé y para la revista Al Otro lado del espejo, dedicada a la ficción breve.

lunes, 8 de diciembre de 2008

Haroldo Conti, Cuentos completos

¿Existen las casualidades? Yo no creo en ellas, pero deben existir. Los dos últimos libros de relatos que acabo de leer tienen un punto en común. No es un punto cualquiera de sus esferas, es el punto, el aspecto más sobresaliente de ambas: su extensión descriptiva. Tanto los relatos de Jon Bilbao como los cuentos de Haroldo Conti tienen una profusión de imágenes en su narración. Tantas y tan buenas son esas descripciones, que se acercan a lo cinematográfico. En muchos de los cuentos, Conti hace del paisaje, como Jon Bilbao, el verdadero protagonista de los mismos. Y existe un paisaje recurrente: el río. En los primeros relatos y en los últimos, el río y las historias que por él transitan, es el verdadero personaje.

Estos veintitrés cuentos están ordenados cronológicamente, por lo que Haroldo Conti cierra el círculo literario –¿presumía que todo se acababa, la vida y, por tanto, la literatura?– con las narraciones sobre el río. Estas narraciones contienen elementos vívidos, su mundo interior marcado en su infancia. Esta narrativa está muy cercana al denominado realismo mágico. Narraciones hipnotizantes de mundos nebulosos, personajes marcados y anhelos de progreso. Cuentos como “Todos los veranos” o “Marcado”, destacan en este grupo.

El cuerpo central de los cuentos lo dominan los cuentos más sociales, insertos en la militancia política del autor en su Argentina del alma. Destacaría “Como un león” que describe los suburbios de los poblados mineros y las historias que se tejen en ellos.

Uno de mis cuentos preferidos, él único en el que el autor se permite usar la ironía y el más breve, es “El último”.

El prólogo de la obra es de García Márquez (La última y mala noticia sobre Haroldo Conti) y es una delicia.

Ediciones Bartleby, ha hecho un excelente trabajo recuperando esta joya narrativa.

Ficha:

Haroldo Conti
“Cuentos Completos”
Bartleby, 2008




Haroldo Conti (1925-1976?) fue novelista, maestro de escuela primaria, profesor de latín, empleado de banco, piloto civil, nadador, navegante y guionista de cine.

Nació en 1925 en Chacabuco (provincia de Buenos Aires, Argentina). Estudió y se graduó en filosofía. Se casó dos veces, con una de sus parejas vivió en Buenos Aires junto a sus dos hijos.

Conti tenía adoración por el Delta del río Paraná, es por eso que pasaba mucho tiempo en su casa del Tigre y en algunas de sus obras (por ejemplo Sudeste) la descripción del gran río, las islas y los otros ríos y canales de la región tienen un papel importante. En sus cuentos menciona frecuentemente lugares de su ciudad natal, Chacabuco, y a su vez, describe con mucha exactitud personajes reales reconocidos en la ciudad, como a Bimbo Marsiletti, y a su tío Agustín Conti a quien le dedicó "Las doce a Bragado", cuento que aún hoy tiene mucha repercusión en Chacabuco.

En 1956 publica la pieza de teatro Examinado. Cuatro años más tarde recibe un premio de la revista Life por su relato La causa. En 1962 gana el premio Fabril con su primera novela, Sudeste, y se convierte en una de las figuras de la llamada «generación de Contorno».

Publica después las novelas Alrededor de la jaula (Premio Universidad de Veracruz, México, luego llevada al cine por Sergio Renán como Crecer de golpe) y En vida (Premio Barral, España, cuyo jurado integraban Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez) y los libros de cuentos Todos los veranos (Premio Municipal de Buenos Aires), Con otra gente y La balada del álamo carolina. Colabora con la revista Crisis. En 1975 publica la novela Mascaró, que gana el Premio Casa de las Américas (Cuba).

El 5 de mayo de 1976, tras el golpe militar en Argentina, fue secuestrado. Su nombre figura entre los desaparecidos. Cada año se conmemora en esa fecha el Día del Escritor Bonaerense en honor a su memoria.


EL ÚLTIMO
Un buen día me hice un vago. Así como lo oyen. No sé cuándo empezó pero aquí me tienen, tumbado a un costado del camino esperando que pase un camión y me lleve a cualquier parte. Ustedes deben haber visto un tipo de esos desde la ventanilla de un ómnibus o del tren. Pues yo soy uno de esos exactamente y puedo asegurarles que me siento muy a gusto. Cualquiera de ustedes dirian que solamente al último de los hombres se le puede ocurrir tal cosa. Soy el último de los hombres. También eso. Lo que posiblemente a nadie se le pase por la cabeza es que alguien pueda ser feliz justamente siendo el último de los hombres. Ni siquiera a mí mismo se me hubiera ocurrido hace un tiempo, cuando, dentro de mis alcances, luchaba con todas mis fuerzas para estar entre los primeros. Pero no es eso lo que quiero decir, al menos por ahora.

Me preguntaba sencillamente cuándo empezó. Éste es un hábito que me queda de la otra vida, es decir, la vida de ustedes porque qué puede importarle a un verdadero vago cómo y cuándo empezó cualquier cosa. El día que se me quite esta costumbre habré alcanzado la perfección pero comprenderán ustedes que no puedo proponérmelo porque, ante todo, un vago no se propone nada, de manera que lo mejor es dejar así las cosas.
Mezclando un asunto y otro, lo mismo me pregunté el día que, del brazo de Margarita, mis manoseos en Parque Lezama, que entonces no tenía esas malditas luces de mercurio que le alumbran a uno hasta el pensamiento, me encontré frente a un cura. Tal vez la cosa empezó ahí. No quiero decir que me tomara desprevenido pero de cualquier forma con el tiempo pareció que había sido así. Entonces me estaba preguntando cómo y cuándo fue que empezó aquella vida de perro. No es que hubiese dejado de querer a Margarita.
Supongo que tampoco ella había dejado de quererme, a su manera. Pero justamente era esa podrida manera lo que me tenía desconcertado. Bastara que yo dijera blanco para que ella dijera negro. De saberlo un poco antes yo también habría dicho negro aunque estoy seguro de que eso tampoco habría servido para nada porque lo más probable es que entonces ella hubiese dicho blanco. Así era Margarita y no le guardo rencor.
Quiero que comprendan esto. No le guardo rencor a Margarita ni a toda esa puta vida, como se dice vulgarmente y para abreviar. En ese caso no sería un verdadero vago, si bien tampoco lo soy del todo, aunque por otro motivo, como queda dicho.
¿Me creerán ustedes si les digo que, a pesar de todo, conservo muy buenos recuerdos de aquel tiempo? Yo era feliz, también a mi manera, y si aquello terminó es porque no podía pasar otra cosa. Quiero decir que mis pies apuntaban en una dirección y los de ella en otra y la tristeza habría sido seguir juntos cuando cada uno tenía su camino por delante. En cuanto a ella, es posible que a estas horas esté maldiciendo al tipo aquel que se le cruzó un día en el camino, lo cual es muy propio de Margarita. Si dejara de hacerlo pues simplemente dejaría de ser Margarita. Eso es lo que trato de decir. Cada uno es una flecha lanzada en una dirección y no hay como dejarse llevar para acertar en el blanco, cualquiera sea.
Hablando con estricta justicia más bien fue Margarita la que se me cruzó en mi camino y no yo en el de ella. Sin embargo, estoy dispuesto a reconocer que fue una simple coincidencia. Por coincidencia tomábamos el 48 a la misma hora, por coincidencia bajábamos en la misma esquina y, supongo que por coincidencia, un día me atravesó una de sus piernas entre las mías. En fin, otro día la acompañé hasta la casa y por coincidencia estaba el viejo en la puerta. Cuando quise acordarme estaba adentro tomando una copita de anís y hablando de la decadencia de las costumbres, un tema, como se ve, que puede terminar en cualquier cosa. En aquel tiempo yo era hincha furioso de Estudiantes de La Plata, cosa que todavía hoy no me explico. Los domingos iba a la cancha con toda la bosta en el camioncito de los hermanos Antonelli. La bosta fue lo que dijo Margarita el primer domingo después de casados que traté de ir a la cancha. Jugaban Estudiantes y Chacarita, lo recuerdo aunque no viene al caso. Hasta entonces la bosta habían sido "los muchachos", cariñosamente. Inclusive llegó a tejerme una bufanda con los colores de Estudiantes. Esto es lo que se dice astucia femenina pero yo digo simplemente la vida.Dije adiós a la bosta y me puse a trabajar como un condenado a trabajos forzados. Soy un tipo optimista por naturaleza, como ustedes habrán visto, de manera que con el tiempo hasta a eso le encontré el gusto. Los demás tipos, es decir, la verdadera bosta, gemían y crujían a mi alrededor. Yo en cambio pateaba alegremente la calle primero vendiendo seguros de La Agrícola y después caminos, esteras y carpetas de formio, coco y sisal. Los sábados me la pasaba cambiando los muebles de lugar, tapando las manchas de humedad y escuchando en todo momento los reproches y maldiciones de Margarita. Yo no escuchaba las palabras sino simplemente la voz y por inexplicable que les parezca esto me ponía más bien contento porque Margarita era algo vivo e intenso que me obligaba a tirar para adelante cuando los demás hacía tiempo que estaban muertos.
Los domingos íbamos a comer a lo de los viejos y por la tarde veíamos la tele hasta que se nos saltaban los ojos. He oído muchas cosas contra la tele pero yo digo que es el mejor invento de la bosta. Por de pronto era la única manera de callar a Margarita. Entonces la sentía más viva e intensa, sólo que en otro sentido. Si no había manera de entendernos el resto de la semana en aquel momento nuestros cuerpos se acercaban misteriosamente y éramos una sola y misma cosa pendientes de aquel agujero en la pared. El agujero que digo era la tele, como se comprende, y convendrán ustedes en que es una imagen bastante feliz. De cualquier forma, ésa era la impresión. Bastaba con girar la perilla y entonces se abría aquel boquete en el mísero departamento de la calle México, 5 piso "C", al lado del ascensor, que no funcionaba la mitad de las veces, y el mundo se derramaba alegremente por allí.

Ahora que lo pienso, tal vez la cosa empezó recién entonces. Yo me quitaba los zapatos en la penumbra, me aflojaba el cinturón y al rato estaba en las islas Marquesas, por ejemplo. Como dije las Marquesas pude haber dicho Hong Kong o Miami o el fondo del mar. En un par de horas saltaba de un lado a otro e inclusive de un tiempo a otro. Randall, Peter Gunn, Kentucky Jones, Maverick y hasta Gorila Maguila me resultaban tan familiares como mi viejo o mi vieja, por así decir, porque en realidad nunca entendí a mi vieja y apenas si conocí a mi padre. Hablábamos de ellos con Margarita como si vivieran en la misma cuadra y algunas veces les hablaba a ellos mismos, como si pudieran oírme. Opino que son todos unos grandes tipos, los verdaderos grandes tipos que se necesitan y no esos pelmas que salen en los diarios todos los días, y sinceramente me felicito de que los domingos se asomaran por aquel agujero para hacernos ver las cosas tal cual son.

En cuanto a los avisos, que para muchos resultan la cosa más estúpida del mundo, nos divertían como locos. No sé qué sentido tiene pretender que nos echen un discurso con citas de algún gran tipo para vendemos una pasta de afeitar o un frasco de café instantáneo. Las cosas hay que tomarlas como son. Eso es lo que siempre he dicho. Para nosotros, en cambio, aquello fue una verdadera revelación. Yo, por lo menos, aprendí a apreciar las cosa recién entonces y hoy me parece perfectamente natural que una lata de tomates le hable a una cacerola a presión y que un reloj con voz de pito nos avise el momento de tomar tal o cual pastilla para la digestión.

Quiero decir que las cosas están llenas de vida, o por lo menos muertas o vivas en la medida que nosotros estamos muertos o vivos, y que mis zapatos tienen algo que decirme con sólo que les preste un poco de atención. Que es lo que hago, justamente, cuando no sé para dónde tirar el primer paso.A Margarita le gustaba acompañar los jingles, mientras yo le hacía una especie de contracanto, y por lo que recuerdo fue la única ocasión en que oí cantar a Margarita. Por lo que a mí toca, muchas veces pateando la calle con las muestras de aquellas benditas esteras y carpetas y el mundo que se ponía realmente negro me bastaba con silbar una de esas musiquitas y el cielo se abría en alguna parte.

En fin, que todo eso también terminó. Margarita le tomó fastidio a Mike Hammer que, según ella, en el fondo era un fascista hijo de puta y a mí que se me dio por defender al tipo como si fuera mi hermano. Total que un día, mientras volaban los tiros de un lado a otro detrás del agujero, Margarita le zampó la plancha justo en el medio. El televisor, es decir, el mundo saltó en mil pedazos y al principio creí que uno de los tiros me había volado la cabeza. Herido como estaba, tomé lo primero que encontré a mano, creo que uno de esos ceniceros hechos con un pistón recortado, y se lo tiré a la cabeza con tan buena puntería que cayó al suelo como si la hubiera tumbado un rayo. Todavía humeaba el televisor y ya estaban allí los viejos, el administrador y un cabo de policía con cara de patíbulo que parecía salido de la propia televisión.

Cuando volví de la 2a el administrador todavía estaba allí, o simplemente estaba de nuevo allí. Es un detalle. Lo que me interesa señalar es que había llegado la hora de que cada uno echara a andar para su lado, sólo que en ese momento no me di cuenta. De todas maneras fue lo que pasó. La vida decide por uno las más de las veces y todo lo que queda por hacer es preguntarse un tiempo después cómo y cuándo empezó, lo que sea.

Por esos días, y ésta es otra señal, quebró el tipo de las esteras y quedé en la calle, lo cual es un decir porque nunca había salido de ella. Las cosas iban tan mal entonces que en lugar de amargarme más bien me alegré. Sea lo que fuere que me reservara la vida nunca iba a ser peor de lo que había sido hasta entonces. Cuando uno siente deseos de darse la cabeza contra la pared ése es el momento preciso para las grandes cosas porque uno en realidad está tan limpio y vacío como si acabara de nacer.

Claro que yo no pensé en eso. Eché mano de un par de diarios y en una página de los clasificados topé con el siguiente aviso: "Joven emprendedor con experiencia comercial para importante negocio". Allí estaba el destino. Me corté el pelo a la americana, me puse un saco sport con cueritos y al rato estaba golpeando en la puerta de una oficina en el segundo patio de una especie de gallinero en la calle Lima y que a primera vista no tenía el aspecto de un negocio ni de otra cosa importante sino más bien de una pocilga.

Me atendió un tipo parecido al de "Patrulla de caminos" que sin mirarme siquiera dijo: "Usted es el hombre!" y se puso a hablar sobre el futuro, un futuro que no sé muy bien a quién correspondía, en todo caso a la humanidad en general y como tal proporcionalmente a mí también. Cualquier otro se habría dado cuenta de que el tipo estaba medio chiflado, por no decir del todo.

En realidad eso me pareció a mí también pero en lugar de largarme como hubiera hecho cualquiera de ustedes en su sano juicio ya que nada bueno podía salir de allí, en el sentido de la bosta, me quedé escuchando al tipo tal vez por eso mismo. Quiero decir que esta clase de chiflados son justamente la sal del mundo sólo que la bosta se da cuenta demasiado tarde.

El tipo hablaba como un profeta. Nunca he oído hablar a un profeta, por supuesto, pero me figuro que deben hacerlo así.

Según me pareció se trataba de fundar una sociedad nueva a partir de la venta de lotes en mensualidades. Digo que me pareció porque, como siempre, yo más bien le prestaba atención al sonido de la voz y al aspecto general del fulano. Tal vez las cosas que decía no tuvieran mucho sentido pero igual era hermoso oírlas porque en medio de toda la roña sencillamente había un tipo que creía en algo distinto de lo que cree el resto de la bosta.Cuando terminó el discurso sacó un plano que extendió sobre el piso y comenzó a explicarme el aspecto más vulgar del asunto. Se trataba de unos lotes en San Vicente con el pomposo título de Barrio Parque "La Esperanza". Según el tipo aquélla era la tierra del futuro y estoy seguro de que estaba en lo cierto porque, como decía mi viejo, si hay algo que tiene futuro es la tierra, cualquiera sea. Solamente se trata de esperar el tiempo necesario. Lo digo aun de esta tierra en la que estoy echado y que, por ahora, no es más que polvo y silencio. Día vendrá. ..

¿Pero para qué hablar del día que vendrá? Es el estilo que me contagió el tipo. Lo arreglaba todo con el día que vendrá.

Cuando le pregunté cuánto me tocaba en todo eso, no del futuro, se entiende, sino de lo que pagarían por él me echó otro discurso. Yo lo miré a la cara y comprendí en el acto que era el destino el que me hablaba a través de aquel chiflado. De manera que tomé los planos, boletas y folletos que me dio y salí a patear la calle como si esta vez tirara de mí una fuerza desconocida y cada paso que diera de ahora en adelante fuese a abrir un camino entre la gente.Al domingo siguiente fuimos a San Vicente en una "banadera" que cargamos con los candidatos que habíamos juntado entre Requena y yo. Requena se llamaba el tipo. La mitad de los candidatos iban porque no tenían nada que hacer y seguramente habrían ido al mismo culo del mundo con tal de viajar de arriba. Antes de partir, desde la plaza Congreso, Requena enarboló una especie de estandarte e improvisó un breve discurso sobre el futuro, el día que vendrá y todas esas cosas. Los tipos quedaron desconcertados y uno preguntó si detrás de eso no estaban los comunistas. De cualquier forma subieron a la "banadera", Requena colgó el estandarte de un costado y zarpamos alegremente hacia esa tierra de promisión.

Aquello era un desierto. Me refiero a los terrenos. Sólo faltaba un par de camellos y no me hubiera sorprendido que aparecieran en cualquier momento. La mitad de los tipos ni siquiera quiso bajar a cambiar el agua. Yo vi tan pronto como los otros que era un verdadero desierto y que lo seguiría siendo aún por mucho tiempo pero el sur me tiró siempre y la tierra pelada y vacía me llena de ansiedad, aunque no está bien dicho ansiedad, ni entusiasmo, ni ninguna otra cosa de las que ustedes dicen en tales casos.

Es algo distinto. Yo sé que entre ustedes hay muchos que esperan el día, que quisieran sacudirle un puntapié a la vieja o al jefe o al primer botón que se les cruce en el camino y por eso me permito un consejo. No hagan nada de eso. No lo van a hacer de todas maneras. Vengan y miren la tierra vacía, así como la veo yo ahora, y tal vez las cosas les dejen de dar vueltas dentro de la cabeza y echen a andar por su camino.

En ese sentido Requena tenía razón. Aquélla era la tierra del futuro, por lo menos para mí. De manera que eché a andar detrás del estandarte sin importarme un pito los tipos que quedaban en la "banadera". No tenían ni ojos, ni oídos.

Requena plantó el estandarte en medio del campo y se puso a hablar. El viento traía y llevaba su voz y al rato nos pareció que hablaba la misma tierra. Así era aquel tipo. Yo sé que estaba solo y que en el fondo le importaba muy poco de nosotros porque sencillamente no necesitaba de nosotros ni de nadie y veía con claridad dónde ponía los pies. Mientras hablaba empezamos a ver que brotaban de la tierra casas, torres, fábricas, negocios, una estación del Roca, un supermercado, dos escuelas, cuatro edificios en torre y un lago artificial.

Cuando terminó, los tipos siguieron haciendo cálculos y suposiciones por su cuenta y al rato había una usina, un cuartel, dos hospitales, un matadero, un frigorífico, un canal de televisión, un monumento a San Martín y por lo menos cuatro Bancos. Vendimos 15 lotes en total. Tres mil quinientos en la mano y 24 cuotas de mil. En los meses que siguieron vendimos otros 30 pero llegó el invierno y con las primeras lluvias un arroyito de esos que nunca faltan se salió de madre y de la noche a la mañana el desierto se transformó en un lago, casi en un mar interior. La policía tuvo que sacar en un bote a un tipo que había levantado una casilla.

De la calle Lima nos mudamos a la calle Piedras. De Piedras a Bolívar. De Bolívar a Golfarini, que en realidad es una calle que no existe. Su verdadero nombre es Giuffra pero todo el mundo la conoce por Golfarini. Para Requena era una cosa u otra según los casos. Golfarini cuando tenía que cobrar y Giuffra en todos los demás. Les digo, de paso, que si quieren conocer una calle de la vida vayan alguna vez por ahí.

A todo esto yo apenas si pisaba el departamento de México. Estaba todo el día en la calle o en uno de esos desiertos que loteaba Requena, marcando calles o clavando banderitas o plantando un letrero y atendiendo al mismo tiempo a los tipos. Era una vida vagabunda. Sólo que yo no era un vago propiamente dicho sino como un tipo perdido, hasta que tomara la medida justa de la tierra. Dormía en cualquier parte y comía salteado. Eso puede desmoralizar a cualquiera, para mí, en cambio, fue un gran aprendizaje. Uno duerme y come más de la cuenta.

No me voy a poner en moralista ahora. Precisamente estoy echado sobre la tierra hace un par de horas sin hacer nada, como no sea pensar en esto que les digo. Además aunque no estuviera tirado aquí tampoco haría nada. En el sentido de la bosta, se entiende. De manera que soy el menos indicado para echarles un sermón, aparte de que me importa un queso. Pero quiero poner las cosas en su lugar. Hay que dejar que el cuerpo se maneje solo y no estarle todo el día encima. En ese caso se vuelve un estorbo y nos planta cuando todavía nos quedan un par de cosas por hacer. Eso fue lo que aprendí entonces. Cuando menos atención le prestaba más liviano y alegre se volvía. Es justo el cuerpo que necesita un vago.

Las pocas veces que aparecía por mi casa (para llamarla de algún modo) entraba o salía el administrador. Sigue siendo un detalle. Margarita había dado vuelta el televisor contra la pared y no se habló más del asunto. En realidad tampoco hablábamos de otra cosa. No parecía guardarme rencor sino que se mostraba más bien solícita. Tal vez yo hubiera preferido que me regañara porque así me resultaba casi una desconocida, pero no tiene importancia. Cenamos una vez en casa del administrador y otra el tipo cenó en la nuestra. Ambos se interesaron juiciosamente en mi nueva vida y, supongo que por casualidad, también ellos hablaron del futuro. A cada rato nos mirábamos y sonreíamos. Dimos vuelta el asunto de todos lados pero la verdad que no daba para mucho.Lo de Requena tenía que terminar tarde o temprano, si es que iba a seguir mi camino. Fue por la venta de unos lotes en Garín. Trescientos veinte fabulosos lotes, 2a serie, barrio Los Tilos, sobre ruta pavimentada, 3 cuotas de anticipo y posesión 3 cuotas más. Los tilos brillaban por su ausencia y la ruta pavimentada era sólo un proyecto del año 34, pero de cualquier forma los lotes eran muy buenos. En una sola tarde vendimos 54 lotes. Yo mismo compré uno de tan entusiasmado que estaba con lo que decía. Y eso fue lo que me salvó. Los lotes eran buenos, como dije, pero resulta que ya habían sido vendidos en un loteo anterior. Cuando cayó la taquería estaba solo en la oficina y me salvé por un pelo porque, perdido por perdido, les mostré la boleta y les dije que era uno de los candidatos.No sé qué se habrá hecho de Requena pero donde quiera que esté allá va la vida. Era un gran tipo, a pesar de todo, y estaba vivo de la cabeza a los pies. Al principio, después que me largué solo, si alguna vez me sentía descorazonado pensaba en Requena y las cosas volvían a sonreír. Yo sé que debe estar en alguna parte sobre esta misma tierra hablando sobre el futuro y el día que vendrá y espero toparme con él un día de éstos, en la primera vuelta del camino.Había llegado mi momento. Con la poca plata que pude arañar en los bolsillos me compré una bicicleta de paseo. Ustedes se preguntarán qué tiene que ver en esto una bicicleta. Si quena largarme todo lo que debía hacer era tomar el primer camino que se me pusiera por delante.
Tienen razón. Sin embargo todavía estaba lleno de dudas y vacilaciones, es decir, en el fondo aún tomaba en cuenta a la bosta. De manera que me compré una bicicleta, como digo, le reforcé el cuadro, le alargué el portaequipaje, me conseguí un equipo de boyscout, me saqué una foto e hice imprimir un centenar de hojas en las cuales anunciaba mis propósitos, daba una serie de detalles sobre la bicicleta, fijaba metas y objetivos, recomendaba el uso de gomas Pirelli, por lo cual me habían pagado unos pesos, y terminaba con un par de consejos que saqué de un libro titulado La mansedumbre de las flores que me había regalado Margarita cuando andábamos de novios, seguramente para impresionarme.

Cuando estuve listo le anuncié mis proyectos a Margarita para ver la cara que ponía.

Contra lo que esperaba, le pareció la mejor idea que había tenido en toda mi vida. Entre ella y el administrador me ayudaron a terminar lo que faltaba, me proveyeron de vituallas y dinero, me sugirieron rutas prolongadas y desconocidas y, por fin, una neblinosa mañana de abril me despidieron junto con un grupito de curiosos que se había reunido en la vereda. Di una vuelta a la manzana seguido por un par de chicos y cuando pasé frente a la casa Margarita ya había desaparecido. Levanté una mano de cualquier forma y dije adiós a aquella vida.

No voy a contarles los pormenores del viaje pero, en general, la pasé bien y todavía le estaría dando a los pedales si no fuese que estaba hecho para otra cosa. Es necesario que entiendan esto. Tengo en un gran concepto a los andarines, exploradores, raidistas y demás gente por el estilo, pero un vago es otra cosa. No establezco comparaciones. Son algo distinto, simplemente. Desde afuera parece todo lo contrario. Por eso comencé yo en esa forma, porque veía las cosas desde afuera.

Por un tiempo me encontré a gusto con aquella vida. La gente me trataba bien. No me tomaba muy en serio pero estoy seguro de que más de uno habría cambiado su maldita jaula por mi bicicleta Alpina. A ése le digo que todavía está a tiempo.

Allá iba yo silbando y pedaleando y el mundo tiraba de mí alegremente. Hasta que un día la verdad me golpeó en la cabeza, así de rápido y simple. Y fue el día que vi un verdadero vago tumbado al costado del camino. Estaba echado así como yo en este momento y aunque seguramente era la única persona que veía en mucho tiempo no se le movió un pelo cuando pasé junto a él arrastrando una nube de polvo. Sin embargo me bastó mirarlo a los ojos y comprendí en el acto. Yo iba de un punto a otro, él sencillamente estaba tumbado en el centro del mundo. Quiero decir que para mí las cosas se resolvían en distancias, estaban más o menos lejos y yo más o menos cerca, pero por mucho que me moviera no iban a cambiar demasiado.

No pretendo que me comprendan, pero con sólo que hagan un esfuerzo sabrán lo que digo. Algunos, por supuesto. Los que todavía están vivos pero con el agua al cuello.

Vendí la bicicleta en el primer pueblo que me salió al paso y volví al camino nada más que con lo que tenía puesto. Desde ahí arranca mi verdadera historia porque en cierta forma acababa de nacer. No les voy a contar esa historia porque sólo tiene sentido para un vago.

Veo una nube de polvo en la punta del camino. Debe ser un camión.

Solamente les digo esto. No tengo nada, de manera que tampoco tengo de qué preocuparme, lo poco que recuerdo, en los términos de ustedes, lo recuerdo como si fuera de otro y si miro para adelante pues sencillamente no espero nada, lo cual es la mejor manera de estar preparado para lo que sea. Debiera explicar lo que entiendo por estar preparado porque es un término más bien de ustedes pero no vale la pena y además el camión está cerca.

Es un camión, efectivamente.

Mi cuerpo se pone de pie liviano y contento. Es la ventaja que les decía. Eso me tiene constantemente de buen humor o a lo sumo de un humor melancólico, lo cual me ayuda a pensar en todas estas cosas que me enseña el camino. Estoy limpio y vacío en medio de él, de manera que siento la tierra como nadie podría hacerlo en este momento, excepto otro vago.

El tipo me debe haber visto y tal vez se alegre porque viene solo. Extiendo mi admiración por los raidistas a los camioneros también. Por lo menos cuando están en el camino se parecen más a nosotros que a ustedes. Lo digo sin rencor.

No sé a dónde me llevará ese camión ni qué será de mí el día de mañana. La verdad que el día de mañana no existe para mí y creo que por eso me siento vivo.

Levanto la mano y el camión se detiene.

Hace un rato era una mancha borrosa al extremo del camino. Sé que en este punto mi vida se cruza con la del tipo que trae encima y que a partir de ahora me nace otra vida, por así decir. Sé también que como estoy limpio y vacío le sacaré todo el gusto posible.

Así una vez y otra vez.

El tipo abre la puerta y agita una mano.

¡Allá voy, donde sea!