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jueves, 23 de abril de 2009

"Pompas de jabón", fragmento de un cuento de Cris Monteoliva

La Revista digital La biblioteca imaginaria ha declarado fiesta toda la semana y renueva su contenido diariamente. Hoy, día del libro, publica una serie de relatos inéditos cedidos por diversos autores (yo uno de ellos). Os recomiendo su lectura.


Pero claro, Cris Monteoliva nos ha correspondido con un relato (un cuento, mejor dicho) del que más bajo podéis leer un fragmento.

Aprovechad que hoy los libros están un 10% más baratos.

Buen provecho.





POMPAS DE JABÓN
Recuerdo que me di a mí mismo el razonable plazo de tres días: si para el mediodía del jueves nadie lo había borrado por error, mi ordenador no desaparecía por arte de magia
o la chica volvía a escribirme para retractarse, tomaría cartas en el asunto. Por aquel entonces yo llevaba en la revista unos cinco años. Puesto que nunca había sido un lumbreras, en cuanto acabé la carrera mi padre se encargó de buscarme un empleo en una modesta publicación de nuestro Valladolid natal, dirigida por un buen amigo de la familia. Durante los primeros tres años todo fue idílico: la oficina me cogía casi al lado de casa, y como todo el mundo sabía que yo era el enchufado, no se me exigía demasiado. Cierto es que a veces me aburría; pero, por lo general, yo era feliz sin dar palo al agua y cobrando por ello. Así fue hasta que al jefazo le dio un infarto y tuvo que jubilarse. El nuevo capo, Manuel Gutiérrez, pronto me dejaría claro que yo era un estorbo en su revista. El despedirme, sin embargo, no entraba en sus planes, ya que soltar la indemnización le dolería más que si el dinero saliera de su propio bolsillo. Decidió, por tanto, pasar de mí y tratarme como si fuera un florero o un cuadro colgado en la pared. Curiosamente, cuanto más me ignoraba el Gutiérrez, más ganas tenía yo de trabajar. Tras demostrar que sabía escribir sin casi tener que utilizar el corrector ortográfico, y después de meses de insistencia, por fin tuve mi propia sección: CARTAS DE LOS LECTORES. No es que fuera gran cosa, pero tampoco estaba tan mal. Llegó la hora señalada de aquel jueves de octubre, y como el mail seguía intacto en mi bandeja de correo, no me quedó otra que imprimirlo y dirigirme al despacho del jefe.
­Así que una de tus lectoras te ha escrito para que vayas a Granada a hacer un reportaje. ¿Y quién se ha creído que eres? ¿Iker Jiménez? – dijo conteniendo una risita.
­Había pensado que, como tengo unos días libres y pensaba pasarlos en Granada, en la casa de mi hermana, pues...
­¡Ah, sí! Tu hermana, la rarita – me interrumpió Gutiérrez con desdén.­Haz lo que te de la gana, Domingo; pero que sepas que tú corres con todos los gastos. Le di las gracias y salí de aquel despacho como alma que lleva el diablo. Al Gutiérrez le faltaría tiempo para reírse estruendosamente de mí a mis espaldas una vez me hube marchado. Quizá en otras circunstancias me hubiera importado; pero entonces sólo podía pensar en el momento en que cogiera el autobús en dirección a Granada. [...]

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