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viernes, 3 de abril de 2009

SUBMÁQUINA, de Esther García Llovet


SUBMÁQUINA
Esther García Llovet
Ed. Salto de Página

Fernando Royuela dice en la introducción a este proyecto literario: “Cualquier experimento narrativo debe ser de entrada celebrado...”. Yo opino lo mismo que él.
Es mucho el riesgo que corre Esther García Llovet y es de alabar la apuesta que Salto de Página realiza al editar SUBMÁQUINA.
Nos encontramos con un conjunto de relatos que muestra a frazadas la vida de la protagonista central de la obra, Tiffani Figueroa. La lectura de los relatos nos ofrece distintos aspectos de su vida: los traumas que marcaron su infancia, su adolescencia, la forja de su carácter extremo y libertario, los despojos de sus familias, el gusto por la vida al filo, su trabajo como detective, el porqué de su ausencia, de su permanente búsqueda. A frazadas, sin llegar a completar el puzzle, pero ofreciendo los suficientes datos como para hacer de los relatos un todo que haga al lector tener una comprensión cenital de la obra. Esa visión del todo le llevará al convencimiento de estar en tierra de nadie: esas breves narraciones podrían conformar una novela, un nuevo modelo de novela.
El juego literario está presente en todos los aspectos de SUBMÁQUINA. Es pues una obra que busca la complicidad del lector, su implicación en ella de modo activo. Eso me gusta.
De entrada la estructura es novedosa, fragmentaria y actual, en la que se detectan influencias cinematográficas de películas como “21 gramos” o la oscarizada “Crash”. Es un caso inverso a lo tradicional: suele ser el cine el que se nutre de la literatura a la hora de estructurar una obra, y no al revés.
Hay entre los relatos una serie de hilos de seda invisibles, aparentados, que unen unas historias con otras; apenas un apunte, un dato, que explica actuaciones en los otros relatos, comportamientos futuros.
Otra característica de los mismos es la búsqueda de la situación límite, del territorio-frontera, no sólo físico, también síquico. El gusto por el vértigo, por vivir en el filo de la navaja.
Ese lector cómplice debe desentrañar los símbolos presentes en las narraciones, debe anotar mentalmente voces de niños al otro lado del teléfono, sonidos de disparos en la noche, imágenes descritas con acierto, hechas para perdurar en la mente del lector, para conducirlo hasta el final del laberinto.
Esa misma busqueda del límite la podemos encontrar en el estilo de su escritura. El gusto por trasgredir (esas sucesiones y enumeraciones sin cambio de sentido con la puntuación) que hace también algo más complicada la lectura.
Estamos, pues, ante una obra arriesgada, que experimenta con el argumento (no todo se dice, ni siquiera se muestra), con la estructura (un puzzle al que, precisamente por lo anterior, le faltan piezas) y con el estilo narrativo. Quizás demasiados riesgos pueden pensar ustedes, y quizás tengan razón, pero yo veo en SUBMÁQUINA un traje único, un modelo de pasarela extremo, imponible, que nadie llevaría por la calle, pero que, a la larga, marca una tendencia.
No debemos saberlo todo de las personas, de hecho, no lo sabemos, ¿por qué habríamos de saberlo de un personaje? El estilo es a veces exquisito y a veces repetitivo, pero lo que es indudable es que es el estilo narrativo que ella ha querido otorgarle a su obra. Quizás, sí, quizás la estructura esté bien apuntalada, ese bocadillo con un sabroso relato central, pero el declive a partir de él, por la menor fortaleza de los relatos finales va aguando el licor en nuestra boca dejando un poso último de promesa sin cumplir.
Ese es el único pero. Todo lo demás son felicitaciones porque Esther ha sido valiente y ya lo dijo William Faulkner: “El mérito de una obra se mide por los riesgos de fracaso que el autor afronta, entre lo efímero de su esfuerzo y la intención de ser perdurable."
Sólo una apostilla a estas palabras de Faulkner: no creo que el esfuerzo haya sido efímero.

© Esteban Gutiérrez Gómez, 2009

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