La enfermedad del lado izquierdo

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El destino no está escrito, ¿o sí? ---------- http://laenfermedaddelladoizquierdo.blogspot.com/

También estoy aquí...

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MI BLOG PERSONAL

jueves, 30 de octubre de 2008

Nuevo libro de Victor García Antón

El próximo viernes 31 de octubre
a las 19 horas en el salón de actos de la Biblioteca Regional de Madrid Joaquín Leguina, en el complejo El Águila, de la calle Ramírez de Prado, número 3, se presentará en Madrid "Nosotros, todos nosotros", el esperado nuevo libro de cuentos de Víctor García Antón, que se abre con un prólogo del escritor y profesor Medardo Fraile (The Boss).

miércoles, 29 de octubre de 2008

CREATURA Nº 33


Esta es la sorpresa que me esperaba en el buzón al regreso del Monte Perdido en el valle de Ordesa.
Aquí dentro está la entrevista y el relato Pinball, que en principio iba a dar título al libro, que acabó llamándose (y no me arrepiento en absoluto) El laberinto de Noé.
Al abrirlo he recordado la noche del viernes, ese Buko a tope de amigos a los que ahora ponía cara (enorme el artículo de Jab para la el diario La opinión de Zamora) y de muy, muy buen rollo.
Somos algo así como una familia. Nos une la literatura y las ganas de luchar contra la políticamente correcto, contra las mafias del libro establecidas. Nos une la poesía que habla de aquí y ahora, de nosotros, la palabra que no tiene pelos en la lengua
Gracias, Kebran.

viernes, 24 de octubre de 2008

Un paréntesis


En Bacovicious esgrimo otras razones.
Como podéis ver, no son tan poderosas como éstas.
El caso es que hasta el miércoles 29 este blog estará dormido.
Todo empezará dentro de una hora, con la presentación del nuevo libro de Medardo Fraile "Entradas de cine" en el Círculo de Bellas Artes. Luego viene David González y su hermano Kebran que también presentan libros. Y luego y luego y luego...
Así no se puede vivir.
Necesito un descanso. Bueno, quiero decir, relajarme en buena compañía. Alguién que me mime y eso.
A la vista está lo que necesito.
Me aseguran que la han visto bajo un hayedo.
Una especie de bruja o algo así.
¡Jo, con lo que me gustan a mí estas cosas fantásticas!
Ya os contaré.

jueves, 23 de octubre de 2008

La naturaleza de la diversión (DFW)


La naturaleza de la diversión
DAVID FOSTER WALLACE


La mejor metáfora que conozco sobre lo que es ser un escritor de ficción aparece en la novela de Don DeLillo Mao II, donde el autor describe un libro a medio escribir como un niño horriblemente deforme que sigue al escritor allá adonde vaya, gateando tras él (arrastrándose por el suelo de restaurantes donde el escritor trata de comer, apareciendo al pie de su cama en cuanto abre los ojos por la mañana, etc.), horriblemente anormal, hidrocefálico y desnarigado y con unos brazos atrofiados que parecen aletas e incontinente y retrasado y babeando fluido cerebro-espinal mientras lloriquea y farfulla y grita reclamando amor, reclamando la única cosa que su monstruosidad le garantiza conseguir: la completa atención del escritor.
La figura del niño deforme es perfecta porque refleja la mezcla de repulsión y amor que el escritor de ficción siente por aquello en lo que está trabajando. La ficción siempre sale a la luz horrorosamente defectuosa, como una horrible traición a todas las esperanzas puestas en ella -una caricatura cruel y repelente de la perfección que presentaba en el momento de su concepción primera-; sí, entended: grotesca por lo imperfecta. Y aun así es tuyo, el niño, eres tú, y lo quieres y te lo subes a tus rodillas y lo haces saltar y limpias el fluido cerebro-espinal de su floja barbilla con el puño de tu única camisa limpia (sólo te queda una camisa limpia porque no has hecho la colada en casi tres semanas porque parece que por fin ese capítulo o ese personaje están a punto de salir y funcionar como debe ser y te aterroriza perder el tiempo en cualquier otra cosa que no sea trabajar en ellos porque si desvías la vista un segundo los perderás, condenando al niño a una monstruosidad sin final). Así que quieres al niño deforme, lo compadeces y lo cuidas; pero también lo odias -lo odias- porque es defectuoso, repulsivo, porque algo grotesco le ha sucedido durante el parto, de tu cabeza al papel; lo odias porque su deformidad es tu deformidad (puesto que si fueras mejor escritor tu niño sin duda se parecería a esos niños que aparecen en los catálogos de ropa infantil, perfectos y sonrosados y con el fluido cerebro-espinal en su sitio) y cada uno de sus horribles resuellos es una devastadora acusación contra ti, a todos los niveles… y por lo tanto lo quieres muerto, incluso cuando lo adoras y lo lavas y lo acunas e incluso cuando le practicas la resucitación cardiopulmonar cuando parece que su propia monstruosidad le ha bloqueado la garganta y parece que por fin va a matarlo.
Todo el asunto es desagradable y triste, pero al mismo tiempo también es tierno y conmovedor y noble y guay -es una genuina relación, de algún tipo- e incluso en la cima de su monstruosidad el niño deforme, de algún modo, toca y despierta las que sospechas que son las mejores partes de ti: las partes maternales, las partes oscuras. Quieres mucho a tu niño. Y quieres que los demás también lo quieran cuando al niño deforme le llegue el momento de salir a la calle y enfrentarse al mundo.
Así que te hallas en una posición un tanto incierta: quieres al niño y quieres que los demás también lo hagan, pero eso significa que esperas que los demás no lo vean correctamente. Quieres que los demás sean tontos o algo así; quieres que vean perfecto lo que tú, en tu corazón, sabes que constituye una traición a la perfección.
O, mejor dicho, no quieres que los demás sean tontos; lo que sí quieres es que vean y amen a un adorable, milagroso y perfecto niño, semejante a un modelo infantil, y quieres que acierten, que estén en lo correcto respecto a lo que ven y sienten. Tú quieres estar terriblemente equivocado, quieres que la monstruosidad del niño deforme no resulte más que un engaño o una alucinación. Pero eso significaría que estás loco, que has visto deformidades horribles, has sido acosado por ellas y huido de ellas, deformidades que de hecho (los demás así te lo aseguran) no están ahí. Eso significaría que estás como un cencerro. Incluso peor: significaría que ves monstruosidad, y la desprecias, en algo que tú has producido (y amado), en tu prole y, en cierto modo, en ti mismo. Y esta última esperanza representaría algo peor que una mala actuación como padre; sería una terrible modalidad de ataque a uno mismo, casi una auto-tortura. Pero aun así es lo que más deseas: estar completa, loca, suicidamente equivocado....
(el ensayo sigue, pero hasta que no vuelva a dar con el blog que lo recuperó (ahora no lo encuentro), por decencia, no puedo seguir publicándolo)
Post Scriptum: Gracias a Jose Ángel Barrueco (JAB) he averiguado que el blog donde encontré esta maravilla es el de Jon Bilbao. Puedes seguir leyendo el ensayo aquí)

martes, 21 de octubre de 2008

Presentación "Como una historia de terror", de Jon Bilbao

Miércoles
22 de octubre
a las 20.00 horas

Librería tres rosas amarillas
San Vicente Ferrer, 34
915 228 108
http://www.tresrosasamarillas.com/index.php?id=135



La Editorial Salto de página y la Librería tres rosas amarillas te invitan a la presentación en Madrid del último libro de Jon Bilbao, Como una historia de terror.

Jon Bilbao nació en Ribadesella (Asturias) en 1972 y estudió Ingeniería de Minas en la Universidad de Oviedo. Antes de dedicarse a la escritura trabajó en diversos lugares, entre ellos una central nuclear y una refinería de petróleo. En 2005 participó en la recopilación Ficciones, publicada por la editorial Edaf en colaboración con la Asociación Colegial de Escritores, y el mismo año obtuvo el premio Asturias Joven de Narrativa con el libro 3 relatos. En 2007 resultó ganador del XXXVI Concurso de Cuentos Ignacio Aldecoa por el relato Calor. En el catálogo de Salto de Página ha publicado la novela El hermano de las moscas y la colección de relatos Como una historia de terror. En la actualidad reside en Bilbao, donde trabaja como guionista de televisión.
El acto contará con la asistencia del autor y del escritor y crítico literario Juan Jacinto Muñoz Rengel.

viernes, 17 de octubre de 2008

Comienza Getafe Negro

'Getafe Negro. Festival de Novela Policiaca de Madrid' se celebrará del 22 al 26 de octubre. Está promovido y dirigido por el Ayuntamiento de Getafe (Madrid).
Web: http://www.getafenegro.com/

El jueves 23 de 19:00 a 21:00 horas y el viernes 24 de 18:00 a 20:00 estaré firmando ejemplares de El Laberinto de Noé en la caseta de Drakul (Calle Madrid).
Por si os apetece dar una vuelta y charlar un rato.

jueves, 16 de octubre de 2008

lunes, 13 de octubre de 2008

ANGUS

ANGUS

Dedicado al hijo de Juan Carlos Márquez


Se llama Daniel, pero yo le llamo Angus, porque tiene el pelo largo y ensortijado y se pasa todo el día dando pataditas al suelo. Tiene dos años y será melómano. No atiende a nadie, hace lo que quiere, pero si escucha algo de música conecta inmediatamente con ella.
Cuando viene a casa con su padre, mi vecino Mariano, y tengo puesto en el equipo algo blusero tipo BB King me mira con cara de interrogación y ojos de ver almas. Si suena algo de rock (muy, muy marchoso, por supuesto) se pone como una moto, en el sentido literal de la palabra, y corre de una lado a otro del salón haciendo pedorretas con los labios.
Algunas noches, ahora cada vez menos, mi vecino Mariano me lo trae después de cenar. Le enchufo los cascos con algo de Vangelis muy bajito, apagamos la luz, y sólo con la pecera iluminada en unos minutos se queda dormido.
Tiene suerte Mariano, yo al mío tenía que darle tres vueltas a la manzana con el coche.

viernes, 10 de octubre de 2008

El Kebran me entrevista para CREATURA


Mi amigo Kebran me entrevistó hace algún tiempo después de leer El Laberinto de Noé.

En el CREATURA de octubre saldrá publicada esa entrevista, pero ya se puede leer en el CREATURA FANZINE DIGITAL.

Gracias, Kebran, ha quedado muy guapa.
Esteban Gutiérrez Gómez es el autor de uno de los libros (en prosa) más interesantes que he leído en años:”EL LABERINTO DE NOÉ”Sin desmerecer a cualquier otro libro que haya devorado, este "LABERINTO" se queda vivo dentro de ti. Tiene algo especial que te va tocando desde el momento que lo empiezas. Y no te deja tranquilo hasta que lo acabas. Es un libro vivo, un libro que engancha. Es LITERAVIDA (permítaseme el palabro) Es pasión por la lectura, es un libro hecho de muchos otros libros, es un duelo continuo. Es pura vida, puta vida misma. Es un pedazo de libro, un libro excepcional, un libro imprescindible para quién ame leer por encima de todas las cosas.Recomiendo vivamente su lectura (nada compleja para neófitos) y todo lo necesariamente buena para lectores avezados. No desvelaré tramas ni finales, tan sólo ensalzar el AMOR por la lectura de su autor y como nos logra inocular ese veneno a los que hemos leído esta maravilla.
Este cuentista, como a él le gusta denominarse ha accedido amablemente a someterse a mi cuestionario sobre su magna y primogénita “criatura literaria”
KEBRAN: Esteban, cuéntanos que pretendes enseñar al lector con este tu primer libro publicado.
Sigue leyendo aquí

martes, 7 de octubre de 2008

Hoy temprano: Pedro Mairal


Hoy por hoy es mi narrador argentino favorito. Me deslumbró con su Una noche con Sabrina Love y me hipnotizó con un poemario llamado Tigre como los pájaros que contiene joyas como Por eso.

Hoy temprano es un libro de relatos que te envuelve con la prosa melódica de su autor. En alguno de esos relatos, como el que da título al libro, nos entregamos a un experimento temporal que acaba por convencernos de que la extraña métrica del viaje es la natural. En otros como La virginidad de Karina Durán o La suplencia nos encontramos con personajes adolescentes en situaciones anómalas, pero vivibles, que nos transportan a aquellos años en los que todo estaba por llegar. La magia presente en la realidad cotidiana se hace carne en Amor en Colonia o en Amazonia. La inquietud, el final esbozado, anidan a lo largo de todo el relato de Los héroes y, por el contrario, existen finales sorprendentes y, a la vez, entrañables como el de Cuadros.

La escritura de Pedro Mairal tiene la facultad de engancharte desde la primera línea, de atraerte de modo que el lector le da la mano al narrador y se deja llevar a esos mundos, extraños pero amigables, que logran trasportar al lector fuera de la realidad. Pedro entronca con los autores del boom cuentista latinoamericano y propone realidades paralelas.


No se las pierdan.

CUENTO (Hoy temprano)
Salimos temprano. Papá tiene un Peugeot 404 bordó, reciéncomprado. Yo me trepo a la luneta trasera y me acuesto ahía lo largo. Voy cómodo. Me gusta quedarme contra el vidriode atrás porque puedo dormir. Siempre estoy contento de ir apasar el fin de semana a la quinta, porque en el departamentodel centro, durante la semana, lo único que hago es patearuna pelota de tenis en el patio del pozo de aire y luz que estásobre el garaje, un patio entre cuatro paredes medianerasaltísimas y sucias por el hollín de los incineradores. Si miropara arriba en ese patio parece que estuviera adentrode una chimenea, si grito, el grito apenas sube pero no llegahasta el cuadrado de cielo. El viaje a la quinta me sacade ese pozo.



En la calle hay poco tránsito, quizá porque es sábadoo porque todavía no hay tantos autos en Buenos Aires.Llevo un autito Matchbox adentro de un frasco para capturarinsectos y unos crayones que ordeno por tamaño y que nome tengo que olvidar al sol porque se derriten. A nadiele parece peligroso que yo vaya acostado en la luneta.Me gusta el rincón protector que se hace con el vidriode atrás, al lado de la calcomanía de la Proveeduría Deportiva.En el camino miro el frente de los autos porque parecencaras: los faros son ojos, los paragolpes son bigotes,y las parrillas son los dientes y la boca. Algunos autos tienencara de buenos, otros cara de malos. Mis hermanos prefierenque yo vaya en la luneta porque así tienen más lugarpara ellos. Yo no viajo en el asiento hasta más adelante,cuando hace demasiado calor o cuando ya no quepoen la luneta porque crecí un poco. Tomamos una avenidalarga. No sé si es porque hay muchos semáforos pero vamosdespacio, además después ya el Peugeot está medio roto,tiene el caño de escape libre y hay que gritar para hablar;una de las puertas de atrás está falseada y mamá la ató conel hilo del barrilete de Miguel.



El viaje es larguísimo. Sobre todo cuando no estánsincronizados los semáforos. Nos peleamos por la ventana,ninguno de los tres quiere sentarse en el medio. En la GeneralPaz nos turnamos para sacar la cabeza por la ventanacon las antiparras de agua de Vicky, para que no nos llorenlos ojos por el viento. Papá y mamá no dicen nada. Salvocuando pasamos por la policía: ahí hay que sentarse derechosy estar callados. Cuando ya tenemos el Renault 12, a Miguelse le vuela por la ventana medio pilón de figuritas de "Titanesen el Ring" y papá frena en la banquina para juntarlasporque Miguel grita como un enloquecido. Yo veo de repenteque se nos acercan dos soldados apuntándonos con lametralleta, diciendo que estamos en zona militar. Le hacenpreguntas a papá, lo palpan de armas, le revisanlos documentos y después tenemos que seguir viaje sin juntarlas figuritas que quedan ahí desparramadas, inclusola autografiada por Martín Karadagián.



Papá busca música clásica en la radio, a veces consiguesintonizar bien la emisora del Sodre. Nosotros estamosa las patadas en el asiento de atrás cuando de repente papásube el volumen y dice "escuchen esto, escuchen esto"y hay que hacer una pausa silenciosa en medio de una tomade judo para escuchar una parte de un aria o de un adagio.Después, cuando llegan los pasacassettes para autos, el viajea la quinta se hace bajo el dominio absoluto de Mozart.Miramos pasar hacia atrás el camino prolijo, los árbolespodados con los troncos pintados de blanco, y escuchamoslos quintetos para cuerdas, las sinfonías, los conciertospara piano, las óperas. Vicky lidera rebeliones para tapara las sopranos de "Las bodas de Fígaro" o de "Don Giovanni"con nuestro cántico filial favorito que dice "Queremos comer,queremos comer, sangre coagulada revuelta en ensalada...".Pero después Vicky empieza a traer libros para el viajey los lee sin prestarle atención a nadie, en silencio,cada vez más enojada, porque la obligan a venir, hastaque le dan permiso para quedarse los fines de semanaen el centro para ir al cine con sus amigas que ya salencon chicos, y entonces Miguel y yo tenemos cada unosu ventana indiscutible, aunque invitemos a un amigo.



Sentimos que no vamos a llegar nunca. Hay largas esperasa medio camino mientras mamá compra muebles de jardíno plantas, aprovechando que papá se quedó trabajandoen casa. Con Miguel jugamos en el asiento de atrás a verquién aguanta más sin respirar, cada uno le tapa el tubodel snorkel al otro para que no haga trampa, o si no,improvisamos un partido de paleta con un bollo de papely las dos patas de rana. Esperamos tanto que Tania se ponea ladrar, porque no aguanta más, encerrada en la partede atrás de la Rural Falcon que tenemos después del Renault.Entonces aparece mamá, con plantas o macetas o algúnmueble que hay que atar al techo, y seguimos viaje.



Los amigos que invita Miguel van cambiando. Yo los mirocon asombro, con ansiedad perversa, porque sé que cuandolleguemos van a empezar a caer en las trampas que Migueldeja siempre preparadas: el ratón muerto dentro de las botasde goma para el invitado, el fantasma del galpón, la farsade los chanchos asesinos, el pozo tapado con hojas y ramasal lado de la fila de palmeras que se ve desde la casa. Dentrodel auto, en los embotellamientos de la ruta a media mañana,yo miro a los amigos de Miguel y paladeo por primera vezel mal. Prefiero a los confiados y prepotentes, porque séque les va a resultar más intensa la humillaciónde esas trampas en las que yo colaboro de un modo oblicuo,indefinido. Los invitados de Miguel casi nunca vuelven a venir.



Cuando terminan el primer tramo de la autopista y ponenel peaje, el tráfico avanza mejor. Vicky va por su cuenta,con amigas que tienen auto. Papá ya casi no viene.En la Rural destartalada, mientras mamá maneja, Miguelme usa el cuaderno de dibujo garabateando planosy elaborando estrategias para espiar a las amigas de Vickycuando se cambian. Después Miguel empieza a venir cada vezmenos, y yo tengo todo el asiento de atrás para dormir. Mamáfrena y me despierta para que le ponga agua al radiadorque pierde y recalienta el motor. Compramos una sandíaal costado de la ruta.



En la barrera del tren, donde antes había uno o dosvendedores ambulantes, ahora hay amputados o paralíticosque piden limosna y otros que ofrecen revistas, pelotas,biromes, herramientas, muñecos. También en los semáforosdel pueblo que atravesamos piden una moneda o vendenflores y latas de gaseosa. A papá le dieron el Ford Sierrade la empresa, que tiene botones automáticos y comoa Miguel lo asaltaron hace poco, mamá me hace bajar losseguros y cerrar las ventanas en los semáforos porque le danmiedo los vendedores. Dice que se le tiran encima y que,además, Duque los puede morder. Después, la excusa del aireacondicionado ayuda a que ya no vayamos más con laventana abierta. El auto comienza a ser una cápsula deseguridad, con un microclima propio. Afuera cada vez hay másbasura, más pintadas políticas. Adentro, la música suenanítida en el estéreo nuevo y mamá tolera con paciencialos cassettes que yo pongo de Soda o de Police.



El auto es más rápido y todo el tiempo parece que estamospor llegar. Sobre todo cuando empiezo a manejar yo,que aumento la velocidad sin que mamá se dé cuenta porqueviene tranquila en el asiento del acompañante mirandoen el espejo su último lifting que le tira la piel para atráscomo si fuera un efecto de la aceleración. Después, cuandomuere papá, mamá prefiere que maneje Miguel, que volviócomo el hijo pródigo, porque Vicky ya está viviendoen Boston. Para mí la ruta se empieza a enrarecer porquemanejo el Taunus amarillo del padre del Chino en el quedejamos cerradas las ventanas, no por miedo a que nos robensino para que el humo de la marihuana no pierda densidad.Escuchamos "Wild horses" y hay momentos casi espiritualesen los que la velocidad total de la ruta parece cobraruna lentitud serena en el paisaje enorme y chato. Despuésmanejo el auto de la madre de Gabriela que por suertees gasolero y no gasta demasiado en las escapadasque nos hacemos cualquier día de semana para estar solosun rato. Ya se está hablando del tema de la expropiaciónpero es apenas una advertencia, faltan todavía dos gobiernos.Gabriela se pone unos vestiditos que me obligan a manejarcon una sola mano y a acariciarle los muslos con la otra,subiendo desde las rodillas lentamente, sin necesidad de ponerlos cambios porque dejo el motor a fondo mientras Gabrielame pide al oído que no me apure, que esperemos a llegar.Nunca se hizo tan largo el viaje. La quinta está allá lejos,inalcanzable.



Más adelante, a Gabriela le empieza a crecer la panzay viajamos para tratar de integrarnos a la vida familiar. Vamosen el Volkswagen que nos presta su hermano. Ya usamoscinturón de seguridad, ya empezamos a tener miedo de morirnos y faltan pocos kilómetros. Los años pasan haciaatrás cada vez más rápido. Hay muchos más autos en la rutay más peajes. Están terminando la autopista. Frenamosen una estación de servicio, discutimos. Gabriela lloraen el baño. Tengo que pedirle que salga. Después compramosel baby-seat para Violeta y ella va chiquitita y dormidaen el asiento de atrás, también con cinturón de seguridad.Los tres atados.



Piso el acelerador porque quiero llegar temprano paraalmorzar. Gabriela dice que no importa, que podemos pararen el Mc Donald's. Discutimos. Gabriela me desprecia. Yo mepongo los anteojos negros y acelero más. Aprovecho el viajepara escuchar demos de jingles para radio. Aprieto con lasmanos el volante del Escort. Falta poco. Gabriela me pideque vaya más despacio, después deja de venir, se vacon Violeta a lo de la madre los fines de semana. Manejo solo,escucho los conciertos para piano de Mozart en compactsque suenan perfectos. El motor de la 4x4 no hace ruido.La autopista está terminada, con alambre a los costadospara que no cruce la gente. Voy por el carril rápido. Miroel velocímetro: ciento sesenta y cinco. Estoy por pasarpor el lugar exacto. Veo de lejos las tres palmeras y esperoque se alineen. Se acercan, me acerco, hasta que la primerapalmera tapa a las otras dos y digo "acá", y es comosi lo gritara, pero lo digo despacio, lo digo en el punto exactodonde estaba la casa antes de la expropiación, antesde que la demolieran y construyeran arriba la autopista.Siento que por una milésima de segundo paso por adentrode los cuartos, por arriba de la cama donde jugábamoscon Miguel a "Titanes en el Ring", paso por las tumbasde Tania y Duque entre las plantas de mamá, paso por un olorhúmedo y metálico, por un sabor a ciruelas verdes tiradasen el fondo de la pileta para sacarlas buceando más tarde,paso por el miedo a una culebra que salió cuando dimos vueltauna chapa, por la noche de lluvia en que jugamos a embocaruna pelota en el único cuadrado roto de la ventana paraobligarnos a buscarla con linterna entre los saposy los charcos. Ahora es un malón incesante de autosque pasa por encima del fantasma de la casa. Son las doceen punto y el sol resplandece en el asfalto. Soy un hombredivorciado, un publicista que va al country de su hermanopor primera vez y se olvidó las instrucciones de cómo llegary está perdido, un hombre que no sabe dónde frenar y sigueviajando en el auto desde que salió hoy temprano, hacemucho, acostado en la luneta de atrás.

(lo lamento pero no tengo ganas de pulirlo. Creo que se puede leer con facilidad. Otra opción es leerlo directamente en el blog de Pedro Mairal, con enlace directo al cuento aquí)



jueves, 2 de octubre de 2008

2x1



Ya está a vuestra disposición el número de otoño de la Revista Narrativas, ya sin Magda.

En este número 11 destaco (por destacar algo ya que toda ella me parece una maravilla) los relatos El detective poeta, de Salvador Gutiérrez Solís y Ada Neuman, de Patricia Esteban Erlés, que a ver si se lleva el Setenil; asi como la reseña de Carlos Manzano (el coordinador en solitario de esta magnífica obra) sobre La tarde del dinosaurio de Cristina Peri Rossi.


Y reaparece (yo por lo menos, ultimamente no la encontraba) Hermano Cerdo (nº 21), con unas "cerdadas" impresionantes, entre ellas La estética de la accesibilidad de John Irving.




Hala, a pasarlo bien.

miércoles, 1 de octubre de 2008

EL microrrelato: Pequeño pero matón

Hace unos días, Paula Corroto me entrevistó pulsando mi opinión sobre la literatura breve. Se centraba en el micro como género narrativo.
Hoy, en el diario PÚBLICO, aparece un reportaje al respecto que profundiza en estilos y pretensiones, en orígenes y futuros, y que habla de los autores actuales que cultivan dicho género.

¿Qué es un micro?
El botón de muestra:

La población reclusa no cumple la cuota femenina.
Habrá que hacer algo.
Políticamente incorrecto,
de Juan Pedro Aparicio

Os dejo con el reportaje completo:

Microrrelato: pequeño pero matón

Se lleva lo breve. La concisión toma fuerza en la narrativa contemporánea con la creciente aparición de autores de microrrelatos en las editoriales y en Internet

PAULA CORROTO - Madrid - 30/09/2008 22:56

Es un golpe seco. Una bofetada maternal que te pilla de improviso. También un beso fugaz. El que nunca esperaste. Como esa mirada en el metro, casi de soslayo. Una mirada que sólo dura un par de segundos, pero que vale como una historia de amor eterna. Porque te impacta, te conmociona, te noquea. A veces para dejarte aterrado; otras, para quedarte con la más deliciosa de las sensaciones.
Todo esto es el microrrelato. El género literario de lo hiperbreve. Un formato que ya elevaron a los altares grandes nombres latinoamericanos como Augusto Monterroso, Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Julio Ramón Ribeyro y Adolfo Bioy Casares, (sin olvidar al vasco Ignacio Aldecoa), pero que en los últimos tiempos ha regresado con una fuerza inusitada.
El primer síntoma de que la brevedad impone su marcha en el mundo literario aparece de lleno en Internet. En una época inundada por los blogs –“otro género narrativo”, Jesús Ferrero dixit, también breve en su formato post–, si se teclea en Google la palabra microrrelatos junto a blog aparecen hasta 446.000 entradas. De todos ellos, uno de los más implicados con la causa es El laberinto de Noé, de Esteban Gutiérrez Gómez, donde se encuentra todo un manifiesto en favor del género.
El segundo indicio del interés por los sintético, pero muy intenso, según palabras del académico José María Merino, es la creciente publicación de libros dedicados a este género. Incluso, algunos han obtenido premios, como La glorieta de los fugitivos (Páginas de Espuma), del propio Merino, que se llevó el Salambó del año pasado frente a los novelones Veneno, y sombra, y adiós, de Javier Marías y Exploradores del abismo, de Enrique Vila-Matas.
Una tercera señal, que viene al hilo de los nuevos libros, es la aparición de editoriales dedicadas exclusivamente al cuento (y, por ende, al microrrelato), como Páginas de Espuma, Thule y Menoscuarto. Juan Casamayor, editor de la primera, fue también pionero en el campo hace ya casi diez años: “En 1999 decidimos montar la editorial porque las grandes comenzaban a moverse en torno al cuento. Creíamos que era un buen momento y acertamos porque ya llevamos una década”, señala de forma significativa. Reconoce, no obstante, que hay que afinar a la hora de hablar del boom del género breve e hiperbreve: “Es cierto que ha habido un crecimiento de los lectores. Yo tengo libros que han vendido más de 50.000 ejemplares, pero esto no es un boom. Es un fenómeno que va poco a poco”.
Pero que existe. Aparte de José María Merino, ahí van algunos títulos y autores que en los últimos tiempos le han dado caché al microrrelato: Ajuar funerario, de Fernando Iwasaki; Por favor, sea breve, de Clara Obligado; Cuentos del lejano oeste, de Luciano G. Egido, Botánica del caos, de Ana María Shua, Cuentos cruentos –original mezcla con el micropoema–, de Dino Lanti, Un extraño envío, de Julia Otxoa, o el recentísimo El juego del diábolo, de Juan Pedro Aparicio.

Un mundo fugaz
¿Por qué? Una explicación sociológica señala que el ascendente éxito de la brevedad literaria se debe a nuestro vertiginoso ritmo de vida. Sin embargo, los escritores rechazan tal teoría. Por varias razones. La primera: “Esto es como el sexo, que nadie quiere que sea rapidito. Además, el microrrelato, como el micropoema, se lee saboreándolo. Es como una bomba de efecto retardado”. Esta es la explicación de Fernando Iwasaki. La sensual.
La otra, de Clara Obligado, parte del intelecto: “El éxito no radica en lo acelerado, ya que el cuento, con sus elipsis, exige un trabajo intelectual muy grande, y un lector que se pare y razone”. Por su parte, Ana María Shua, se ciñe a lo económico: “Si se observan las listas de best-sellers, es evidente que nuestro mundo fugaz aprecia sobre todo los novelones de 500 páginas. Si se observan las cifras de ventas de los libros de microrrelatos, es evidente que a nuestro mundo fugaz le importan un pimiento”.
¿Y entonces? “Evocan una mirada contemporánea y renovadora”, señala José María Merino. “Te crean una tensión, mostrando aparentar una información que está escondida, para que al final todo explote en tu mente”, dice Esteban Gutiérrez. “Eso sí, hay que tener cuidado, porque ni son aforismos, ni ocurrencias”, alerta Iwaskai.
El microrrelato es esa mirada rápida, casi sin querer, con la que todos querrían cruzarse, al menos una vez. Ése es su éxito.


Por cierto, nadie suele decirlo, pero el micro (el micro como género literario, pues hay microrrelatos del siglo IV a.C.) nació de esos juegos literarios que Bioy y Borges practicaban. A una de esas reuniones llegó Cortázar con su inquietud por la experimentación y su surrealismo y dijo de hacer lo mínimo para contar un cuento "el lector cómplice, hará lo demás". No creo que a nadie le extrañe.

jueves, 25 de septiembre de 2008

¡Vive! ¡Vive! ¡Vive! ¡Vive! (relato inédito)

Alguien escuchó sus gritos y llamó a la policía. Tuvieron que derribar la puerta. Olía a sal y a hierro oxidado. Siguiendo sus aullidos dieron con él. Con sus puños ensangrentados golpeaba incesantemente el pecho de ella sin dejar de gritar: ¡Vive! ¡Vive! ¡Vive! ¡Vive!
La policía no se atrevía a apartarle de aquel cuerpo convertido en un amasijo de carne y vísceras. La sangre cubría todo su pecho y sus brazos y su rostro. Los ojos parecían a punto de saltar de sus cuencas. Una y otra vez, como un imparable martillo hidráulico, levantaba las manos dirección al cielo y las descargaba sobre el cadáver gritando:
¡Vive! ¡Vive! ¡Vive! ¡Vive!
Le sujetaron los brazos entre seis o siete personas. En ese momento tensó su cuerpo arqueándolo hacia atrás como un toro, aulló larga y profundamente y, después, se derrumbó sobre el entarimado de madera como una estatua griega de mármol. El estruendo fue atronador.

Él llevaba dos horas intentando reanimarla con un masaje cardiaco.

Ella llevaba dos horas muerta.

© Esteban Gutiérrez Gómez

martes, 23 de septiembre de 2008

La noche boca arriba: Julio Cortázar

Este post reivindica una forma de entender el cuento. Quizá sea clásico, pero es necesario para saber qué es lo que tenemos entre las manos antes de renegar.

La noche boca arriba
Julio Cortázar

Y salían en ciertas épocas a cazar enemigos;
le llamaban la guerra florida.



A mitad del largo zaguán del hotel pensó que debía ser tarde y se apuró a salir a la calle y sacar la motocicleta del rincón donde el portero de al lado le permitía guardarla. En la joyería de la esquina vio que eran las nueve menos diez; llegaría con tiempo sobrado adonde iba. El sol se filtraba entre los altos edificios del centro, y él -porque para sí mismo, para ir pensando, no tenía nombre- montó en la máquina saboreando el paseo. La moto ronroneaba entre sus piernas, y un viento fresco le chicoteaba los pantalones.Dejó pasar los ministerios (el rosa, el blanco) y la serie de comercios con brillantes vitrinas de la calle Central. Ahora entraba en la parte más agradable del trayecto, el verdadero paseo: una calle larga, bordeada de árboles, con poco tráfico y amplias villas que dejaban venir los jardines hasta las aceras, apenas demarcadas por setos bajos. Quizá algo distraído, pero corriendo por la derecha como correspondía, se dejó llevar por la tersura, por la leve crispación de ese día apenas empezado. Tal vez su involuntario relajamiento le impidió prevenir el accidente. Cuando vio que la mujer parada en la esquina se lanzaba a la calzada a pesar de las luces verdes, ya era tarde para las soluciones fáciles. Frenó con el pie y con la mano, desviándose a la izquierda; oyó el grito de la mujer, y junto con el choque perdió la visión. Fue como dormirse de golpe.Volvió bruscamente del desmayo. Cuatro o cinco hombres jóvenes lo estaban sacando de debajo de la moto. Sentía gusto a sal y sangre, le dolía una rodilla y cuando lo alzaron gritó, porque no podía soportar la presión en el brazo derecho. Voces que no parecían pertenecer a las caras suspendidas sobre él, lo alentaban con bromas y seguridades. Su único alivio fue oír la confirmación de que había estado en su derecho al cruzar la esquina. Preguntó por la mujer, tratando de dominar la náusea que le ganaba la garganta. Mientras lo llevaban boca arriba hasta una farmacia próxima, supo que la causante del accidente no tenía más que rasguños en la piernas. "Usté la agarró apenas, pero el golpe le hizo saltar la máquina de costado..."; Opiniones, recuerdos, despacio, éntrenlo de espaldas, así va bien, y alguien con guardapolvo dándole de beber un trago que lo alivió en la penumbra de una pequeña farmacia de barrio.La ambulancia policial llegó a los cinco minutos, y lo subieron a una camilla blanda donde pudo tenderse a gusto. Con toda lucidez, pero sabiendo que estaba bajo los efectos de un shock terrible, dio sus señas al policía que lo acompañaba. El brazo casi no le dolía; de una cortadura en la ceja goteaba sangre por toda la cara. Una o dos veces se lamió los labios para beberla. Se sentía bien, era un accidente, mala suerte; unas semanas quieto y nada más. El vigilante le dijo que la motocicleta no parecía muy estropeada. "Natural", dijo él. "Como que me la ligué encima..." Los dos rieron y el vigilante le dio la mano al llegar al hospital y le deseó buena suerte. Ya la náusea volvía poco a poco; mientras lo llevaban en una camilla de ruedas hasta un pabellón del fondo, pasando bajo árboles llenos de pájaros, cerró los ojos y deseó estar dormido o cloroformado. Pero lo tuvieron largo rato en una pieza con olor a hospital, llenando una ficha, quitándole la ropa y vistiéndolo con una camisa grisácea y dura. Le movían cuidadosamente el brazo, sin que le doliera. Las enfermeras bromeaban todo el tiempo, y si no hubiera sido por las contracciones del estómago se habría sentido muy bien, casi contento.Lo llevaron a la sala de radio, y veinte minutos después, con la placa todavía húmeda puesta sobre el pecho como una lápida negra, pasó a la sala de operaciones. Alguien de blanco, alto y delgado, se le acercó y se puso a mirar la radiografía. Manos de mujer le acomodaban la cabeza, sintió que lo pasaban de una camilla a otra. El hombre de blanco se le acercó otra vez, sonriendo, con algo que le brillaba en la mano derecha. Le palmeó la mejilla e hizo una seña a alguien parado atrás.

Como sueño era curioso porque estaba lleno de olores y él nunca soñaba olores. Primero un olor a pantano, ya que a la izquierda de la calzada empezaban las marismas, los tembladerales de donde no volvía nadie. Pero el olor cesó, y en cambio vino una fragancia compuesta y oscura como la noche en que se movía huyendo de los aztecas. Y todo era tan natural, tenía que huir de los aztecas que andaban a caza de hombre, y su única probabilidad era la de esconderse en lo más denso de la selva, cuidando de no apartarse de la estrecha calzada que sólo ellos, los motecas, conocían.Lo que más lo torturaba era el olor, como si aun en la absoluta aceptación del sueño algo se revelara contra eso que no era habitual, que hasta entonces no había participado del juego. "Huele a guerra", pensó, tocando instintivamente el puñal de piedra atravesado en su ceñidor de lana tejida. Un sonido inesperado lo hizo agacharse y quedar inmóvil, temblando. Tener miedo no era extraño, en sus sueños abundaba el miedo. Esperó, tapado por las ramas de un arbusto y la noche sin estrellas. Muy lejos, probablemente del otro lado del gran lago, debían estar ardiendo fuegos de vivac; un resplandor rojizo teñía esa parte del cielo. El sonido no se repitió. Había sido como una rama quebrada. Tal vez un animal que escapaba como él del olor a guerra. Se enderezó despacio, venteando. No se oía nada, pero el miedo seguía allí como el olor, ese incienso dulzón de la guerra florida. Había que seguir, llegar al corazón de la selva evitando las ciénagas. A tientas, agachándose a cada instante para tocar el suelo más duro de la calzada, dio algunos pasos. Hubiera querido echar a correr, pero los tembladerales palpitaban a su lado. En el sendero en tinieblas, buscó el rumbo. Entonces sintió una bocanada del olor que más temía, y saltó desesperado hacia adelante.-Se va a caer de la cama -dijo el enfermo de la cama de al lado-. No brinque tanto, amigazo.
Abrió los ojos y era de tarde, con el sol ya bajo en los ventanales de la larga sala. Mientras trataba de sonreír a su vecino, se despegó casi físicamente de la última visión de la pesadilla. El brazo, enyesado, colgaba de un aparato con pesas y poleas. Sintió sed, como si hubiera estado corriendo kilómetros, pero no querían darle mucha agua, apenas para mojarse los labios y hacer un buche. La fiebre lo iba ganando despacio y hubiera podido dormirse otra vez, pero saboreaba el placer de quedarse despierto, entornados los ojos, escuchando el diálogo de los otros enfermos, respondiendo de cuando en cuando a alguna pregunta. Vio llegar un carrito blanco que pusieron al lado de su cama, una enfermera rubia le frotó con alcohol la cara anterior del muslo, y le clavó una gruesa aguja conectada con un tubo que subía hasta un frasco lleno de líquido opalino. Un médico joven vino con un aparato de metal y cuero que le ajustó al brazo sano para verificar alguna cosa. Caía la noche, y la fiebre lo iba arrastrando blandamente a un estado donde las cosas tenían un relieve como de gemelos de teatro, eran reales y dulces y a la vez ligeramente repugnantes; como estar viendo una película aburrida y pensar que sin embargo en la calle es peor; y quedarse.Vino una taza de maravilloso caldo de oro oliendo a puerro, a apio, a perejil. Un trozito de pan, más precioso que todo un banquete, se fue desmigajando poco a poco. El brazo no le dolía nada y solamente en la ceja, donde lo habían suturado, chirriaba a veces una punzada caliente y rápida. Cuando los ventanales de enfrente viraron a manchas de un azul oscuro, pensó que no iba a ser difícil dormirse. Un poco incómodo, de espaldas, pero al pasarse la lengua por los labios resecos y calientes sintió el sabor del caldo, y suspiró de felicidad, abandonándose.Primero fue una confusión, un atraer hacia sí todas las sensaciones por un instante embotadas o confundidas. Comprendía que estaba corriendo en plena oscuridad, aunque arriba el cielo cruzado de copas de árboles era menos negro que el resto. "La calzada", pensó. "Me salí de la calzada." Sus pies se hundían en un colchón de hojas y barro, y ya no podía dar un paso sin que las ramas de los arbustos le azotaran el torso y las piernas. Jadeante, sabiéndose acorralado a pesar de la oscuridad y el silencio, se agachó para escuchar. Tal vez la calzada estaba cerca, con la primera luz del día iba a verla otra vez. Nada podía ayudarlo ahora a encontrarla. La mano que sin saberlo él aferraba el mango del puñal, subió como un escorpión de los pantanos hasta su cuello, donde colgaba el amuleto protector. Moviendo apenas los labios musitó la plegaria del maíz que trae las lunas felices, y la súplica a la Muy Alta, a la dispensadora de los bienes motecas. Pero sentía al mismo tiempo que los tobillos se le estaban hundiendo despacio en el barro, y la espera en la oscuridad del chaparral desconocido se le hacía insoportable. La guerra florida había empezado con la luna y llevaba ya tres días y tres noches. Si conseguía refugiarse en lo profundo de la selva, abandonando la calzada más allá de la región de las ciénagas, quizá los guerreros no le siguieran el rastro. Pensó en la cantidad de prisioneros que ya habrían hecho. Pero la cantidad no contaba, sino el tiempo sagrado. La caza continuaría hasta que los sacerdotes dieran la señal del regreso. Todo tenía su número y su fin, y él estaba dentro del tiempo sagrado, del otro lado de los cazadores.Oyó los gritos y se enderezó de un salto, puñal en mano. Como si el cielo se incendiara en el horizonte, vio antorchas moviéndose entre las ramas, muy cerca. El olor a guerra era insoportable, y cuando el primer enemigo le saltó al cuello casi sintió placer en hundirle la hoja de piedra en pleno pecho. Ya lo rodeaban las luces y los gritos alegres. Alcanzó a cortar el aire una o dos veces, y entonces una soga lo atrapó desde atrás.
-Es la fiebre -dijo el de la cama de al lado-. A mí me pasaba igual cuando me operé del duodeno. Tome agua y va a ver que duerme bien.
Al lado de la noche de donde volvía, la penumbra tibia de la sala le pareció deliciosa. Una lámpara violeta velaba en lo alto de la pared del fondo como un ojo protector. Se oía toser, respirar fuerte, a veces un diálogo en voz baja. Todo era grato y seguro, sin acoso, sin... Pero no quería seguir pensando en la pesadilla. Había tantas cosas en qué entretenerse. Se puso a mirar el yeso del brazo, las poleas que tan cómodamente se lo sostenían en el aire. Le habían puesto una botella de agua mineral en la mesa de noche. Bebió del gollete, golosamente. Distinguía ahora las formas de la sala, las treinta camas, los armarios con vitrinas. Ya no debía tener tanta fiebre, sentía fresca la cara. La ceja le dolía apenas, como un recuerdo. Se vio otra vez saliendo del hotel, sacando la moto. ¿Quién hubiera pensado que la cosa iba a acabar así? Trataba de fijar el momento del accidente, y le dio rabia advertir que había ahí como un hueco, un vacío que no alcanzaba a rellenar. Entre el choque y el momento en que lo habían levantado del suelo, un desmayo o lo que fuera no le dejaba ver nada. Y al mismo tiempo tenía la sensación de que ese hueco, esa nada, había durado una eternidad. No, ni siquiera tiempo, más bien como si en ese hueco él hubiera pasado a través de algo o recorrido distancias inmensas. El choque, el golpe brutal contra el pavimento. De todas maneras al salir del pozo negro había sentido casi un alivio mientras los hombres lo alzaban del suelo. Con el dolor del brazo roto, la sangre de la ceja partida, la contusión en la rodilla; con todo eso, un alivio al volver al día y sentirse sostenido y auxiliado. Y era raro. Le preguntaría alguna vez al médico de la oficina. Ahora volvía a ganarlo el sueño, a tirarlo despacio hacia abajo. La almohada era tan blanda, y en su garganta afiebrada la frescura del agua mineral. Quizá pudiera descansar de veras, sin las malditas pesadillas. La luz violeta de la lámpara en lo alto se iba apagando poco a poco.Como dormía de espaldas, no lo sorprendió la posición en que volvía a reconocerse, pero en cambio el olor a humedad, a piedra rezumante de filtraciones, le cerró la garganta y lo obligó a comprender. Inútil abrir los ojos y mirar en todas direcciones; lo envolvía una oscuridad absoluta. Quiso enderezarse y sintió las sogas en las muñecas y los tobillos. Estaba estaqueado en el piso, en un suelo de lajas helado y húmedo. El frío le ganaba la espalda desnuda, las piernas. Con el mentón buscó torpemente el contacto con su amuleto, y supo que se lo habían arrancado. Ahora estaba perdido, ninguna plegaria podía salvarlo del final. Lejanamente, como filtrándose entre las piedras del calabozo, oyó los atabales de la fiesta. Lo habían traído al teocalli, estaba en las mazmorras del templo a la espera de su turno.Oyó gritar, un grito ronco que rebotaba en las paredes. Otro grito, acabando en un quejido. Era él que gritaba en las tinieblas, gritaba porque estaba vivo, todo su cuerpo se defendía con el grito de lo que iba a venir, del final inevitable. Pensó en sus compañeros que llenarían otras mazmorras, y en los que ascendían ya los peldaños del sacrificio. Gritó de nuevo sofocadamente, casi no podía abrir la boca, tenía las mandíbulas agarrotadas y a la vez como si fueran de goma y se abrieran lentamente, con un esfuerzo interminable. El chirriar de los cerrojos lo sacudió como un látigo. Convulso, retorciéndose, luchó por zafarse de las cuerdas que se le hundían en la carne. Su brazo derecho, el más fuerte, tiraba hasta que el dolor se hizo intolerable y hubo que ceder. Vio abrirse la doble puerta, y el olor de las antorchas le llegó antes que la luz. Apenas ceñidos con el taparrabos de la ceremonia, los acólitos de los sacerdotes se le acercaron mirándolo con desprecio. Las luces se reflejaban en los torsos sudados, en el pelo negro lleno de plumas. Cedieron las sogas, y en su lugar lo aferraron manos calientes, duras como el bronce; se sintió alzado, siempre boca arriba, tironeado por los cuatro acólitos que lo llevaban por el pasadizo. Los portadores de antorchas iban adelante, alumbrando vagamente el corredor de paredes mojadas y techo tan bajo que los acólitos debían agachar la cabeza. Ahora lo llevaban, lo llevaban, era el final. Boca arriba, a un metro del techo de roca viva que por momentos se iluminaba con un reflejo de antorcha. Cuando en vez del techo nacieran las estrellas y se alzara ante él la escalinata incendiada de gritos y danzas, sería el fin. El pasadizo no acababa nunca, pero ya iba a acabar, de repente olería el aire libre lleno de estrellas, pero todavía no, andaban llevándolo sin fin en la penumbra roja, tironeándolo brutalmente, y él no quería, pero cómo impedirlo si le habían arrancado el amuleto que era su verdadero corazón, el centro de la vida.Salió de un brinco a la noche del hospital, al alto cielo raso dulce, a la sombra blanda que lo rodeaba. Pensó que debía haber gritado, pero sus vecinos dormían callados. En la mesa de noche, la botella de agua tenía algo de burbuja, de imagen traslúcida contra la sombra azulada de los ventanales. Jadeó buscando el alivio de los pulmones, el olvido de esas imágenes que seguían pegadas a sus párpados. Cada vez que cerraba los ojos las veía formarse instantáneamente, y se enderezaba aterrado pero gozando a la vez del saber que ahora estaba despierto, que la vigilia lo protegía, que pronto iba a amanecer, con el buen sueño profundo que se tiene a esa hora, sin imágenes, sin nada... Le costaba mantener los ojos abiertos, la modorra era más fuerte que él. Hizo un último esfuerzo, con la mano sana esbozó un gesto hacia la botella de agua; no llegó a tomarla, sus dedos se cerraron en un vacío otra vez negro, y el pasadizo seguía interminable, roca tras roca, con súbitas fulguraciones rojizas, y él boca arriba gimió apagadamente porque el techo iba a acabarse, subía, abriéndose como una boca de sombra, y los acólitos se enderezaban y de la altura una luna menguante le cayó en la cara donde los ojos no querían verla, desesperadamente se cerraban y abrían buscando pasar al otro lado, descubrir de nuevo el cielo raso protector de la sala. Y cada vez que se abrían era la noche y la luna mientras lo subían por la escalinata, ahora con la cabeza colgando hacia abajo, y en lo alto estaban las hogueras, las rojas columnas de rojo perfumado, y de golpe vio la piedra roja, brillante de sangre que chorreaba, y el vaivén de los pies del sacrificado, que arrastraban para tirarlo rodando por las escalinatas del norte. Con una última esperanza apretó los párpados, gimiendo por despertar. Durante un segundo creyó que lo lograría, porque estaba otra vez inmóvil en la cama, a salvo del balanceo cabeza abajo. Pero olía a muerte y cuando abrió los ojos vio la figura ensangrentada del sacrificador que venía hacia él con el cuchillo de piedra en la mano. Alcanzó a cerrar otra vez los párpados, aunque ahora sabía que no iba a despertarse, que estaba despierto, que el sueño maravilloso había sido el otro, absurdo como todos los sueños; un sueño en el que había andado por extrañas avenidas de una ciudad asombrosa, con luces verdes y rojas que ardían sin llama ni humo, con un enorme insecto de metal que zumbaba bajo sus piernas. En la mentira infinita de ese sueño también lo habían alzado del suelo, también alguien se le había acercado con un cuchillo en la mano, a él tendido boca arriba, a él boca arriba con los ojos cerrados entre las hogueras.

lunes, 15 de septiembre de 2008

DAVID FOSTER WALLACE

Parece que fue el viernes, ya de noche, cuando DFW consiguió aquello que deseaba y por lo que él mismo pidió hace años ser internado.

DFW, el mejor escritor norteamericano actual, supo ver historias donde los demás no veíamos nada (no hay que dejar de leer La niña del pelo raro o Entrevistas breves con hombres repulsivos ); supo hacer con la escritura un ejercicio inverosímil (metaliteratura o el hombre que exprimía las palabras hasta colmar la paciencia del lector), un salto al vacío que, hasta entonces, muy pocos escritores habían intentado (Joyce, Cortázar). Y, en la mayoría de los casos, utilizó el cuento para demostrarlo.

Superando la etiqueta (ya sabéis, la palabra clave para que los más tontos sepan definir y saber a qué atenerse) de líder, terrible y carismático, de la penúltima generación de escritores norteamericanos, los posmodernos (al fín lo escribí), DFW ha optado por abandonar toda realidad.


Literariamente ya lo hizo desde sus primeros escritos, enseñando el camino a aquellos que no veían más allá de sus narices y no salían de la senda del perdedor, haciendonos ver desde otras perpectivas que todos estábamos, de una u otra manera, metidos en el mismo camino. Para ello, DFW utilizó todos los medios a su alcance, sin despreciar a sus creadores, pero superando lo que había.




Algunas consideraciones personales sobre la literatura de DFW :

De las formas:
-el cuento como realidad fotográfica (Cortázar y mucho más allá)
-toda palabra aún no ha dicho la última palabra
-la utilización de la descripción con fines contrarios a lo dictado por las normas hasta entonces
-unido a lo anterior, la provocación
-el realismo más escandaloso mostrado desde fuera del realismo (aquí su logro fundamental: para hacer ver el problema no hace falta ser parte del mismo)
-más allá del humor hay...
-la búsqueda del sentimiento escondido en el lector fuese de la forma que fuese (hay que conmocionarlo)
-y, en consecuencia, la importancia del fondo sobre la forma

Sobre el fondo:
-el mundo actual lo domina la televisión que nos tiene enganchados porque somos unos viciosos mirones (ver post en Bacovicious sobre el tema Vicarius del grupo norteamericano Tool)
-la basura informativa y sus perfectas mentiras asumidas por todos (somos unos viciosos mirones)
-el exceso de información provoca caos (pero somos viciosos y mirones)
-la incomunicación más extrema se da paradójicamente en la era global de Internet (viciosos)
-somos unos viciosos, nos va la adicción a lo que sea (por fin nos hemos convertido en los “felices apastillados” que decía Bioy Casares)
-todo lo anterior hace que el ser humano sea cada vez menos humano


Aquellos de vosotros que hayáis leído El laberinto de Noé, os sonará todo esto. Noé y su alter ego asumen que el mundo es una mierda y que, además, no tiene remedio. Sólo convenciéndose de esa realidad son capaces de encontrar ese otro mundo que estaban buscando. Ironías de la vida.

Por último, DFW nos deja una enseñanza sobre la que los amigos del cuento deberíamos reflexionar: lo escrito por él no sólo es aplicable a su Norteamérica (no fronters). En la actualidad, en el mundo global, capitalista, consumista y mediatizado por la televisión, lo mismo ocurre en cualquier país del mundo occidental y, por supuesto, en España. Ejemplos como la crisis petrolífera o la hipotecaria, el problema del terrorismo, el consumismo desaforado, los programas televisivos en lo que lo fundamental es reírse de la gente, del prójimo, porque es preferible reírse del vecino y no llorar por cómo te va a ti; la desestructuración de las familias, la deshumanización, la pérdida de valor de la educación, etcétera, etcétera y etcétera, son fondos únicos y permiten la expansión de la irreverencia más allá de las fronteras norteamericanas.

Tres cosas más:
Una. Esta entrada se debe fundamentalmente a Alvy Singer y a la gente de Masacre en los jardines, que esta mañana me despertaron con la noticia.
Dos. Ahora mismo, 17:43 horas, todavía se duda de la veracidad de la misma noticia en algún periódico norteamericano (véase cómo está el mundo).
Tres. Acabo de escribir del nuevo Joyce, y siento vértigo.

© Esteban Gutiérrez Gómez,2008